Salmo 83, Amor al templo de Dios

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

"¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los Ejércitos!"


Al pronunciar esas palabras mágicas, Señor, pienso en cantidad de cosas a la vez, y varias imágenes surgen de repente en feliz confusión del fondo de mi memoria. Me imagino el templo de Jerusalén, me imagino las grandes catedrales que he visitado y las pequeñas capillas en que he rezado. Pienso en el templo que es mi corazón, en las visiones gloriosas del Apocalipsis y en cuadros clásicos de la gloria del cielo. Todo aquello que puede llamarse tu casa, tu morada, tu templo. Todo eso lo amo y lo deseo como el paraíso de mis sueños y el foco de mis anhelos.

"¡Dichosos los que viven en tu casa!"

Ya sé que tu casa es el mundo entero, que llenas los espacios y estás presente en todos los corazones. Pero también aprecio el símbolo, la imagen, el sacramento de tu santo templo, donde siento casi físicamente tu presencia, donde puedo visitarte, adorarte, arrodillarme ante ti en la intimidad sagrada de tu propia casa.

"¡Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa!"


Me veo a mí mismo en el silencio de mi mente, en la libertad de mi fantasía, en la realidad de mis peregrinaciones, en la devoción de mis visitas, arrodillado ante tu altar que es tu presencia, tu trono, tu casa. Disfruto estando allí en presencia física cuando puedo, y en imaginación siempre que lo deseo. Un puesto para mí en tu casa, un rincón en tu templo.

"Hasta el gorrión ha encontrado una casa,
y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los Ejércitos,
Rey mío y Dios mío."


Estar allí, sentirme a gusto junto a ti, verme rodeado de memorias que hablan de ti, dejarme penetrar por el olor de incienso, cantar himnos religiosos que conozco desde pequeño, contemplar la majestad de tu liturgia, inclinarme al unísono con tu pueblo ante la secreta certeza de tu presencia...; todo eso es alegría en mi alma y fuerza en mis miembros para vivir con plenitud de fe, esté donde esté, con la imagen de tu templo siempre ante mis ojos.

Me encuentro a gusto en tu casa, Señor. ¿Te encontrarás tú a gusto en la mía? Ven a visitarme. Que nuestras visitas sean recíprocas, que nuestro contacto sea renovado y nuestra intimidad crezca alimentada por encuentros mutuos en tu casa y en la mía. Que mi corazón también se haga templo tuyo con el brillo de tu presencia y la permanencia de tu recuerdo. Y que tu templo se haga mi casa con la frecuencia de mis visitas y la intensidad de mis deseos en las ausencias.

"Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.
¡Señor de los Ejércitos,
dichoso el hombre que confía en ti!"