Como preparar un examen

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

   

  

Un amigo mío se preparaba para un duro examen de alto nivel. Cinco examinadores en vista oral. Me empezó a decir lo poco que ellos valían y lo poco que sabían de la materia. Yo le paré en seco: "No hagas eso. No pienses eso. Si vas a tu examen pensando mal de tus examinadores, por mucho que les saludes y les sonrías al presentarte, llevarás escrito en tu frente el desprecio que sientes por ellos, y ellos lo leerán por inconscientemente que sea, y te corresponderán con el mismo desprecio, con lo cual el que saldrás perdiendo serás tú. Piensa que ellos son profesores dignos, que han estudiado, que saben la materia, que están cumpliendo con su deber y quieren hacerlo lo mejor posible, que son amigos tuyos y como tales los respetas y los aprecias. Desde ahora ya y hasta que entres en su presencia y para siempre, piensa bien de ellos, y tus pensamientos les llegarán y ellos pensarán bien de ti y todo saldrá bien y todos nos alegraremos." Me dio las gracias y me hizo caso. Pasó el examen con la calificación más alta. Por unanimidad. Desde luego que se merecía el resultado por su preparación y por su valer. Pero también creo que una esquinita del buen resultado me la debe a mí.

Yo aprendí la lección cuando era profesor de matemáticas en la universidad de San Javier de Ahmedabad en la India. Había un profesor que cuando sonaba la campana para ir a clase se levantaba de su silla en la sala de profesores, tomaba la tiza y el borrador y el libro de texto, se dirigía a la puerta y decía en voz alta volviéndose a los demás profesores: "Vamos a enseñarles a esos desgraciados."

Aquellos "desgraciados" lo odiaban. Ellos no le habían oído decir eso, pero no hacía falta oírle. Lo que se piensa, se refleja. Hablan los ojos, la cara, la expresión, el gesto. "Desgraciados." Y le pagan en la misma moneda. "Ese profe es un desgraciao." El profesor sabía la materia. Pero no sabía psicología. Y no amaba a sus alumnos.

No basta con hablar bien. Hay que pensar bien. Y, sobre todo, hay que querer bien. Y eso no precisamente como táctica para pasar un examen o dar bien una clase, sino como ley de vida. "Vamos a enseñarles a esos buenos muchachos. Tengo suerte de ser su profesor." Y ellos de ser tus alumnos. "Amaos los unos a los otros."