DO-RE-FA-MI

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

Desde pequeño me ha encantado Mozart, y su música me ha alegrado la vida. Por eso puedo permitirme una pequeña crítica, no por criticar sino por aprender lo que nos enseña.
Después de recrearnos toda su vida con melodías geniales, con temas originales, con sencillez profunda y alegría juguetona, llega Mozart a la última sinfonía de su vida, la 41, tan soberbia que mereció el nombre del padre de los dioses y de los hombres, "Júpiter", por el que se la conoce. En su última sinfonía llega Mozart al último movimiento, el cuarto, "Molto allegro" que cierra su obra sinfónica. ¿Y sobre qué tema lo construye? Sobre el "do-re-fa-mi" manido y sobado, que son solo esas cuatro notas en medidas iguales repetidas todas las veces que haga falta hasta acabar cuando se desee.
Para colmo, ese tema ni siquiera era de Mozart. Era, sencillamente, propiedad común de cualquier músico de la época. Aparece en una fuga de "El clave bien temperado" de Bach, en un cuarteto de Haydn, y, encima, en una Misa del propio Mozart donde la palabra "Cre-e-e-do" se canta en esas cuatro notas, "do-re-fa-mi". Era algo a lo que se recurría cuando al compositor no se le ocurría nada. Y a Mozart, en el último movimiento de su última sinfonía, no se le ocurre nada.
¿Qué nos enseña esto? Que hasta los genios tienen lagunas. Que hasta Mozart se queda sin melodías. Y así no nos sorprende que nosotros mismos nos sintamos a veces vacíos, sin ganas, sin inspiración, sin melodías. No nos extrañemos de nuestras sequedades. La vida, a veces, es un desierto.
Pero la lección es que Mozart, aun con ese tema prestado y sabido, logra un cuarto movimiento alegre, movido, animado, agradable ya que no genial. Podemos animar la vida... aun cuando nos encontramos bajos de forma. "Do-re-fa-mi" a toda garganta, y adelante. Yo lo hago.