Las mujeres del Evangelio

III. Tres profetisas

Editado por Escuela Bíblica de la Axarquía (Con Licencia Eclesiástica)

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

            El profeta se define por su facultad carismática, es decir, su peculiaridad de elegido de Dios. Es una vocación, una llamada especial que recibe de Dios. La certidumbre de haber sido llamado para hablar a los semejantes en nombre divino es la característica más notoria del profeta. En sus relatos de vocación, los profetas se muestran convencidos de ser enviados de Dios (Is 6; Jer 1-3; Am 3,3-8…).

            El termino “profeta”, en su etimología y semántica, consta de dos partes: “pro” y “feta”. Feta es un sustantivo verbal derivado del verbo “femí” que significa: hablar. Feta es el que habla, como asceta, es el que se ejercita y atleta, el que lucha. “Pro” es una preposición con tres contenidos: Uno, en lugar de, con valor sustitutorio, que vemos en palabras como “pro-nombre”, o “pro-curador; segundo, abiertamente, con sentido modal, en “pro-palar” y “pro-clamar”: hablar y clamar abiertamente; y tercero, con proyección de futuro, en sentido temporal, en palabras como “pro-grama”: relación de lo que se va a hacer, y “pró-logo”: reseña inicial de un escrito. Así pues, profeta es el que habla abiertamente en lugar de Dios y con proyección de futuro.

            La revelación bíblica es el resultado de la acción de Dios que hace uso del lenguaje de los hechos. Provisto de clarividencia, el profeta manifiesta la actuación de Dios en la historia y procura que los hombres descubran la dimensión del acontecer referente a Dios.

            Entre las formas literarias proféticas, el oráculo es la más específica. Unas veces, el hombre consulta a Dios; otras, es Dios quien toma la iniciativa y comunica su oráculo o mensaje religioso o moral directamente o por medio de su profeta o vidente.

Estas tres profetisas o videntes no son unas profesionales ni recurren a ninguna técnica adivinatoria, sino que reciben la revelación directamente. Es una manifestación intuitiva, una inspiración de orden interior que, a veces, llega a través de sueños.

 

1. ISABEL (Lc 1, 5-45)

 

Isabel (Dios es plenitud, perfección) descendiente de la casa de Aarón, estaba casada con el sacerdote Zacarías, los dos de avanzada edad, pero se mantenían fieles y confiados en Yahvé; como Abrahán y Sara, eran mayores y sin descendencia; no tenían hijos porque ella era estéril, como Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón y la de Samuel. La esterilidad, en Israel era considerada como un oprobio. Sucedió que, como eran justos, un día vino el ángel del Señor y le dijo a Zacarías: tu petición ha sido escuchada; Isabel te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan (Lc 1,13). Concibió, pues, Isabel y estuvo durante cinco meses recluida.

En el sexto mes, recibió la Virgen María la Anunciación por parte del ángel Gabriel. Por aquellos días, María se puso en camino y fue a visitar a su tía Isabel. Al entrar en la casa, saludó a su parienta Isabel que, apunta Lucas, quedó llena del Espíritu Santo y exclamó a gritos: ¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿de dónde que venga a verme la madre de mi Señor? (Lc 1,41-43).

Movida por la fuerza profética del Espíritu, conoce y proclama que María está en cinta por obra del Espíritu Santo y por la voluntad de Dios: el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1,35); que el fruto de su seno es el Hijo de Dios y, en consecuencia, la llama madre de “mi Señor”. Es la proclamación mesiánica, sabe por revelación divina que se halla ante el Mesías; late en el ambiente el encuentro del Precursor con Jesús que salta en el seno de Isabel.

2. ANA (Lc 2, 36-38)

 

Lucas introduce la tradición histórica de la profetisa Ana (Yahvé se ha compadecido). Era hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya de avanzada edad. Casada durante siete años, había enviudado y consagrado su vida al servicio de Dios y a la interpretación de sus designios. Entre ayunos y oraciones, esperaba la liberación mesiánica del pueblo elegido, expectación viva ante todo en la capital, prorrumpid a una en gritos de júbilo, ruinas de Jerusalén (Is 52,9). Jerusalén es para San Lucas el centro predestinado de la salvación (Lc 9,31.51.53); es el lugar de la muerte de Jesús, de las apariciones del Resucitado y el origen de la Iglesia. El Evangelio, la conversión y el perdón comienzan en Jerusalén.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, subieron al niño Jesús a Jerusalén para presentarlo en el Templo, como está escrito en la Ley del Señor. Ana tuvo la revelación sobre Aquel Niño y su obra mesiánica. Alaba a Dios por encontrarse con el Mesías y le hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén (Is 40,2); el Mesías liberará la ciudad de la opresión que padece en castigo por la conducta moral de Israel. Debía de haber personas y foros que cultivaban y vivían esta esperanza. Simeón y Ana representan el “resto” fiel de Israel que mantiene indemne su fe en Dios.

