Me contáis

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Casi me esperaba la reacción. Más de uno me ha pedido explicación de la breve anécdota de la vez pasada:

- Le hemos estado observando, Maestro, esta última hora mientras estaba usted en oración.
- ¿Qué oración?

La mejor oración es la que se ha hecho ya tan natural que se identifica con la existencia. Como aquel que se asombró cuando le dijeron que hablaba en prosa. ¿Prosa yo? Yo hablo sin más. ¿Qué oración? Yo vivo sin más. Es decir, estoy vivo del todo, que es estar en contacto con todo y con Dios en todo. Al principio necesitamos un lugar, un tiempo, un reloj para controlarlo, una postura, un mueble para sostenerla, un método, un director para explicarlo, unos “puntos de meditación”, un “examen de la oración”, una contabilidad, un registro, un historial. Todo está muy bien..., con tal de ir dejándolo todo poco a poco por el camino. Hay en el mundo más manuales de oración que oración. Tratan de cómo hacer difícil lo fácil.

Nos daña la distinción entre lo sagrado y lo profano. ¿Sabes qué significa “profano”? En latín “pro-fanum” quiere decir “delante del templo”. Es decir que el templo es lo bueno, lo santo, lo sagrado, y todo lo que está fuera de él es ya devaluado, secularizado, despreciado. Es profano. Está fuera del templo. Según eso sólo seríamos buenos mientras estamos en la iglesia, y al salir de ella entraríamos otra vez en el ambiente mundano en el peor sentido de la palabra. Volveríamos a ser profanos. Es una pena, porque casi todo el día estamos fuera del recinto de la iglesia. Los muros dividen.

Todo el día es sagrado y todo lugar es bendito. Si es que así sabemos verlo y sentirlo. Toda existencia es oración. Si sabemos vivirla. Por eso el Maestro que estaba en oración todo el día, ya no sabía que hacía oración.