Experiencia

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Me llaman al teléfono. Una voz desconocida de mujer me dice: "Le llamo de parte de la empresa [...]; mi nombre es [...]; estamos haciendo una encuesta sobre [...]. Necesitaría hablar, si usted está de acuerdo, con una persona entre catorce y cincuenta años. ¿Hay alguien así en su casa que pudiera contestar a mis preguntas? No llevará más de tres minutos." Contesto educadamente: "No, lo siento, no hay aquí nadie de esa edad." - "Perdone la molestia, y muchas gracias." - "No ha sido molestia. Adiós." Y colgamos los dos.

Los viejos no interesamos. No cuenta nuestra opinión, nuestra actitud, nuestra experiencia. No estamos comprendidos entre los 14 y los 50 años. Y encuentro generoso eso de los 50. Otras encuestas se paran en los 40. Por lo visto no compramos, no viajamos, no molamos. No vivimos de noche, no danzamos, no ligamos. No conocemos el último disco del último cantante. No servimos para nada, y nos cuelgan rápidamente el teléfono. Tachan nuestro nombre en su lista y marcan el número siguiente. En esa otra casa sí, hay una muchacha de 15 años que se pone alegremente al teléfono y se está hablando probablemente más de tres minutos. Y crece la estadística. Estadísticas que luego definen el estilo de vida que hay que seguir.

Echo un vistazo al correo electrónico de varios días. Un mensaje es reacción a una respuesta dada por mí a una pregunta delicada. Me dice: "Es la respuesta más honesta que he recibido a mi pregunta."

Otro Emilio: "Por fin tengo alguien en quien confiar. Lea esto, por favor. Siento alivio con solo escribirle".

Otro: "Cuídese, Carlitos, que nos hace falta."

Otro: "Aquí le queremos mucho."

Otro: "Hijo, todo lo que escribes no tiene desperdicio."

Por lo visto aún servimos para algo. ¿O no será que no me han preguntado la edad?