Salmo 94, El descanso de Dios

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

 

«No entrarán en mi descanso».

 

Esas son de las palabras más temibles que jamás te he escuchado, Señor. La maldición de las maldiciones. El rechazo definitivo. La prohibición de entrar en tu descanso. Pienso en la belleza y la profundidad de la palabra «descanso» cuando se aplica a ti, y comienzo a comprender la desgracia que será quedar excluido de él.

Tu descanso es tu divina satisfacción al acabar la creación de cielos y tierra con el hombre y la mujer en ellos, tu mandamiento del sábado de alegría y liturgia en medio de una vida de trabajo, tu eternidad en la gloria bendita de tu ser para siempre. 

Tu descanso es lo mejor que tienes, lo mejor que eres, el ocio de la existencia, la benevolencia de tu gracia, la celebración de tu esencia en medio de tu creación. 

Tu descanso es tu sonrisa, tu amistad, tu perdón. 

Tu descanso es esa cualidad divina en ti que te permite hacerlo todo pareciendo que no haces nada. 

Tu descanso es tu esencia sin cambio en medio de un mundo que vive en torno al cambio. 

Tu descanso eres tú.

 Y ahora las puertas de tu descanso se me abren a mí. 

Me llaman a tomar parte en las vacaciones eternas. Me invitan al cielo. Me llevan a descansar para siempre. Esa palabra mágica, «descanso», se ha hecho mi favorita, con su tono bíblico y su riqueza teológica. 

Un descanso tan enorme que uno tiene que «entrar» en él. 

Me rodea, me posee, me llena con su dicha. Veo enseguida que ese descanso es lo que ha de ser mi destino final, palabra casera y divina al mismo tiempo para expresar el fin último de mi vida: descansar contigo.

 Ahora he de entrenarme en esta vida para el descanso que me espera en la siguiente. 

Quiero entrar ya, en promesa y en espíritu, en el divino descanso que un día ha de ser mío a tu lado. 

Quiero aprender a descansar aquí, a relajarme, a encontrarme a gusto, a dominar las prisas, a evitar tensiones, a vivir en paz. 

Pido para mí todo eso como anticipo de tu bendición venidera, como fianza en la tierra de tu descanso eterno en el cielo. 

Quiero ir ya reflejando ahora en mi conducta, mi lenguaje, mi rostro, la esperanza de ese descanso esencial que le traerá a mi alma y a mi cuerpo la felicidad definitiva en la paz perpetua.

 ¿Qué es lo que no me deja entrar ya en ese descanso? ¿Qué es lo que te hizo jurar en tu cólera: «No entrarán en mi descanso»?

 

«No endurezcáis el corazón como en Meribá, 

como el día de Masá en el desierto: 

cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, 

aunque habían visto mis obras».

 

Esos incidentes quedaron tan grabados en tu memoria que los citas incluso con los nombres de los lugares en que sucedieron, etapas desgraciadas en la geografía espiritual por la que pasó tu pueblo y por la que nosotros volvemos a pasar en nuestras vidas. 

Tu pueblo te tentó, desconfió de ti aun después de haber visto tus maravillas, fueron tozudos en sus quejas y en su falta de fe. 

Eso hizo arder tu ira, y cerraste la puerta a aquellos que durante tanto tiempo se habían negado a entrar.

 

«Durante cuarenta años, aquella generación me asqueó,

y dije: Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso».

 

¿Cuántos años me quedan a mí, Señor? ¿Cuántas oportunidades aún, cuántas dudas, cuántas Masás y Meribás en mi vida?

Tú conoces bien los nombres de mi geografía privada; tú recuerdas mis infidelidades y te resientes por mi tozudez.

Hazme dócil, Señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer.

Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre. Que así sea, Señor.

 

«¡Ojalá escuchéis hoy su voz!».