Me contáis

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Me habéis contado varias veces el cuento del barbero. El barbero le dice a un cliente que él está convencido de que Dios no existe porque hay muchos que sufren en el mundo. El cliente sale a la calle, vuelve a entrar y le dice al barbero: 
- Los barberos no existen.
- ¿Cómo dice usted eso?
- Porque he visto en la calle a un hombre con barba. 
- Pero yo, el barbero, sí existo. Lo que pasa es que ese hombre no viene a mí.
- También Dios existe. Lo que pasa es que la gente no va a él. 

No me ayuda el cuento. También hay gente que va a Dios, y sufre. 

O el cuento del herrero. Está haciendo una espada a golpes y explica: "Yo le doy golpes a este acero, y así es como se convierte en una espada. De la misma manera Dios nos envía los golpes del sufrimiento para que tengamos buen filo." 

Tampoco me convence. ¿No podía Dios hacer ya el acero con filo? Y más aún sufro cuando me cuentan el cuento de una madre que pierde a su hijo pequeño, y un santo la consuela (¿?) revelándole que si su hijo se hubiera hecho mayor, hubiera sido un drogadicto. 

O, uno más. El amigo que enseña a su amigo deprimido por sus fracasos un billete de 100 euros nuevo. ¿Cuánto vale? 100 euros. Luego lo arruga en sus manos y lo pisotea en el suelo. ¿Cuánto vale? 100 euros. Y le regala el billete arrugado con el consejo: "Para que te acuerdes cuando sufres y te deprimes. Siempre vales lo mismo." 

Todos estos son cuentos para contarlos cuando no sufrimos a gente que no está sufriendo. Pero no valen para usarlos ante el verdadero sufrimiento. Yo jamás le diría a esa madre que su hijo iba a llevar mala vida. Ni le intentaría decir a quien sufre una depresión que todo se arregla con un billete de 100 euros arrugado. El sufrimiento es algo más profundo y más serio, y lo primero que requiere es tratarlo con respeto. Odio la superficialidad. También agradezco de corazón la buenísima voluntad de quienes me han enviado esos cuentos.