El niño que nació en un pesebre...

Autor: Carlos Vargas Vidal

 

 

Era una noche buena. Era una noche santa. ¡Libre de tinieblas! Una estrella refulgente, a lo lejos, nos mostraba el camino. Guiados por esa hermosa luz, de un brillo esplendoroso, llegamos. Había música. ¡Era celestial! Y había voces. ¡Eran como de ángeles! Y cantaban: “¡Gloria a Dios en las alturas...!”

Allí, donde llegamos, dentro de un pesebre, en las afueras de Belén, vimos la Gloria de Dios, hecha carne. Recostado sobre un montón de paja, había una dulce y tierna criatura: ¡Luz y Resplandor del Padre! Y hemos contemplado su gloria que recibió como su Hijo único...

Una mujer, llamada María, le ha puesto un pañal. Después de mucho andar, lucía cansada, ¡pero feliz y asombrada! Su rostro virginal tenía los destellos de una madre toda llena de gracia...

Unos pastorcillos, los primeros invitados, harapientos y malolientes, a quienes nadie quería de compañía, se regocijaban al ver al niño entre cantos de “paz en la tierra a los hombre de buena voluntad”.

Luego, llegaron unos camellos. De ellos, presurosos, bajaron unos magos. Y habiendo entrado, se postraron y le adoraron. ¡Como si una voz interior les hubiera dicho: “Este niño será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y su reino no tendrá fin!”.

También, hemos visto, junto al niño, a un hombre pobre, digno y justo, que veía toda esta grandeza en silenciosa adoración. Su nombre era José.

Pero, pensemos por unos instantes en este acontecimiento tan grande y tan humilde. Mientras unos disfrutan viviendo en la opulencia y, también, de sus bienes mal habidos. Otros, como María y José, no han podido encontrar un mejor lugar para ver nacer y crecer a sus criaturas.

La luz que viene de Belén, esa luz verdadera que vino a nosotros, por nosotros, una buena parte del mundo no la ha conocido ni la quiere conocer. ¡Cómo duele saber que en esta bella Navidad, de todos los años, hay quienes quieran seguir caminando en las tinieblas! ¡Es la oscuridad del pecado, en todas sus formas! Pero, no importa qué tan oscuras y terribles sean esas fuerzas del mal, de una manera maravillosa, misericordiosa y bondadosa, Dios nos quiere y nos puede salvar. Ese es, también, el mensaje divino de Belén, que debe resonar en todos nuestros corazones: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría y es que hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador”.

Para los que buscan el verdadero sentido de la vida; para los que tienen un corazón envuelto en llamas de esperanza; y para los que llevan en su alma el deseo infinito de salvación; para todos ellos, basta buscar con humildad y aceptación al Niño Jesús.

Por ello, lo más hermoso de esta Nochebuena y Santa no son los regalos ni los sentimientos de Paz y Amor que se puedan sentir. ¡Es saber que ese humilde pesebre del Niño Dios nos lleva a esa cruz en donde todos -únicamente- podemos obtener el perdón y la salvación!

Es tan hermoso saber que en el mundo entero resplandece hoy el rostro de Dios Salvador. ¡Jesús no los revela como Padre que nos ama! Cuán dulce y cuán bueno es ese niño Dios: ¡Candor beatísimo del Padre!

¡Christe redemptor. Christe candor aeternae!