Espantar gatos

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Me acaba de ocurrir algo divertido. Volvía yo a casa al mediodía y no había nadie en la calle. Sólo una señora mayor de porte distinguido que se me ha acercado tímidamente y me ha dicho, "¿Podría usted hacerme un favor?" A mí se me ha hecho tan extraño aquello que no he contestado. Ella ha insistido educadamente, "¿Me entiende usted en español, verdad?" El caso es que aquí mismo en España la gente que no me conoce no me toma por español, los mendigos me llaman "Mister", y si alguien me detiene para preguntarme dónde está una calle, me pregunta en inglés. No sé qué facha tengo. Le he asegurado a la dama (que era española) que sí que la entendía, y me ha expuesto su trance.

"Mire usted, se me ha escapado el gato de casa y se ha metido en ese jardín de la casa de al lado con la verja alta de hierro por donde él ha podido pasar pero yo no. Y me preocupa naturalmente que el gato esté allí. He llamado a la casa pero no hay nadie. Si yo me acerco al gato desde este lado de la verja, él se queda tan tranquilo donde está porque me conoce. Pero si usted se acerca a él desde la verja y lo asusta por entre los barrotes, estoy segura de que él saltará la verja y se vendrá conmigo a refugiarse en mi casa. ¿Le importaría acercarse a mi gato desde aquí y espantarlo, por favor?"

Me han pedido muchas cosas en la vida, pero nunca espantar gatos. Para todo hay que estar preparado. Me he acercado a la verja y he visto al gato. Era un ejemplar precioso. Angora puro con unos ojos intensos que me miraban desafiadores. No teniendo mucha experiencia en la materia he metido la mano por entre los barrotes de la verja y la he agitado, pero el gato no se ha movido. La he metido más adentro a través de las ramas de un rosal, y me he pinchado con una espina. La he sacado con una gotita de sangre en un dedo. La dama casi se desmaya, pero ahora era ya cuestión de honor.

Llevaba yo en la otra mano el último número de la revista "THE TABLET" con un artículo precioso del Cardenal König sobre el Vaticano II que me acababa de dejar un compañero, lo he enrollado bien, lo he metido por las rejas y se lo he sacudido al Angora en los bigotes. ¡Santo remedio! No sé si ha sido el efecto del Cardenal König, del Vaticano II o del miedo de torcerse los bigotes, el caso es que el gato ha saltado limpiamente, se ha escurrido bajo mis pies y se ha metido en su casa ante la sonrisa agradecida de su dueña. Para colmo, la dama me ha dicho "Thank you" en inglés. Yo me he sonreído, y espero os sonriáis conmigo. Y si tenéis algún gato díscolo... ya sabéis a quién llamar.