Salmo 42, El Dios de mi alegría

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés  

  

 

Que yo me acerque al altar de mi Dios,
al Dios de mi alegría.



Dame el don de la alegría, Señor. Lo necesito para mí y para mis hermanos. No es ésta una petición egoísta para mi satisfacción propia, sino una necesidad profunda, a un tiempo social y religiosa, de comunicar a otros tu presencia con el sacramento de tu alegría en la sinceridad de mi corazón.

Este mundo resulta triste para muchos con sus preocupaciones y su miseria, sus luchas y sus tensiones. Apenas se ve una sonrisa genuina o se oye una carcajada espontánea. Hay una niebla de tristeza sobre las vidas de los hombres y las mujeres. Sólo tu presencia, Señor, puede dispersar esa melancolía y hacer que el resplandor de tu alegría brille, como el reventar de la aurora, sobre el desierto de la vida.

Para comunicar tu alegría a hombres y mujeres necesitas otros hombres y otras mujeres que sean testigos y canales de la única verdadera alegría que es tu gracia y tu amor. Por eso te ofrezco aquí mi corazón y mi vida, Señor, para que llegues a otros hombres y mujeres llegándote a mí. Enséñame a alegrarme contigo para que, cuando yo entre en la vida de otra persona, pueda iluminar su rostro en tu nombre, y cuando me presente ante un grupo en sociedad, pueda hacer resplandecer el ambiente con tu esplendor.

Haz que mi sonrisa sea sincera y mi risa genuina. Haz que mi rostro brille con el resplandor de tu presencia. Haz que mi corazón se expansione con el calor de tu gracia. Que mis pasos y mis gestos respondan a la majestad de tu gloria. Bendíceme con la bendición de la alegría para que yo, a mi vez, pueda bendecir en tu nombre a las personas y los sitios que visite. Úngeme con el óleo de la alegría, Señor, para que yo pueda consagrar el mundo de los hombres y mujeres con la liturgia del regocijo.

Todo el mundo desea la felicidad, Señor, y si ven la felicidad en las vidas de los que te siguen y profesan servirte, vendrán a ti para obtener ellos mismos lo que han visto en los que te siguen. Si quieres acreditar la causa de la religión en el mundo, Señor, dales tu alegría a los religiosos que te sirven. Tu alegría es nuestra fortaleza.

Al pedir alegría no me escapo de sufrimientos y pruebas. Conozco la condición humana sobre la tierra, y la acepto con pronta fe. Lo que pido es que, en medio de esas pruebas y sufrimientos que forman parte del ser humano, tenga yo la serenidad y la fuerza de mantenerme firme y avanzar con confianza, para que incluso en mis horas de dolor pueda yo ser testigo del poder de tu mano. Cuando no logre tener el resplandor evidente de la alegría externa, dame al menos la dócil claridad de la aceptación resignada. En la paz y en la alegría, hazme ser siempre testigo sereno de la gloria que viene, ciudadano del cielo que camina por la tierra hacia su último destino.

¡Dios de mi alegría! Esas son mis credenciales. Tu alegría me da derecho a hablar, a convencer y a vivir.

Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan
hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.