En el metro

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

Yo entré primero en el ascensor que bajaba de la calle al Metro. Detrás de mí entró una niña pequeña con una mochila. Era china. Ojos de almendra, nariz insinuada, mejillas alegres. Me sonrió. Se cerró la puerta del ascensor y empezó a bajar. Estábamos los dos solos. La niña se dio la vuelta, señaló a la parte trasera del ascensor que tenía otra puerta y me dijo en castellano con acento exótico: “Se sale pol alí.” Yo ya lo sabía, pero me gustó me lo dijera. Le sonreí. El ascensor paró, y salimos por la puerta de atrás.

Era muy pequeña y andaba sola de noche por el Metro. No tenía ningún miedo. En el Metro se sentó enfrente de mí. Le sonreí. Me sonrió. Tenía un diente roto, pero aún le hacía lucir más la sonrisa. Mi estación llegó antes que la suya, y yo me levanté para salir. Le dije adiós con la mano. Ella me dijo adiós con la mano. Y me sonrió.

Al salir la miré por última vez. Allí estaba. Pequeñita y solita. Con la gran mochila a la espalda. Con la sonrisa y el diente roto. Con las piernas colgando en el asiento entre gente mayor, seria, distante. En la anonimidad del Metro, en el temblor de la noche. Me dio pena y ternura. La soledad del inmigrante. Me consolé pensando que ella esa noche en casa les contaría en chino a sus papás que se había encontrado en el Metro con un señor mayor que le sonrió.