Peluquería

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

   

  

El peluquero me dice, "Usted es el único cliente que sonríe mientras le corto el pelo." Claro que al peluquero le gusta hablar de cualquier cosa, pero sí que es verdad. Estoy sonriendo suavemente mientras me corta el pelo. ¿No tengo un espejo bien grande delante, y ninguna otra cosa que hacer mientras me arreglan los pocos pelos que tengo, y es este un momento ideal para practicar lo que predico y sonreír porque siempre he dicho que el sonreír hace bien?

El sonreír hace bien a quien sonríe, relaja los músculos de la cara, configura estructuras musculares de gozo, alegra los ojos, despeja la frente, y si se hace delante de un espejo le hace sentirse a uno travieso, divertido, sorpresivo y ridículo que es lo mejor que uno puede hacer para aliviar la vida y refrescar el ambiente. Reírse de sí mismo.

Y el sonreír hace bien a quien ve la sonrisa inesperada en el rostro de una persona que debería ser seria, y más aún en público ante un espejo mientras le trabajan el cabello. Y aun a los que no la ven pero se encuentran en el entorno del gesto amistoso de labios distendidos. La sonrisa es siempre el centro de un círculo invisible que irradia alegría y proyecta bienestar. Se anima la peluquería.

Me río ante el espejo por la cara de tonto que pongo, por el poco pelo que me queda, por el babero que me han puesto como de pequeñito en la guardería, porque pienso dentro de mí que le he engañado al peluquero, pues en vez de venir cada mes como debería venir, me corto yo mismo como puedo con tijera las patillas que es lo que más se nota y aguanto otro mes por libre ahorrándome la molestia de la visita, el tiempo, el coste..., y la propina. Me río de mi propia sonrisa.

"Cuando quiera, caballero." Ahora sonríe él también. Hasta el mes que viene. Perdón, dos meses. Guárdeme la sonrisa.