 

3. LA ESPOSA DE PILATOS (Mt 27,19)

 

            Mientras Pilatos estaba ocupado con el proceso de Jesús, su mujer le envió un recado, diciéndole: No te metas con ese justo, pues he sufrido mucho hoy en sueños por causa de él (27,19). Es frecuente en la Biblia este modo de manifestarse las visiones y apariciones proféticas. San José recibe el aviso del Señor “en sueños” (Mt 1,20; 2,13), manifestación divina de orden superior que resuelve todas sus dudas. Dios puede dar a conocer sus designios por un sueño. Se habla del videntismo intuitivo que se produce por una inspiración interna o una visión contemplada en sueños. El fundamento está en la fe y confianza en Dios, cuyos designios trascienden el conocimiento humano (Rm 11,33), que habla a los hombres sin ambigüedades en estado de vigilia o de descanso.

En casi todas las religiones, a través de milenios, se han dado distintas clases de adivinación, oniromancia y comunicación de oráculos. Para la sociedad antigua, los sueños eran motivo de importancia y superstición; los romanos no olvidaban que Calpurnia la víspera había soñado el crimen de César. La mujer del procurador ha padecido mucho en sueños porque ha visto que se condenaba a un hombre inocente y justo. Fue quizás un encuentro sobrenatural que la prevenía del atropello inminente; o se puede pensar, a nivel natural, que los allegados a Palacio hubieran traído esa noche información sobre el Predicador apresado y el complot fanático que se había urdido contra Él. Ella padece hondo sufrimiento por aquel “justo” que su marido juez inicuo y gobernador inútil va a permitir sea clavado en la cruz.

La esposa recibe la inspiración: No resuelvas nada contra ese justo, le advierte preocupada; está segura que aquel hombre es inocente, que, en Él, hay algo transcendente y que, en el proceso, planea un trasunto político y religioso de gravedad, envuelto en muchos odios, hipocresías e intereses sectarios. La mujer sabe quién es; conoce al hombre con el que se ha casado. Le avisa al pusilánime del marido que actúe con autoridad y no cometa una injusticia con ese hombre. Por otra parte, la mujer que normalmente goza de una intuición especial que le hace siempre ir delante del hombre y comprende con más rapidez la solución de la cosas, en este caso, le manda a decir que se abstenga, que en ese juicio hay algo especial y distinto; tal vez, conocía la fama del Galileo y había tenido noticia de sus hechos y palabras, por lo que, quizás, mujer delicada y piadosa, se hallaba inclinada a la doctrina del Nazareno. Pero Pilato desoye los consejos acertados y desinteresados de su esposa y se deja llevar de los pontífices que incitan al pueblo, gritan y vociferan en la calle (Mc 15,11).

El aviso de la esposa y su propia convicción de la inocencia de aquel “justo” no fueron capaces de vencer la indecisión de Pilatos y su congénita cobardía. Al oír las palabras de Cristo, el procurador se maravilló sobremanera (Mt 27,14), porque empezó a vislumbrar la personalidad del que tenía delante y, además, sabía que se lo habían entregado por envidia (Mt 27,18). La inacción y dejación de poderes, en un cargo público, es una falta gravísima. Por tres veces, dice Lc, no he encontrado causa alguna de muerte; por tanto, lo dejaré en libertad. Pero ellos insistían a grandes voces pidiendo que fuera crucificado y sus gritos resultaban violentos. Y Pilato decidió que se hiciera como pedían (23,13-25). Esto se llama prevaricación. Pilatos se inhibe e infringe la ley por dejación e ineptitud. Sabiendo que es un buen hombre, ¿Qué mal ha hecho? (Mt 27,23), pregunta al populacho, en su puesto de juez, en lugar de indagar las causas y los hechos del caso. Y, en prueba de su insolvencia, se lava la manos en público y proclama: Soy inocente de la sangre de este justo (Mt 27,24). Los adversarios de Jesús han conseguido que el pueblo exija y se responsabilice de su muerte, se viene a realizar la alegoría de los viñadores impíos (Mt 21,33s), el pueblo matará al Hijo como lo hizo con los profetas.

Hay quien ha puesto en duda la historicidad de esta referencia de Mateo; parece que puede proceder de una tradición tardía; los datos históricos no están totalmente confirmados. Para otros autores, el hecho no es inverosímil. Tiberio tenía prohibido que los procuradores llevaran sus esposas a sus destinos, pero una vez caída en el olvido tal orden, se sabe por Josefo, que las mujeres de la época tenían un papel principal en la política local e imperial.