Salmo 54, Violencia en la cuidad

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Veo en la ciudad violencia y discordia;
día y noche hacen la ronda sobre sus murallas;
en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza la crueldad y el engaño.


Es mi ciudad, Señor, y son mis días en ella los que así transcurren. Violencia en la ciudad. Huelgas y manifestaciones y gritos de ataque y sirenas de la policía. Calles que parecen campos de batalla, y edificios que parecen fortalezas sitiadas. Disparos y explosiones en la vecindad. Casas que se queman, tiendas robadas, y sangre sobre las losas del pavimento. Y yo he estado en esos edificios y he andado por esas calles.

Conozco la angustia del toque de queda de veinticuatro horas, la picadura amarga del gas lacrimógeno, el frenesí dionisíaco de la multitud en orgía de destrucción, la noticia fría de una muerte violenta en el portal de al lado. La inseguridad de toda la noche, la tensión del encierro obligatorio en casa, la angustia de no saber cuánto durará, el peso negro de la venganza sobre el corazón del hombre.

Esa es mi ciudad, florida en sus jardines y orgullosa en sus monumentos. Ciudad de larga historia y comercio floreciente, de rico folklore y diseño artístico. Ciudad edificada para que los hombres y mujeres vivan en paz en ella, para que recen en sus templos, aprendan en sus escuelas y se mezclen en los amplios espacios de su abrazo urbano. Ciudad a la que amo a lo largo de tantos años en que he vivido en ella, viéndola crecer, e identificándome con el aire y el temple de sus estaciones, sus fiestas, su calor y sus lluvias, sus ruidos y sus olores. Mi hogar, mi casa, mi dirección sobre la tierra, el lugar de descanso adonde vuelvo tras cada viaje, al calor de mis amigos y a la familiaridad del rincón bien amado.

Y ahora mi ciudad arde en llamas y se disuelve en sangre. Siento vergüenza; siento miedo y desgana. Incluso siento la tentación de escaparme y buscar refugio para librarme del odio y la violencia que entristecen y amenazan mi existencia.

¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme!
Emigraría lejos, habitaría en el desierto,
me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor.


Pero no, no me marcharé. Me quedaré en mi ciudad y llevaré sus cicatrices en mi cuerpo y su vergüenza en mi alma. Me quedaré en medio de la violencia, víctima voluntaria de las pasiones del hombre en la solidaridad de un dolor común. Lucharé contra la violencia sometiéndome a ella, y ganaré la paz sufriendo la guerra. Me quedaré en mi ciudad como sus piedras, sus edificios y sus árboles, en fidelidad leal tanto en la adversidad como en la prosperidad. Redimiré los sufrimientos de la ciudad que amo cargándolos en cruz sobre mis espaldas. Que hombres y mujeres de buena voluntad anden de la mano por sus calles para que vuelva la paz a la ciudad afligida.

Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará;
no permitirá jamás que el justo caiga.