"Y guíe nuestros pies por el camino de la paz" 

Lucas 1, 79

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

[He escrito este artículo para el número de Navidad de la revista de los jesuitas indios, JIVAN.] 

Muchas veces he oído estas palabras que suenan tan bien en cualquier lengua de la India: "Venga, por favor, y pisen sus pies el umbral de mi casa para que quede santificada." El toque sacramental de los pies de un hombre venerado en el piso de la casa bendice a todos los que viven en ella. Las Leyes de Manu establecen que si un hombre de Dios entra en una morada y permanece en ella el tiempo suficiente para ordeñar una vaca, todos los inquilinos alcanzarán la salvación. El tacto santifica. 

Los pies, claro, están descalzos. Pies que andan llanuras, cruzan ríos, escalan montañas, alcanzan fronteras y proclaman con su paso, sus suelas endurecidas, sus heridas de espinas y su cansancio de caminos el Evangelio de la Paz a los pueblos del mundo. "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies de los que evangelizan la paz!" (Isaías 52, 7) 

La gente piadosa en las aldeas de la India tiene la costumbre de lavar los pies del guru que llega. Los pies llevan la carga del evangelizar. Merecen respeto, cuidado, cariño, devoción. Se les da masaje, se les acaricia, se les besa, y luego se tocan con la frente mientras la gracia fluye del cielo a la tierra a través del cuerpo humano. Nosotros sabemos que la Magdalena le hizo eso a Jesús. 

También al saludar a una persona mayor en la India se inclina el que saluda, y tocándole la punta de los pies se lleva simbólicamente a la frente el polvo que proclama su misión. El polvo de los pies santifica. A los predicadores del Evangelio se les instruyó que sacudieran el polvo de sus pies al abandonar los pueblos que no hubieran merecido su tacto. Gestos gemelos en tierras lejanas. Los pies nos guían en el camino de la paz. 

Cuando hace años estudiaba yo en Madrás, mi "primera iglesia" en la India (en terminología de Ignacio que llamaba a Manresa su "primera iglesia" in preferencia a Loyola donde nació), uno de los pilares de la Universidad de San Javier, el alavés padre Amézcua, consentía en venir de paseo con nosotros, humildes seminaristas, con la condición de que llevásemos zapatos cerrados, y... ¡calcetines! Nadie venía entonces a tocarnos la punta del pie, es decir, del zapato, a pesar de lo bien lustrado que estaba. Nos costó aprender las costumbres y acercarnos al pueblo. 

Nadando un día en el Lago Trevor del Monte Abu con un grupo de amigos, otro añorado jesuita, el padre Carricas de Cascante que se nos marchó pronto al cielo, me dijo mirando a mis pies desnudos: "Tienes unos pies muy feos." Yo recuerdo haberle contestado ya entonces: "En la India no hay pies feos." Evangelizan la paz. 

Ahora viajamos en coche, en tren, en avión. Hemos perdido el toque de los pies. Hemos de usar, desde luego, todos los medios modernos, pero hemos de buscar también manera de recobrar el mensaje de los pies que traen la paz. Como esta vez, en un tren: 

Viajaba yo un día, desde Madrid, en tren. Los asientos eran unos enfrente de otros, de dos en dos. Un joven se sentó a mi lado, mientras los dos asientos enfrente nuestro quedaban vacíos. Pronto el joven levantó sus pies y los puso sin más, con zapatos sucios y todo, sobre el asiento enfrente suyo. Yo me revolví por dentro, pero me callé. Luego se me ocurrió una cosa. Yo también levanté despacio mis dos pies y los puse, con zapatos y todo, sobre el asiento de enfrente, paralelos a los pies de mi joven compañero de viaje. Él lo entendió. Se volvió despacio hacia mí y sonrió. Yo me volví despacio hacia él y sonreí. Luego los dos a un tiempo, reposadamente, rítmicamente, gozosamente levantamos los pies de los asientos, los mantuvimos por un momento en el aire, y los bajamos lentamente hasta el suelo. Y nos reímos. Todo un ballet. Y luego lo mejor: El muchacho era negro, y yo era blanco. Y nuestros pies nos habían unido. Nos habían enseñado. Nos habían evangelizado. Benditos pies.