Desahogo

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

[Me permito un pequeño desahogo tras la frustración de tantas direcciones ilegibles, borrosas, incompletas, omitidas en cartas de correo ordinario que deseo contestar pero no puedo, o lo hago pero sin poder enviarlas, o las envío sin saber si llegarán porque llevan la dirección del remitente mal escrita y no puedo descifrarla. Acabo de recibir una de estas, la he contestado, y en el sobre de mi respuesta he puesto lo que yo intenté descifrar en la dirección que había escrito a mano el remitente, añadiendo en varias líneas todas las posibles lecturas alternativas de los garabatos del remite que me ocurrían para estudio del cartero en un sobre que parecía más un cuestionario para una oposición que un sobre de correo. Luego he pegado cuidadosamente el sello. Y esto es lo que he escrito dentro en mi respuesta:]

Querida...:
Me has hecho pasar un mal rato con tu dirección postal según la escribes en el remite de tu carta. No se lee bien en el sobre. Y no la has puesto dentro. Y yo tengo que contestar docenas de cartas por mí mismo, y por lo visto a la gente le parece que su nombre y su dirección son tan claros y evidentes y naturales que cualquiera los puede leer. Yo, no. Con frecuencia lo que hago es cortar con tijeras la dirección del sobre del remitente y pegarla tal como está en el sobre de mi respuesta, con lo cual lo único que hago es traspasarle el problema al cartero. A él, al menos, le pagan por eso. Pero en tu caso no he podido hacer ni eso porque tu dirección, además de estar oscura y diminutamente escrita, está cubierta de matasellos por todas partes y por los sellos que has pegado encima, y no puedo separarla y cortarla. Esto me ha pasado tantas veces que comprenderás mi frustración.

Otras veces personas que me han escrito varias cartas se creen que yo me sé de memoria las direcciones de todas las personas que me han escrito a lo largo de toda mi vida, y omiten alegremente toda referencia a su ciudad o su calle o su apellido. Me encanta la confianza, pero no cuando me reduce a la impotencia.

Hasta en el correo electrónico me sucede con frecuencia que recibo un emilio, envío mi respuesta automáticamente a la dirección que ha puesto el remitente... y el servidor de correo electrónico la rechaza porque la dirección está mal puesta, y me dice brutalmente en la ventana correspondiente en inglés: "This address has permanent fatal errors." Y yo no tengo manera de decirle al remitente que su vida está llena de errores fatales, porque no le llega mi mensaje.

También me pasa con gente que me escribe a mi página Web, pero no ponen su dirección electrónica esperando que yo les conteste públicamente en la próxima página. Pero la página es pública, como digo, y la consulta hecha puede no prestarse a una contestación pública; y yo quiero contestar pero en privado a la persona que me la hizo, pero no puedo porque no ha puesto su dirección.

Lo peor es que la gente se cree luego que yo no he contestado, cuando sí que lo he hecho pero se ha perdido la carta, o no lo he hecho pero sólo porque no tenía una dirección o una dirección legible a que contestar.

Y más de una vez me ha sucedido algo horrible. Recibo una carta. La contesto inmediatamente con todo interés y alegría, la firmo con cariño, voy a poner el sobre... y entonces caigo en la cuenta de que la carta, por olvido del remitente, no traía dirección alguna ni dentro ni fuera. Y me quedo yo con mi respuesta escrita en la mano... y sin poder mandarla. Desesperante.

Esta misma carta no sé si te llegará, con todo el tiempo que me he tomado en contestarte y con todas las alternativas que he puesto en el sobre para orientar al cartero y desearle suerte. Aunque casi estoy deseando que no te llegue, porque si te llega y la lees me vas a poner verde en tu próxima. Me lo merezco. Pero, por favor, pon tu dirección clara en tu próxima para que nos entendamos.

Y con esto se me acabó el papel. Perdona que no conteste a tus preguntas. Abrazos.