Documentos de la Iglesia. 

Textos del concilio Vaticano II

Evangelii Nuntianti

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO


CAP1TUL0 1

Del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora

Testimonio y misión de Jesús


6. El testimonio que el Señor da de sí mismo y que san Lucas ha recogido en su evangelio («Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades» Lc 4,43) tiene sin duda un gran alcance, ya que define en una sola frase toda la misión de Jesús: «porque para esto he sido enviado» (Ib.). Estas palabras alcanzan todo su significado cuando se las considera a la luz de los versículos anteriores en los que Cristo se aplica a sí mismo las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres (Lc 4,18).

Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los nos pobres, con frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumplimiento de las promesas y de la Alianza propuesta por Dios, tal es la misión para la que Jesús se declara enviado por el Padre; todos los aspectos de su misterio -la misma encarnación, ­los milagros, las enseñanzas, la convo­cación de sus discípulos, el envío de los Doce, la cruz y la resurrección, la continuidad de su presen­cia en medio de los suyos- forman parte de su actividad evangelizadora.


Jesús, primer evangelizador



7. Durante el Sínodo, los obispos han recordado con frecuencia esta verdad: Jesús mismo, evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena. 

Evangelizar: ¿Qué significado ha tenido esta pa­labra para Cristo? Ciertamente no es fácil expresar en una síntesis completa el sentido, el contenido, las formas de evangelización tal como Jesús lo concibió y lo puso en práctica. Por otra parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida. Bástenos aquí recordar algunos aspectos esenciales.



El anuncio del reino de Dios


Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un Reino, el reino de Dios: tan importante que en relación a él, todo se convierte en «lo de­más que es dado por añadidura. Solamente el Reino es, pues, absoluto y todo el resto es relativo.

El Señor se complacerá en describir de muy di­versas maneras la dicha de pertenecer a ese Reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el mundo rechaza: las exigencias del Reino y su carta magna (Mt 5,7), los heraldos del Reino los misterios del mis­mo, sus hijos, la vigilancia y fidelidad requeridas a quien espera su llegada definitiva (Mt 24,25).



El anuncio de la salvación liberadora


9. Como núcleo y centro de su buena nueva, Je­sús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es, sobre todo liberación del pecado y del Ma­ligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo, de entregarse a Él. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (Mt 24,36; He 1,7; I Tes 5.1-2).

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CAPÍTULO 2


¿Qué es evangelizar?


Complejidad de la acción evangelizadora


17. En la acción evangelizadora de la Iglesia entran a formar parte ciertamente algunos elementos y aspectos que hay que tener presentes. Algunos revisten tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con la evangelización. De ahí que se haya podido definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo a aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de otros sacramentos.

Ninguna definición parcial y fragmentaria refle­ja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se trata de abarcar de golpe todos sus elementos esenciales.

Estos elementos, insistentemente subrayados a lo largo del reciente Sínodo, siguen siendo profundizados con frecuencia, en nuestros días, bajo la influencia del trabajo sinodal. Nos alegramos de que en el fondo sean situados en la misma línea de los que nos ha transmitido el concilio Vaticano II, sobre todo en la Lumen Pentium, Gaudium et spes, Ad gentes.

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CAPÍTULO 7


El espíritu de la evangelización



Exhortación apremiante


74. No quísiéramos poner fin a este coloquio con nuestros hermanos e hijos amadísimos sin hacer una llamada referente a las actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización.

En nombre de nuestro Señor Jesucristo, de los apóstoles Pedro y Pablo, exhortamos a todos aque­llos que, gracias a los carismas del Espíritu y al mandato de la Iglesia, son verdaderos evangeli­zadores a ser dignos de esta vocación, a ejercerla sin reticencias debidas a la duda o al temor, a no descuidar las condiciones que harán esta evangeli­zación no sólo posible, sino también activa y fruc­tuosa, He aquí, entre otras, las condiciones funda­mentales que queremos subrayar.



Bajo el aliento del Espíritu



75. No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo. Sobre Jesús de Nazaret el Espíritu descendió en el momento del bautismo cuando la voz del Padre -«Tú eres mi hijo muy amado, en ti pongo mi complacencia»- manifiesta de manera sensible su elección y misión.

Es «conducido por el Espíritu» para vivir en el desierto el combate decisivo y la prueba suprema antes de dar comienzo a esta misión. «Con la fuerza del Espíritu» vuelve a Galilea e inaugura en Nazaret su predicación, aplicándose a sí mismo el pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí». «Hoy -proclama él- se cumple esta Escritura». A los discípulos, a quienes está para enviar, les dice alentando sobre ellos: «Recibid el Espíritu Santo».

En efecto, solamente después de la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los apóstoles salen hacia todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de evangelización de la Iglesia, v Pedro explica el acontecimiento como la realización de la profecía de Joel: «Yo derramaré mi Espíritu»" Pedro, lleno del Espíritu Santo, habla al pueblo acerca de Jesús Hijo de Dios. Pablo mismo está lleno del Espíritu Santo" antes de entregarse a su ministerio apostólico, como lo está también Esteban cuando es elegido diácono, y más adelante, cuando da testimonio con su sangre. El Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también «sobre los que escuchan la "Palabra».

«Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece». Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las ense­ñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él, Y pone en los labios las palabras que por sí "lo no podrá hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la huerta nueva y del Reino anunciado.

Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la ac­ción discreta del Espíritu. La preparación más refi­nada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin el. Sin él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases socioló­gicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.

Nosotros vivimos en la Iglesia un momento pri­vilegiado del Espíritu. Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a él. Quiere dejarse condu­cir por él.

Ahora bien, si cl Espíritu de Dios ocupa un pues­to eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangeliza­ción tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.

Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: él es quien impulsa a cada uno a anunciar el evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación. Pero se puede decir igualmente que él es el término de la evangelización; solamente él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización quería provocar en la comunidad cristiana. A través de él, la evangelización penetra en los corazones, ya que él es quien hace discernir los signos de los tiempos -signos de Dios que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia