Salmo 49, Sangre de animales

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

  

 


Este es mi peligro, Señor, en mi vida de oración, en mis tratos contigo: la rutina, la repetición, el formalismo. Recito oraciones, obedezco las rúbricas, cumplo con los requisitos. Pero a veces mi corazón no está en lo que rezo, y rezo por mera costumbre y porque me da reparo el dejarlo. Voy porque todos van y yo debo ir con ellos, e incluso siento escrúpulo y miedo de que, si dejo de rezar, te desagradará a ti y me castigarás; y por eso voy cuando tengo que ir y digo lo que tengo que decir y canto cuando tengo que cantar, pero lo hago un poco en el vacío, sin sentimiento, sin devoción, sin amor. Cuerpo sin alma.

Y lo peor, Señor, es que a veces pongo precisamente todo el cuidado en los ritos de la liturgia porque he sido negligente en la observancia de tus preceptos. Me fijo en los detalles de tus ceremonias para compensar el haberme olvidado de mi hermano. Me afano en el culto porque he fallado en la caridad. Y me temo que no te hace mucha gracia esa clase de culto.

¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?


Sé que no necesitas mis sacrificios, mis ofrendas, mi dinero o mi sangre. Lo que tú quieres es la sinceridad de mi devoción y el amor de mi corazón. Ese amor a ti que se manifiesta en el amor a todos los hombres y mujeres por ti. Ese es el sacrificio que tú deseas, y sin él no te agrada ningún otro sacrificio. Tus palabras son duras, pero son verdaderas cuando me echas en cara mi conducta:

Tú detestas mi enseñanza,
y te echas a la espalda mis mandatos.
Sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;
te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre.
Esto haces, ¿y me voy yo a callar?


Lo reconozco, Señor; con frecuencia me he portado mal con mis hermanos; ¿y qué valor pueden tener mis sacrificios cuando he herido a mi hermano antes de llegarme a tu altar? Gracias por decírmelo, Señor; gracias por abrirme los ojos y recordarme cuál es el verdadero sacrificio que quieres de mí. Nada de toros o machos cabríos, de sangre o ritualismo, de rutina o rigidez, sino amor y servicio, rectitud y entrega, justicia y honradez. Servirte a ti en mi hermano antes de adorarte en tu altar.

Y una vez que sirvo y ayudo a mi hermano en tu nombre, quiero pedirte la bendición de que, cuando yo me acerque a ti en la oración, te encuentre también a ti, encuentre sentido en lo que digo y fervor en lo que canto. Libérame, Señor, de la maldición de la rutina y el formalismo, de dar las cosas por supuestas, de convertir prácticas religiosas en rúbricas sin alma. Concédeme que cada oración mía sea un salmo, y, como salmo, tenga en sí alegría y confianza y amor. Que sea yo auténtico con mis hermanos y conmigo mismo, para así poder ser auténtico contigo.

Al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.