Transparencias en fundas de plástico

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

Claro que me apetecía asistir a una clase de matemáticas. Después de haber enseñado la asignatura toda mi vida y de haberme retirado, me apetecía ver cómo las enseñaba un profesor joven con todos los adelantos de ahora. Acepté la invitación. Me senté al fondo de la clase, miré y escuché.

El profe venía armado con papeles. Transparencias en abundancia. El aparato estaba dispuesto, y él iba poniendo una tras otra con todo el desarrollo del teorema de turno, y las acompañaba con sus explicaciones línea a línea, resolvía dudas, señalaba pasos difíciles. Llegó a su tiempo al final del teorema, debidamente subrayado en la pantalla iluminada. Y así otro teorema y varios problemas. Al final recogió las transparencias en sus fundas de plástico, y salimos.

La clase fue perfecta. Pero yo me pregunté, ¿qué echo en falta aquí? Ya lo sé. Yo, cuando daba clase, tenía que sacudirme las manos al final. Las tenía todas cubiertas de tiza. Claro. No había transparencias entonces. Sólo un enorme tablero negro y tizas, muchas tizas. Yo llenaba el tablero de ecuaciones, las borraba, lo volvía a llenar, y así todo el rato. Había trabajo físico. Y había manos llenas de polvo blanco al final.

Pero había algo más. Al no llevar el teorema en fundas de plástico, yo tenía que ir haciéndolo ecuación a ecuación en la pizarra, deduciendo en el momento cada paso del anterior. Podía equivocarme. Me equivocaba. Me corregían los alumnos. A veces se me escapaba un error sin notarlo, y no salía el resultado. Tenía que dejarlo para el día siguiente. Había riesgo y había fracasos. Todo eso daba realidad y credibilidad a la enseñanza. Eran matemáticas en vivo.

Con un teorema largo llegaba a crearse una expectación en la clase que llegaba a la emoción intensa. ¿Saldrá el teorema? ¿Acabará bien? ¿Me habré equivocado en algún paso y no llegaremos al final? Había más suspense que en una novela de Agatha Christie.

A veces, tras un largo y difícil teorema que duraba toda la hora y acababa justo con el resultado exacto en el momento de tocar la campana de fin de clase, los alumnos aplaudían con fervor y yo sonreía entre el sudor y la tiza. Vivíamos la emoción de los grandes teoremas de la matemática. Ahora los alumnos no aplauden. ¿Quién va a aplaudirle a una transparencia?