El fruto de la inmortalidad

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

Tras muchos esfuerzos, el rey Bhratruhari había conseguido apoderarse del fruto de la inmortalidad: quien lo comiera, no moriría jamás; pero solo una persona podía comerlo. Dio pues el rey el fruto a quien más amaba, a su esposa y reina Pingalá para hacerla inmortal.

Pero la reina estaba secretamente enamorada del auriga real, y en vez de tomar ella misma el fruto de la inmortalidad, prefirió dárselo a su amante.

El auriga por su parte le estaba haciendo la corte a una de las sirvientas de palacio, y para ganarla le obsequió con el fruto.

A su vez la sirvienta, con la esperanza de lograr una buena recompensa, le ofreció el fruto de la inmortalidad al mismo rey.

Se sorprendió el rey sobremanera. Mandó investigar el recorrido del fruto de la inmortalidad, y al saber toda la verdad y caer en la cuenta de la futilidad del amor humano, abandonó el trono y la capital, se fue a la selva y se hizo ermitaño.

No se sabe quién se comió el fruto por fin.