¿Quién mató a la condesa?

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

   

  

El mismo autor, Marcel Reich-Raniki, que era lector empedernido desde su juventud como demostró su excelente tarea después como crítico literario, cuenta que le gustaba mucho leer de todo, pero estando su vida en peligro diario en el gueto no se atrevía a leer novelas largas, porque, decía con gracia, si me matan antes de llegar al final, lo voy a pasar mal por toda la eternidad sin saber como acababa la novela... Felizmente vivió para contarlo.

Ese humor me recordó lo que sucedió en un vuelo de línea regular entre Los Ángeles y Nueva York. Un pasajero aprovechó el largo vuelo para leer una novela que se había traído y en la que había puesto al principio su nombre, dirección y teléfono según su costumbre. La novela era interesante, y era más larga que el vuelo, por lo que él aterrizó en Nueva York antes de haber llegado al final de la novela. Para no perdérselo, y para no cargar tampoco con el tomo de la novela que era bien gordo, le arrancó sencillamente las páginas que le faltaban y dejó todo el resto del tomo en la bolsa del asiento del avión. Llegó a su casa en Nueva York, acabó la novela, se acostó y se durmió.

Llevaba un rato dormido cuando le despertó una llamada de teléfono. Alguien le decía tímidamente: "Usted perdone la molestia. Le llamo desde Los Ángeles. Esta tarde tomé en Nueva York un vuelo para Los Ángeles, me encontré en la bolsa del respaldo del asiento delantero una novela, y la comencé a leer para distraerme. Me resultó muy interesante, pero al llegar al final me encontré con que le faltaban las últimas páginas, y no puedo dormir sin saber cómo acaba la novela. Como vi su número de teléfono en la primera página, me he tomado la libertad de llamarle para que me diga por favor, ¿quién mató a la condesa?"