Salmo 98. ¡Santo, santo, santo!

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

Comienzo la oración de rodillas. Me inclino hasta el suelo, cierro los ojos y adoro en silencio la majestad de tu presencia infinita. Tú eres la santidad, Señor, y mis labios están manchados con polvo de mentiras y aliento de orgullo. Quiero expresar con mi gesto y mi silencio el sentido de adoración total que me llena cuando aparezco ante tu santa presencia. Acepta el homenaje sincero de todo mi ser, Señor. 

“Él es santo” 

Trato a diario contigo con amistad y familiaridad, y aprecio esos momentos y atesoro esa intimidad. Pero nunca me olvido de que mi sitio está aquí abajo, en el barro de la tierra, mientras que el tuyo está en los cielos. Conozco la distancia, y por eso precisamente aprecio mucho más el que te me acerques y me trates como a un amigo. Me aprovecho en pleno de tu oferta de amistad, y mi vida entera está llena de esos diálogos familiares contigo, en plena libertad y confianza, que son testigos diarios de tu bondad y generosidad. 

Pero hoy quiero volver a mi puesto de ser creado, de ser finito y limitado ante tu presencia infinita, y ofrecerte mi adoración silenciosa en la reverencia de mi cuerpo. 

“Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies.
Él es santo.” 

Eres santo, Señor, con una santidad que está por encima de todos mis conceptos y mas allá de toda mi experiencia. La transparencia de un arroyo en la montaña, el vuelo de un ave en el cielo, el camino de las nubes, el descenso silencioso de la nieve blanca... Imágenes de mi mente para expresar la lejanía de tu esencia en los límites de mi experiencia. O quizá la llama de fuego, la flecha del relámpago, el ojo del huracán, el centro del terremoto... Todo aquello que es grande y terrible y puro y original. 

Deseo que el sentido de tu santidad invada todo mi ser y me toque con una chispa de tu fuego y un temblor de tu tormenta. Quiero aprender reverencia en mi trato contigo, quiero saber calmar la espontaneidad de mis sentimientos con la dignidad de tu majestad. Quiero entrenarme en la etiqueta de la corte celestial para ensayar el cielo desde la tierra. Quiero ser humilde adorador tuyo, al mismo tiempo que compañero y amigo. E invito a todos los hombres y mujeres a que hagan lo mismo. 

“Ensalzad al Señor Dios nuestro,
postraos ante su monte santo:
Santo es el Señor nuestro Dios.”