Salmo 103, Armonía en la creación

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

Me propongo descubrir la belleza de tu creación, Señor, pensando en la mano que la hizo.

Tú estás detrás de cada estrella y detrás de cada brizna de hierba, y la unidad de tu poder da luz y vida a todo cuanto has creado.

«Extiendes los cielos como una tienda, construyes tu morada sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento; los vientos te sirven de mensajeros, el fuego llameante, de ministro».

Tu presencia es la que da solidez a las montañas y ligereza a los ríos; tú das al océano su profundidad, y al cielo su color.

Tú apacientas las nubes en los campos del cielo y las haces fértiles con el don de la lluvia sobre la tierra.

Tú guías a los pájaros en su vuelo y ayudas a la cigüeña a hacerse el nido.

Tú le das al buey su fuerza, y a la gacela su elegancia.

Tú dejas jugar a los grandes cetáceos en el océano mientras peces sin número surcan sus abismos.

De todos te preocupas, a todos proteges; diriges sus caminos y les das alimento para regenerar sus fuerzas y su alegría.

«Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo;

se la echas, y la atrapan;

abres tu mano, y se sacian de bienes».

Y en medio de todo eso, el hombre.

El hombre existe para contemplar tu obra, recibir tus bendiciones y darte gracias por ello.

¡Cuánto más te cuidarás de él, heredero de tu tierra y rey de tu creación! Lo alimentas con los frutos de la tierra para formar su cuerpo y liberar su mente. Tú mismo le ayudas a que saque esos frutos y elabore ese pan.

«El saca pan de los campos,

y vino que le alegra el corazón,

y aceite que da brillo a su rostro,

y alimento que le da fuerzas».

Después envías a la luna y las estrellas para que guarden su sueño, ordenas los días y las estaciones según los ritmos de la vida, iluminas el universo con el sol y cubres la noche con las tinieblas.

«Hiciste la luna con sus fases, el sol conoce su ocaso.

Pones las tinieblas y viene la noche y rondan las fieras la selva.

Cuando brilla el sol, se retiran y se tumban en sus guaridas;

el hombre sale a sus faenas, a su labranza hasta el atardecer».

Todo está en orden, todo está en armonía.

Innumerables criaturas viven juntas, y se encuentran y se saludan con la variedad de sus rostros y la sorpresa de sus caminos. Cada una resalta la belleza de las demás, y todas juntas componen esta maravilla que es nuestro universo.

Sólo hay una nota discordante en el concierto de la creación. El pecado. Está presente como un borrón en el paisaje, como una hendidura en la tierra, como un rayo en el firmamento. Destruye el equilibrio en el mundo del hombre, ennegrece su historia y pone en peligro su futuro.

El pecado es el único objeto que no encaja en el universo ni en el corazón del hombre. Al contemplar la creación, me hiere ese rasgo violento que desfigura la obra del Creador, y mi contemplación del universo acaba, como el salmo, con el grito encendido de mi alma herida:

«¡Que se acaben los pecadores en la tierra,

que los malvados no existan más!»