¡Salve, Madre!

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

   

  

A veces cuando paseo, canto. Sin gritar, pero sí en voz alta, pronunciando y entonando bien cada palabra y cada nota. Lo oigo yo, lo oye mi Ángel de la Guarda, lo oyen transeúntes que se cruzan en mi camino y no prestan atención a mis melodías. Pero a mí me gusta recordar canciones que formaron mi vida y marcaron mi alma, me gusta llenar el aire, santificar las calles, me gusta proclamar mi alegría y animar el rostro de la ciudad. Y canto mientras ando a buen paso.

El otro día iba yo cantando suavemente un canto a la Virgen de mis primeros años, tan bello que todavía se canta en las iglesias con su coro en re mayor y su estrofa en si menor. La música es del gran organista español que fue Eduardo Torres, y la ocasión del himno fue el Congreso Mariano de Sevilla de aquellos años. La “tierra de mis amores” es, desde luego, Andalucía.

¡Salve, Madre!
En la tierra de mis amores
te saludan los cantos que alza el amor.
¡Reina de nuestras almas, flor de las flores!
muestra aquí de tu gloria los resplandores;
que en el cielo tan sólo te aman mejor.

Virgen santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía.
Madre de Dios, Madre mía.

Mientras mi vida alentare,
todo mi amor para ti;
y aunque tu amor me olvidare,
Virgen santa, Madre mía,
aunque tu amor me olvidare,
tú no te olvides de mí.

Cantando cantando llegué a un semáforo en rojo. Me paré. A mi lado se pararon otros en espera del verde. Yo seguí cantando bajito, pero que se podía oír. Alguien me oyó. A mi derecha estaba una señora mayor que esbozó una sonrisa. Yo seguí cantando. Ella siguió oyendo. Y cuando el semáforo se puso en verde, antes de echar a andar se volvió a mí y me dijo con sentimiento: “¡Qué canciones tan bellas cantábamos! ¿Verdad?”. “Verdad, señora”, contesté. Y crucé a buen paso. La calle quedaba santificada.