El coro de "Nabucco"

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

El autor de Aida, Giuseppe Verdi, no tuvo comienzos fáciles en la ópera. Su obra primeriza "Un giorno di regno" había sido un fracaso total, y él había entrado en una profunda depresión. Decidió no volver a componer música jamás. El empresario Merelli puso entonces en sus manos un libreto de Temístocle Solera, de asunto bíblico, titulado "Nabucodonosor". Verdi se lo puso bajo el brazo sin el menor interés y salió a la calle. Esto es lo que luego sucedió según él mismo cuenta:

"Caminando por las calles, sentí una especie de malestar indefinible, una tristeza absoluta, una angustia que me hinchó el corazón. Volví a casa y, con un gesto casi violento, tiré el manuscrito encima de la mesa. Al caer en la mesa, el cuaderno se abrió; sin saber cómo, mis ojos se fijan en la página que estaba ante mí, y se me aparece este verso: "Va pensiero, sull'ali dorate." Recorro con la vista los siguientes versos y recibo una gran impresión. Leo un fragmento, leo dos. Luego, firme en mi propósito de no escribir música, me obligo a mí mismo a cerrar el cuaderno y me voy a la cama. Pero, ¡ay!... Nabuco andaba por mi cabeza, el sueño no venía; me levanto y leo el libreto, no una vez sino dos, tres, tantas que por la mañana se puede decir que me sabía de memoria todo el libreto. A pesar de todo, no quería apartarme de mi propósito, y al día siguiente vuelvo al teatro y le entrego el manuscrito a Merelli. Me dice:
- Precioso, ¿eh?
- Preciosísimo.
- ¡Ea!... pues ponle música.
- Ni en sueños. No quiero saber nada de esto.
- ¡¡Ponle música, ponle música!!
Y diciendo esto, coge el libreto, me lo mete en el bolsillo del abrigo, me coge por los hombros, y de un empujón no solo me saca fuera del despacho sino que me cierra la puerta con llave en la cara. ¿Qué hacer? Volví a casa con el Nabuco en el bolsillo. Poco a poco la ópera fue compuesta. Cuando en el primer ensayo se llegó al "Va pensiero" se hizo silencio en la sala, y todos los operarios abandonaron su trabajo. Cuando el número terminó prorrumpieron en el aplauso más ruidoso que yo haya oído nunca, gritando, "¡Bravo, bravo, viva el maestro!" y dando golpes con sus herramientas en la tarima. En aquel momento supe lo que me reservaba el futuro."