Salmo 73, ¡No tenemos profeta!

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

Esa es la angustia de Israel, la tragedia del Pueblo de Dios, el dolor de la historia: ¡No tenemos profeta!

Ya no vemos nuestras enseñas, no tenemos profetas;
No hay nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo.


Si al menos tuviéramos un jefe, un líder religioso como Moisés, que estuviera en contacto con Dios, que nos comunicara su voluntad, que nos interpretara esta situación en que estamos y que nos parece absurda, que diera un sentido a nuestros sufrimientos y señalara con autoridad divina una dirección de esperanza...; si al menos hubiera un profeta entre nosotros que nos revelara nuestros fallos y guiase nuestras vidas por el camino de la redención, podríamos encontrar resignación en nuestras penas, luz en nuestras dudas y fuerza para caminar. Pero no hay ningún profeta, no hay luz, no hay esperanza y el Pueblo de Dios sufre en la oscuridad perpleja de su oculto destino. Ovejas sin pastor. Rebaño a la deriva. Angustia histórica de una sociedad que quiere liberarse y no sabe por dónde empezar. Israel que se ha quedado una vez más sin profetas. ¿Quién lo guiará?

¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño?
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo,
de la tribu que rescataste para posesión tuya,
del monte Sión donde pusiste tu morada.
Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio;
el enemigo ha arrasado del todo el santuario.
No entregues a los buitres la vida de tu tórtola
ni olvides sin remedio la vida de tus pobres.
Piensa en tu alianza.
Que el humilde no se marche defraudado,
que pobres y afligidos alaben tu nombre.


Tu pueblo está hoy sin profeta, Señor. Ese es nuestro dolor y nuestra pena. Es verdad que no faltan operarios de buena voluntad entre nosotros: hay organizadores y administradores y oficiales y encargados y todos ellos hacen su trabajo con interés y competencia; y los necesitamos y los apreciamos; y todo eso funciona bien, y así es como debe ser, y estamos agradecidos por todo. Pero no hay profeta. Nos falta la voz del desierto, el pensador valiente, el abridor de caminos. Echamos de menos a Isaías, a Elías y a Juan Bautista. Nosotros mismos hacemos lo que tenemos que hacer con fidelidad y constancia, sí, pero sin espíritu, sin valentía, sin ilusión. Seguimos la rutina diaria y cumplimos con nuestro deber; pero nuestra mirada se arrastra por los surcos del camino, en vez de levantarse al resplandor de las estrellas. Es triste un mundo sin profetas.

El mundo necesita tu presencia, Señor; tu presencia a través de hombres y mujeres que hablen en tu nombre y obren con tu poder. Nuestros jóvenes están a la espera de nuevos modelos de santidad; nuestros corazones anhelan nuevas aventuras de acción evangélica. Queremos tener un puesto en el mundo, no ya como una asociación respetable, sino como levadura dinámica en una sociedad inerte. Queremos que se muestre el poder de tu brazo en la crisis profunda que hoy atraviesa la humanidad. ¿Por qué no hablas, Señor, por qué no actúas?

Hasta cuándo, Dios mío, nos va a afrentar el enemigo?
¿No cesará de despreciar tu nombre el adversario?
¿Por qué retraes tu mano izquierda
y tienes tu derecha escondida en el pecho?


Actúa, Señor, actúa a través de tus escogidos. Envía profetas a tu pueblo, envíale mensajeros, envíale santos. Que su voz nos sacuda y nos despierte y nos haga ver las indigencias espirituales de nuestro mundo y la manera de remediarlas con nuestra presencia cristiana. Tus profetas salieron siempre del pueblo, de entre las filas de los campos y los pastoreos, de la fe profunda de humildes creyentes, del eterno anonimato de las canteras de la esperanza. Haz sonar tu llamada, Señor, y convoca a tus emisarios. Y luego danos a nosotros ojos para reconocerlos y corazón para seguirlos. Que tus profetas revitalicen una vez más a tu pueblo, Señor.

Tú, Dios mío, eres rey desde siempre,
tú ganaste la victoria en medio de la tierra.
Tuyo es el día, tuya la noche;
tú colocaste la luna y el sol.
Tú plantaste los linderos del orbe,
tú formaste el verano y el invierno.
Levántate, oh Dios, defiende tu causa:
Recuerda los ultrajes continuos del insensato;
no olvides las voces de tus enemigos,
el tumulto creciente de los rebeldes contra ti.


Tú obras a través de tus profetas, Señor.
Gracias, Señor, por los profetas de antes.
Envíanos, Señor, nuevos profetas ahora.