Salmo 68, La carga de la vida

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

«Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello».

Estoy cansado de la vida.

Estoy harto del triste negocio del vivir.

No le veo sentido a la vida; no veo por qué he de seguir viviendo cuando no hay por qué ni para qué vivir.

Ya me he engañado bastante a mí mismo con falsas esperanzas y sueños fugaces.

Nada es verdad, nada resulta, nada funciona.

Bien sabes que lo he intentado toda mi vida, he tenido paciencia, he esperado contra toda esperanza... y no he conseguido nada.

A veces había algún destello, y yo me decía a mí mismo que sí, más tarde, algún día, en alguna ocasión, se haría por fin la luz y se aclararía todo y yo vería el camino y llegaría a la meta.

Pero nunca se hizo la luz.

Por fin, he tenido que ser honrado conmigo mismo y admitir que todo eso eran cuentos de hadas, y seguí en la oscuridad como siempre lo había estado.

Estoy de vuelta de todo. He tocado fondo. Estoy harto de vivir.

Déjame marchar, Señor.

«Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie;

he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta;

se me nublan los ojos».

Siento el peso de mi fracaso, pero, si me permites decirlo, lo que de veras me oprime y me abruma es el peso de tu propio fracaso, Señor.

Sí, tu fracaso. Porque, si la vida humana es un fracaso, tú eres quien la hiciste, y tuya es la responsabilidad si no funciona.

Mientras sólo se trataba de mi propia pena, yo me refugiaba en el pensamiento de que no importaba mi sufrimiento con tal de que tu gloria estuviera a salvo.

Pero ahora veo que tu gloria está íntimamente ligada a mi felicidad, y es tu prestigio el que queda empañado cuando mi vida se ennegrece.

¿Cómo puede permanecer sin mancha tu nombre cuando yo, que soy tu siervo, me hundo en el fango?

 

"Soy un extraño para mis hermanos,

un extranjero para los hijos de mi madre;

porque me devora el celo de tu templo,

y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí".

 

Por ti y por mí, Señor, por tu honra y por la mía, no permitas que mi alma perezca en la desesperación.

Levántame, dame luz, dame fuerzas para soportar la vida, ya que no para entenderla.

Sálvame por la gloria de tu nombre.

 

«Arráncame del cieno, que no me hunda,

líbrame de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,

que no me trague el torbellino,

que no se cierre la poza sobre mí».

 

No pido más que un destello, un rayo de luz, una ventana en la oscuridad que me rodea.

Un relámpago de esperanza en la noche del desaliento.

Un recordarme que tú estás aquí y el mundo está en tus manos y todo saldrá bien.

Que se abran las nubes, aunque sólo sea un instante, para que yo pueda ver un jirón de azul y asegurarme de que el cielo existe y el camino queda abierto a la ilusión y a la esperanza.

Hazme sentir la gloria de tu poder en el alivio de mi impotencia.

 

"Yo soy un pobre malherido, Dios mío,

tu salvación me levante.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,

proclamaré su grandeza con acción de gracias".

 

¡Señor!, reconcíliame de nuevo con la vida.