El pianista del gueto de Varsovia

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés 



Primero leí el libro autobiográfico de Wladyslaw Szpilman, y luego vi la película de Roman Polanski sobre el libro. Lo que más me impresionó fue ver las fechas sobreimpresas en las imágenes de los tristes eventos del gueto de Varsovia y pensar: Yo entonces tenía quince años... y no me enteré de nada. Nada se sabía de aquello entonces. No había la información de ahora. Algo hemos avanzado en enterarnos de lo que sucede en nuestro tiempo.

Como suele suceder, el libro me gustó más que la película. Y no sin razón. Valga una prueba. La película muestra al padre de Szpilman que rehusa saludar a los soldados alemanes en la calle, y uno de estos lo tumba de una bofetada. La verdad del libro es muy distinta, y muy instructiva:

"Entre las muchas normas molestas impuestas a los judíos había una que no estaba escrita pero debía observarse de manera muy estricta: los hombres de ascendencia judía debían inclinarse ante los soldados alemanes. Esta obligación estúpida y humillante nos hizo hervir de rabia a mi hermano y a mí. Hacíamos todo lo que podíamos para eludirla. Dábamos largos rodeos por la calle solo para no encontrarnos con un alemán y, si no podíamos evitarlo, mirábamos a otra parte y hacíamos como si no lo hubiéramos visto, aunque eso pudiera costarnos una paliza.

La actitud de mi padre era por completo diferente. Elegía las calles más largas para sus paseos, y se inclinaba ante los alemanes con una gracia y una ironía indescriptibles, sintiéndose feliz cuando uno de los soldados, desorientado por su radiante sonrisa, le respondía con un atento saludo y le sonreía como se fueran buenos amigos. Al volver a casa por la noche no podía remediar hablarnos con naturalidad de su amplio círculo de amistades: le bastaba poner un pie en la calle, nos decía, para que lo rodearan decenas de conocidos. Él no podía hacer otra cosa que corresponder a tanta cordialidad y tenía la mano rígida de tanto saludar con el sombrero. Decía esto con una sonrisa traviesa, frotándose regocijado las manos." [p.51]