Salmo 40, Amor al pobre

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés  

  

 

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
En el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida
Para que sea dichoso en la tierra.


Gracias, Señor por el don que has hecho a tu Iglesia en nuestros días: el don de la inquietud por los pobres, de la denuncia de la opresión y la injusticia, de la lucha por la liberación en las almas de los hombres y en las estructuras de la sociedad. Gracias por habernos sacudido y habernos sacado de la autocomplacencia en el orden de cosas establecido, de la conformidad culpable con la desigualdad social y del contemporizar con la explotación del hombre por el hombre. Gracias por la nueva luz y el nuevo valor que han surgido en tu Iglesia para denunciar la pobreza y luchar contra la opresión ¡Gracias por la Iglesia de los pobres!

Has hecho que nuestros pensadores piensen y nuestros hombres y mujeres de acción actúen. En nuestros días la teología se ha hecho teología de la liberación, y pastores de almas se han hecho mártires. Nos has abierto los ojos para ver en los pobres a nuestros hermanos que sufren, miembros doloridos, junto con nosotros, de ese cuerpo de humanidad cuya cabeza eres Tú. Has acabado con los días en que equivocadamente entendíamos que obedecíamos a tu voluntad al aceptar la injusticia y exhortábamos al pobre a permanecer pobre, como si fuera ésa tu voluntad sobre él. Tu voluntad no es la injusticia, Señor; tu voluntad no es la opresión, y te pedimos perdón si alguna vez hemos usado la excusa de tu voluntad para justificar un orden injusto. Tú has vuelto a hablar por tus profetas, como lo hiciste antaño, y respondemos agradecidos a la llamada y el reto que nos ofrecen. Queremos volver a liberar a tu pueblo.

Tú siempre escuchaste la súplica del huérfano y de la viuda, y tomaste como hecha a ti cualquier injusticia que se hiciera a ellos. En nuestros días, Señor, son pueblos enteros los que son huérfanos, y sectores enteros de la sociedad los que se encuentran desamparados como viuda sin apoyo y sin ayuda. Sus gritos han llegado hasta ti, y Tú, en respuesta, has despertado una conciencia nueva en nosotros para hacernos solidarios con todos los que sufren y hacernos trabajar para acabar con los males que les afligen.

Tomamos a privilegio el que nuestra era haya sido escogida como la era de la liberación, y nuestra Iglesia como la Iglesia de los pobres. Aceptamos con alegría la responsabilidad de trabajar por conseguir un nuevo orden social, de volver a hacer brillar la justicia entre los hombres, para que, así como todos somos iguales en el amor que nos tienes, lo seamos también en el uso de los bienes que Tú nos has legado generosamente a todos tus hijos e hijas.

Queremos que este empeño se convierta en la meta de todos nuestros esfuerzos y en la misión de nuestra vida entera. Nos alegra constatar que a nuestro alrededor se alza una conciencia universal de justicia y hermandad entre todos los hombres y mujeres, y queremos contribuir a ella con nuestro entusiasmo y nuestro trabajo. Sentimos en nuestro corazón la fuerza del llamamiento a un orden justo, y nos consideramos afortunados de haber nacido en este momento y haber recibido esa gracia. Gracias, Señor, por haber bendecido así a nuestra generación, y haz que nos empleemos a fondo en servicio del pobre.

Bendito el Señor, Dios de Israel,
Ahora y por siempre. Amén, amén.