Una ópera y una lágrima

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

La ópera "Turandot" de Puccini canta la historia de una princesa china, Turandot, que no quería casarse, y cuando su padre el rey la instaba a que escogiese marido, se refugió en el ardid que se casaría con aquel príncipe que adivinase tres acertijos que ella propondría; y a los que no acertasen, les cortarían la cabeza.

Esperaba que con esa amenaza no se arriesgara nadie, pero tal era su belleza -y su riqueza- que varios príncipes perdieron la cabeza... primero por ella emocionalmente, y luego para ellos mismos físicamente.

Cuando todo parecía perdido, se presenta un príncipe sin nombre que adivina los tres acertijos. El último era:
"¿Cuál es el hielo
que prende el fuego?"
Respuesta: "Turandot."
La frígida princesa se enfurece, pero el generoso príncipe le da una escapada. Ahora será él quien proponga un acertijo, y si la princesa lo resuelve antes de que amanezca el día siguiente, quedará libre de su compromiso de casarse. El acertijo es: "¿Cómo me llamo?"

La princesa tiene toda la noche para averiguarlo. La noche hecha célebre por el aria de Puccini "Nessum dorma" ("Que nadie duerma en Pekín esta noche...") que han lloriqueado todos los tenores del mundo. Para complicar más las cosas, una esclava declara que ella sabe el nombre del príncipe pero no quiere decirlo. Sube la tensión.

Va a salir el sol, y Turandot y el príncipe comienzan un dúo en el que se van calentando las cosas. Antes de que el primer rayo amanezca, el príncipe canta: "No quiero que te cases conmigo por obligación. Por eso te voy a decir yo mismo mi nombre, y quedarás libre." Ante tanta generosidad, la princesa, que ya se había ido animando con el dúo, declara que lo ama, escucha su nombre ("Calaf", aunque dice que su verdadero nombre es "Amor"), se desmaya en sus brazos y todo acaba en boda.

Vi y escuché hace poco el Nessum dorma en un programa musical de televisión para niños (yo también soy niño), y cuando Fernando Argenta (hijo del mejor director de orquesta español de todos los tiempos, Ataúlfo Argenta) les iba explicando la trama de la ópera en toda su tensión de sentimientos, la cámara enfocaba a los niños que ocupaban todo el auditorio y que a ratos hacían gestos como si ellos estuvieran dirigiendo a la orquesta cuando tocaba. Y vi a una niña, en el momento trágico del drama, con su rostro grande e inocente llenando toda la pantalla, y una lágrima que asomaba tímida al borde sus ojos, aumentaba en tamaño transparente, y resbalaba después despacio dejando un rastro húmedo por su tierna, rosada mejilla hasta caer, temblando, sobre sus manos.

Fue la lágrima la que me hizo escribir esto.