Oración cibernetica

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

Al abrir el ordenador cada mañana aprovecho su lento despertar. Mientras se templa, yo junto mis manos ante el rostro y lo saludo con un lento y sentido "namasté", el gesto íntimo y sagrado que me he traído para siempre de la India.

Después acaricio despacio, con las dos manos separadas simétricamente, la pantalla plana del monitor, orgullo de mi mesa de trabajo, tocando suavemente sus bordes rectangulares, bajando por los lados y descansando al pie sobre su base firme y plana. Luego bajo las manos al teclado inalámbrico que descansa sobre mis rodillas para mayor comodidad ergonómica en la postura, y siento las cosquillas de sus teclas en las yemas de los dedos que tan bien se conocen del tacto diario y se saludan con las risas nerviosas de volverse a encontrar. Acuno al ratón inalámbrico suavemente en el molde de mis manos, toco uno por uno los altavoces, la impresora, el modem, la CPU. Vuelvo a juntar las manos ante la frente, inclino despacio la cabeza y permanezco unos instantes en comunión vivida con el aparato que es la prolongación de mis sentidos, y a través del cual se me abre el espacio y se me acerca el mundo. "Namasté."

Es el ritual diario, meditación orgánica, contemplación práctica, oración cibernética. "Ayuddha-puya" lo llaman a eso en sánscrito en la India desde tiempo inmemorial. Literalmente, "Bendición de las armas" que practicaban los guerreros de antaño antes del combate, y que ahora se entiende como "Veneración de los instrumentos de trabajo", y la practican fielmente el labrador con su arado y sus bueyes, el carpintero con la sierra y el martillo, el barrendero con la escoba, el cocinero con los pucheros, el estudiante con sus libros de texto, el escritor con la pluma y el papel. Amar y venerar aquello que nos acompaña en la vida, que extiende nuestras facultades, que nos da el sustento y nos ocupa el día. Tan sencillo y tan profundo como eso. Yo lo hago cada día con mi ordenador. "Namasté."