Los sastres de Ahmedabad 

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

   

  

Un gran escritor indio, Umáshankar Yoshi, solía decir que los editores son los grandes bienhechores de los escritores, no porque publican sus obras, sino porque les empujan a escribir y les proponen temas para que escriban. Eso es verdad, y a mí mismo algunos libros me han salido por indicación de sabios editores. Pero en general no me salen así. Tiene que ser un tema personal que me llegue al alma a mí primero, se me imponga y salga como por sí mismo al papel.

Una vez en una reunión pública con intelectuales para debatir temas del presente, me propusieron con insistencia que escribiese yo un libro sobre la globalización. Tema candente, amplio y de mi agrado. Yo contesté: "Tenéis razón; es un tema actual, profundo y urgente, y no hay día que no se presente de alguna manera. Pero no me inspira. No me ha llamado a la puerta, no me ha tocado, no me sale. No puedo escribir libros de encargo. No soy un sastre que le das las medidas y la tela y te hace un traje. No trabajo así. Quizá algún día me salga de dentro, y ese día tendréis el libro. Pero ahora, no."

Acabó la reunión, y un resumen de ella con las palabras que yo había dicho salió en los periódicos al día siguiente. Poco después recibí una visita inusual. Era una delegación de los sastres de Ahmedabad. No podía imaginarme yo a qué venían. Los recibí con toda la amabilidad del mundo, nos saludamos, nos sentamos, y delicadamente les pregunté qué deseaban de mí.

El jefe de la delegación me soltó a bocajarro: "¿Qué tiene usted contra los sastres que se mete con nosotros públicamente? ¿No es nuestro oficio tan honorable como cualquier otro? ¿Qué tiene de malo el ser sastre? ¿Por qué dijo usted en público que no quiere ser sastre? ¿Por qué está mal hacer las cosas como un sastre? Nos ha herido su ataque y pedimos explicaciones."

Me dieron ganas de reír, pero comprendí que eso hubiera empeorado aún más la situación. Los buenos sastres se habían sentido tocados en su amor propio cuando se enteraron de que yo no quería ser sastre. Y no era eso tampoco. Si yo fuera sastre, haría trajes a medida con todo cuidado, pero lo que quería decir era que el escribir libros no es como hacer trajes. El traje se hace de encargo. El libro sale de la inspiración.

Hablamos, y los buenos sastres se aplacaron y se despidieron en paz. Pero entonces fui yo el que me quedé pensando. ¿No será que también los buenos sastres, los grandes sastres, los maestros del arte sartorial obran por inspiración y logran a veces ajustes fabulosos que a todos asombran, trajes que son verdaderas obras de arte tan únicas como una joya o como un poema? ¿Y no sucede también que el escritor escriba a veces por rutina, por necesidad, por encargo, y le salgan libros rutinarios de fábrica como los trajes de temporada repetidos y salidos de una misma máquina?

A fin de cuentas tenían razón los sastres.