Me contáis

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

Me hacéis preguntas sobre conducta y sobre moral, ¿se puede o no se puede?, ¿es pecado o no es pecado?, ¿mortal o venial?, y a veces me pedís con insistencia que conteste sí o no a vuestra pregunta, sin más. Siempre necesito toda mi paciencia para no enojarme ante esas peticiónes. No somos niños para recitar respuestas memorizadas. Las circunstancias condicionan el acto, y la responsabilidad de la decisión corresponde a la persona. Hay matices en los colores y hay detalles en la vida. No todo es blanco y negro. Hay todo un arco iris con siete colores principales y mil entre medio. La vida es compleja.

Chesterton, con su acostumbrado humor, pensó que sería muy práctico tener una palabra intermedia, entre el “yes” y el “no” en inglés. Él propuso la palabra “yeo”. ¿Quieres venir de paseo? Yes..., no..., yeo! Lo soluciona todo. La próxima vez que me pidáis un sí o un no, ya sabeís la respuesta: ¡Yeo!

En mi primer año de sacerdocio celebré la Semana Santa en Calcuta, y el Jueves Santo después de los oficios se me presentó un niño pequeño y me recitó lo siguiente que le había hecho aprender de memoria su madre: “Mi madre no ha podido venir porque mi abuelo está enfermo, y me ha dicho le pregunte a ver si mañana, que es Viernes Santo y día de abstinencia, puede darle de comer jugo de hígado. Ya sabe que no se puede comer carne, pero esto no es alimento sólido, es sólo el jugo del hígado que ella saca con el exprimidor y se lo da a beber, pero si usted dice que no se puede, no se lo dará.”

Yo me crecí en aquel momento y me dispuse a dispensarle todos los conocimientos canónicos que me estaban rebosando. Acababa de terminar mis estudios teológicos y me sabía todo el derecho canónico al dedillo, con lo cual podía ahora impartirle al muchacho toda una lección magistral. Él me escuchaba con atención absoluta.

“Mira, hijo mío. De suyo no se puede, pues según el derecho canónico se prohibe la carne y jugo de carne, y el hígado es carne y su jugo cae bajo la prohibición. Pero vamos a considerar las circunstancias. Primero está la edad de tu abuelo. La abstinencia obliga sólo hasta los sesenta años, y sesenta en el derecho canónico quiere decir sesenta incoados, es decir, cincuenta y nueve cumplidos. Luego está la enfermedad de tu abuelo. Puede ser una indisposición pasajera, y puede ser una dolencia persistente con presencia de médico. Y por fin está el aspecto de la nutrición. La posibilidad de darle a tu abuelo mañana algo distinto pero sustancial, o la necesidad de recurrir al jugo de hígado exprimido por no tener otras alternativas en la despensa. Con todo eso hay que formar el juicio y tomar la decisión. ¿Le explicarás todo eso a tu mamá, ¿verdad?”. Acabé mi clase satisfecho conmigo mismo y miré al muchacho. Él seguía sin moverse y mirándome sin apartar la mirada de mi cara. Cuando acabé me dijo:

-Bueno, padre, ¿sí o no?
- Desde luego que sí, hijo mío.