La generación clónica

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

   

  

Una niña pequeña escuchó, a instancia mía, el principio de la Quinta Sinfonía de Beethoven con su repetido “sol-sol-sol-mííí”. Tiene buen oído, y ella cantó enseguida: “Ta-ta-ta-chúúún.” Le dije eso era música clásica. Luego ella vio la colección de discos compactos de música clásica en mi casa y preguntó inocente señalando con el dedo: “¿Todo esto es ta-ta-ta-chúúún?”

Jóvenes de hoy me dicen que no distinguen a Bach de Beethoven o a Tchaichowski de Stravinski. Todos son iguales para ellos. Me da pena oírlo. Me suena a perderse una riqueza infinitamente variada. Pero enseguida caigo en la cuenta de que yo tampoco distingo al rock del pop ni a Enrique Iglesias de Julio Iglesias. Por lo visto también me estoy perdiendo algo.

Lo que nos es familiar es lo que distinguimos. Cuando los españoles vemos una foto de grupo de japoneses, nos parecen todos iguales; y cuando los japoneses ven una foto de grupo de españoles les parecemos todos iguales. Eso solo quiere decir que no nos conocemos. Aun así, hay que buscar la variedad dentro del grupo.

Cuando veo yo de espaldas a chicos jóvenes caminando por delante de mí, me parecen todos iguales. Y lo mismo si son chicas. Todas visten igual, peinan igual, andan igual, fuman igual, hablan igual (igual de mal). Una vez vi por detrás una muchacha que para mí era sin duda una sobrina mía. Fui a sorprenderla con una palmadita en la espalda, pero me contuve en el último momento y le miré la cara de perfil. ¡Era otra chica! Menos mal que me paré a tiempo.

Y no se diga cuando están en un macroconcierto ante el ídolo de turno. Todos ríen igual, gritan igual, se balancean igual con los brazos en alto al unísono. ¿Son una generación clónica? ¿O es que no los conozco?