Salmo 117, Alegría pascual

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

 

Voces de Domingo de Pascua, gritos de victoria sobre la muerte, confianza en el poder de Dios, regocijo en el triunfo común y proclamación de este día como el más grande que ha hecho el Señor. 

 

Eso es este salmo rebosante de gloria y de gozo.

 

 

«¡Abridme las puertas del triunfo! 

El Señor está conmigo y me auxilia; 

no me entregó a la muerte. 

La piedra que desecharon los arquitectos 

es ahora la piedra angular. 

Es el Señor quien lo ha hecho, 

ha sido un milagro patente. 

Este es el día en que actuó el Señor: 

sea nuestra alegría y nuestro gozo».

 

Esta es la liturgia de Pascua en el corazón del año. Pero para el verdadero cristiano, cada domingo es Pascua y cada día es domingo. Por eso cada día es Pascua, es «el día que ha hecho el Señor, el día en que actuó el Señor». 

 

Cada día es día de victoria y alabanza, de regocijo y acción de gracias, día de ensayo de la resurrección final conquistando al pecado, que es la muerte, y abriéndose a la alegría, que es la eternidad. Cada día hay revuelo de ángeles y alboroto de mujeres en torno a la tumba vacía. ¡Cristo ha resucitado!

 

 

«Este es el día en que el Señor ha actuado». 

 

¡Ojalá pudiera decir yo eso de cada día de mi vida! Sé que es verdad, porque, si estoy vivo, es porque Dios está actuando en mí con su infinito poder y su divina gracia; pero quiero sentirlo, palparlo, verlo en fe y experiencia, reconocer la mano de Dios en los sucesos del día y sentir su aliento a cada paso. 

 

Este es su día, glorioso como la Pascua y potente como el amanecer de la creación; y quiero tener fe para adivinar la figura de su gloria en la humildad de mis idas y venidas.

 

 

«La diestra del Señor es excelsa, 

la diestra del Señor es poderosa. 

No he de morir: 

viviré para contar las hazañas del Señor».

 

Que la verdad de fe penetre en mi mente y florezca en mis actos: cristiano es aquel que vive el espíritu de la Pascua. Espíritu de lucha y de victoria, de fe y de perseverancia, de alegría después del sufrimiento y vida después de la muerte. 

 

Ninguna desgracia me abatirá y ninguna derrota me desanimará. Vivo ya en el día de los días, y sé que la mano del Señor saldrá victoriosa al final. 

 

 

«El Señor está conmigo, no temo: 

¿qué podrá hacerme el hombre?»

 

Yo solo no puedo conseguir el espíritu de Pascua por mi cuenta. Así como el Domingo de Pascua me encuentro en medio de los fieles que proclaman su fe y robustecen la mía con la unión de su presencia y la voz de sus cantos, así ahora también, día a día, necesito a mi alrededor al grupo amigo que afirme esa misma convicción y confirme mi fe con el don de la suya. 

 

Invito a la casa de Israel, a la casa de Aarón y a todos los fieles del Señor a que canten conmigo la gloria de Pascua para que todos nos unamos en el estrecho vínculo de la fe y la alegría.

 

 

«Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. 

Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. 

Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. 

Dad gracias al Señor, porque es bueno, 

porque es eterna su misericordia».