Salmo 32, Los planes de Dios

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

«El Señor deshace los planes de las naciones,

frustra los proyectos de los pueblos;

pero el plan del Señor subsiste por siempre;

los proyectos de su corazón, de edad en edad».

 

Estas palabras me tranquilizan, Señor, como han de tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad.

Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y me entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo.

 

«Los planes de las naciones».

 

Todo es violencia, ambición y guerra.

Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres.

Cada nueva arma en la carrera de armamentos es testigo triste e instrumento potencial de los negros pensamientos que tienen hombres en todo el mundo, de «los planes de las naciones» para destruirse unas a otras.

Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje...

La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el mundo, que amenaza a la existencia misma de la humanidad.

 Ante la evidencia brutal de violencia en todo el mundo, hombres de buena voluntad sienten la frustración de su impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del sentido común y la desaparición de la cordura del escenario internacional.

«Los planes de las naciones» traen la miseria y la destrucción a esas mismas naciones, y nada ni nadie parece poder parar esa loca carrera hacia la autodestrucción.

Más aún que la preocupación por el futuro, lo que entristece hoy a los hombres que piensan es la pena y la sorpresa de ver la estupidez del hombre y su incapacidad de entender y aceptar él mismo lo que le conviene para su bien. ¿Cuándo parará esta locura?

«El Señor deshace los planes de las naciones».

 

Esa es la garantía de esperanza que alegra el alma.

Tú no permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí misma. Esos «planes de las na­ciones», en su edición inicial, eran los planes de los reinos vecinos de Israel para destruirlo y destruirse unos a otros. Y esos planes fueron desarticulados.

La humanidad sigue viva.

La historia continua.

Es verdad que en esa historia continúan los planes de las naciones para destruirse unas a otras, pero también continúa la vigilancia del Señor que aleja el brazo de la destrucción de la faz de la tierra.

El futuro de la humanidad está a salvo en sus manos.

 Contra «los planes de las naciones» se alzan «los planes de Dios», y ése es el mayor consuelo del hombre que cree, cuando piensa y se preocupa por su propia raza.

No conocemos esos planes, ni pedimos que se nos revelen, ya que nos fiamos de quien los ha hecho, y nos basta saber que esos planes existen. Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin falta. Esos planes protegerán a cada nación y defenderán a cada individuo de mil maneras que él no conoce ahora, pero que descubrirá un día en la alegría y la gloria de la salvación final.

La victoria de Dios será, en último lugar, la victoria del hombre y la victoria de cada nación que a sus planes se acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa.

 

«El plan del Señor subsiste por siempre;

los proyectos de su corazón, de edad en edad».

 

La historia de la humanidad en manos de su Creador.