Salmo 100, Propósitos 

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

Te presento hoy, Señor, la lista de mis propósitos. El final de unos ejercicios, el principio de año, o, sencillamente, un despertar en el que he echado una mirada a mi vida y he anotado algunos temas para recordármelos a mí mismo y para que tú me los bendigas. Aquí están. 

“Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa;
no pondré mis ojos en intenciones viles;
al que en secreto difama a su prójimo le haré callar;
pongo mis ojos en los que son leales:
ellos vivirán conmigo.”

Sé que podía haber sido más concreto, Señor, y en la práctica lo seré si así lo deseas; pero por hoy he preferido trazar sólo líneas generales para enfocar mis esfuerzos y dirigir el día. Quiero esforzarme por que haya rectitud y equidad en mis acciones; quiero observar mis ojos, mis intenciones, mis pensamientos; quiero acabar con la difamación; y quiero recompensar la lealtad. Ése es mi programa para vivir en tu casa. Bendícelo, Señor. 

Sé demasiado bien que los propósitos en sí mismos no sirven para nada. Podría enseñarte listas enteras que he hecho año tras año, con la sinceridad del momento y el exceso de confianza de la juventud, y que hoy son solo documentos repetidos de santa ingenuidad y fracaso total. Listas cuidadosamente escritas con letra lenta y títulos numerados en orden de importancia. Minutas para el olvido. Planes para el fracaso. Mis propósitos no valen para nada, y la experiencia me ha enseñado esa lección con claridad irrefutable. Mis listas son papel mojado. No puedo basar mi vida en ellas. 

Por eso hoy he querido, sencillamente, contarte mis pensamientos e indicar la dirección que me gustaría siguiese mi conducta. Hoy esa lista no es un propósito, sino una oración; es decir, que la lista no es para mí, sino para ti. Es para que tú te acuerdes y la vayas aplicando según surja la ocasión. No son éxitos que yo he de lograr, sino gracias que tú has de concederme. No son mis esfuerzos, sino tu poder. O, más bien, son nuestro trabajo conjunto, tuyo y mío, en unidad de amor y de acción por el bien de mi alma y el de tu casa, que es la mía. 

“Voy a cantar la bondad y la justicia:
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí?”