Salmo 80, Recuerda tu liberación

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

"Yo soy el Señor Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto."


Un pueblo que olvida sus orígenes pierde su identidad. Por eso el gran mandamiento que Dios da a Israel es: ¡Acuérdate de Egipto! Si os acordáis de Egipto, os acordaréis del Señor que os sacó de Egipto, y seréis su pueblo, y él será vuestro Dios.

Lo que nos hace ser un pueblo es nuestro origen común en Cristo, nuestra liberación, nuestra redención, nuestra salida de Egipto. También nosotros éramos esclavos, aunque no nos gusta recordarlo. Damos por supuesta nuestra independencia y nuestra libertad, el progreso de la raza humana y los avances de la sociedad; todo eso nos parece normal y como que se nos debe; nos olvidamos de nuestros orígenes, y así perdemos los vínculos que nos unen entre nosotros y con Dios. Nos hemos olvidado de Egipto y hemos dejado de ser un pueblo.

"Es una ley de Israel,
un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José,
al salir de la tierra de Egipto."


Acuérdate del pasado, acuérdate de tus orígenes, acuérdate de tu liberación. Acuérdate de Belén y de Jerusalén y del Calvario. Acuérdate, en los fondos de tu propia historia personal, de tu esclavitud a las pasiones, vicios y pecado. Esclavitud personal y cautividad universal de la que nos redimió la acción salvífica que nos hace uno en Cristo. Era es nuestra raíz, nuestra historia, nuestra unidad. La memoria nos une, mientras que el olvido nos dispersa y nos condena a ser grupos separados y facciones opuestas. Una persona sin memoria ya no es persona. Un pueblo sin historia no es pueblo.

Dame, Señor, la gracia de la memoria. Hazme recordar lo que he sido y lo que he llegado a ser por tu gracia. Haz que tenga siempre ante los ojos la pobreza de mi condición y el esplendor de tu redención. Tú rompiste mis cadenas, tú subyugaste mis pasiones, tú curaste mis heridas, tú restauraste mi confianza. Tú me diste una nueva vida, Señor, y esa nueva vida se expresa en la nueva identidad que tengo como miembro de tu pueblo escogido. También yo he salido de Egipto, y no he salido solo, sino en compañía de una alegre multitud que festejaba la misma liberación, porque todos habían estado bajo el mismo yugo.

Para llegar a ser yo mismo he de sentirme miembro de tu pueblo. Acepto el mandamiento que me obliga a recordar mi pasado, y pido gracia para cumplirlo y establecer así las esperanzas del futuro sobre la firmeza del pasado. Soy uno con tu pueblo, uno en la liberación, uno en la esperanza, y uno en el final de la gloria por siempre.

Tú eres mi Señor, mi Dios, que me has sacado de Egipto.