Código de barras

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

   

  

La Feria del Libro estuvo muy bien. Libros y editores y libreros y lectores. El mundo en que me muevo, con todo su atractivo, sus caras conocidas, sus últimas publicaciones, sus propuestas y sus planes. El contacto físico con mi último libro recién salido de la imprenta con la tinta fresca y las páginas vírgenes expuesto a las miradas del público en múltiple imagen sobre la estantería vertical contra la pared. Fiesta para los ojos y el tacto y la mente y el alma.

Pero me dejó un gustillo dudoso por la pequeña operación a que fui sometido al entrar. Me dieron la tarjeta de siempre para prender en la solapa como identificación y pasaporte, y me la colgué en la chaqueta como es debido. Allí estaba mi nombre completo, mi profesión de escritor, la editorial que me patrocinaba... y luego un misterioso código de barras con su fila paralela de barras gordas y delgadas y debajo los múltiples numeritos clasificadores que me identificaban. Los miré un momento. Me vi reducido a barras y números. Identificado por un código secreto con todos mis datos, mis características y mi personalidad.

Me dio miedo. Allí estaba resumido todo mi ser para que lo leyera quien quisiera, solo con pasarme por una maquinita. Me hizo sentirme como una mercancía de supermercado. Me meten en un carrito de compra, me dejan en el mostrador, me barren con el láser delatador, y sale mi precio en euros y mi fecha de caducidad.

Temo que hasta mis pensamientos ocultos aparezcan en la pantalla al ser activado mi código de barras, que se descubra mi conciencia y mis fobias y mis flaquezas. Confesión pública de mi vida entera. Todo en ese código misterioso. Ya no puedo vivir tranquilo. Ha quedado al descubierto la llave de mi intimidad. Paseo encogido por la feria evitando miradas. Me cubro la solapa disimuladamente con la mano. Salgo a escondidas del recinto ferial y, cuando no me ve nadie, arrojo la tarjeta amenazadora al primer cubo de basura que encuentro. Antes de arrojarla, anoto con temblor el número secreto. 3430092337475. Ese soy yo.