La vida es dulce

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

    

Le di un caramelo a un niño. Le quitó el papel, tiró el papel al suelo, se metió el caramelo en la boca y siguió jugando a velocidad planetaria. Volvió a pasar un momento a mi lado y aproveché para preguntarle: “¿Te gustó el caramelo?” Me contestó rápido: “¡Andá, si no me he fijado! Dame otro, que éste no lo he notado.” Y me alargó la mano antes de volver a su vértigo.

No se había dado cuenta. Tan inmerso estaba en su juego que no notó el gusto del caramelo en la boca. Se lo tragó sin sacarle el sabor. Tampoco importa. No es ninguna tragedia. No es nada. Un caramelo más o un caramelo menos no cambia la vida. Pero es mucho. Porque es símbolo de lo que nos pasa a todos en la vida entera. La vida es seca, pero también es dulce. A ratos. Tiene sus gozos sencillos, sus momentos de encanto, sus destellos de gloria, sus caramelos rápidos. Y simplemente sus experiencias humanas. Pero no las notamos. Llevamos tanta prisa en hacer lo que no hacemos y en gozar lo que no gozamos, que no nos paramos a disfrutar del placer sencillo, del contacto amigo, de la sonrisa pasajera. En alguna manera, toda la vida es un caramelo. Pero no le sacamos el gusto. Y se nos va sin caer en la cuenta.

Al niño le di otro caramelo. Y se me ocurrió algo. Saqué entonces del bolsillo otro caramelo. Le quité el papel, doblé el papel cuidadosamente y me lo metí en el bolsillo para tirarlo luego a una papelera mientras sostenía el caramelo entre dos dedos. Miré el caramelo en mi mano un momento antes de metérmelo en la boca. Lo tomé. Lo saboreé. Lo gocé. Era el gusto barato y comercial de sacarina compacta en color artificial. Pero me supo a gloria. La vida es dulce.