Las mujeres del Evangelio

V. Seis mujeres curadas

Editado por Escuela Bíblica de la Axarquía (Con Licencia Eclesiástica)

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

 

            Los milagros son hechos sobrenaturales que los autores sagrados exponen a la reflexión con la intención de manifestar la divinidad de Jesucristo, suscitar la fe y mostrar la infinita misericordia del Mesías y su compasión ente el dolor humano.

 

1. LA SUEGRA DE PEDRO (Mt 8,14-15; Mc 1,29-31; Lc 4,38-39)

 

            Este milagro se encuentra en los tres sinópticos; tal vez se mantuvo en la tradición por la importancia de Pedro.

Sucedió en Cafarnaún, un sábado, al salir de la sinagoga tras celebrar los oficios, que tenían lugar antes de mediodía y luego al atardecer.

            La mujer se encontraba en el lecho aquejada de alguna enfermedad. No se dice cuál, pero Lc, quizás por su inclinación a la medicina, destaca, con un tecnicismo de la época, que padecía una “gran fiebre”. Las altas fiebres, en ciertos meses del año, son muy corrientes en las costas del Tiberíades.

            Mateo dice que entrando le tocó la mano, mandó con gran energía a la fiebre (Lc), le ayudó a levantarse (Mc) e inmediatamente se curó.

            La acción triple de Cristo, toma la mano, ordena con domino y le ayuda, tiene el único objetivo de poner de relieve formalmente su poderío sobre la dolencia y sus dotes singulares. Es la autoridad divina de Jesús lo que se señala abiertamente.

            El pasaje en Mateo tiene claro carácter polémico contra la incredulidad de los judíos; del mismo modo que el signo de Juan (4,46s) se dirige contra la religiosidad gnóstica que quiere sacar provecho de Cristo en lugar de abrirse a la fe y seguirlo ciegamente. Los tres evangelistas destacan que en cuanto se sintió bien, se levantó y fue a servirlos; Mateo lo especifica en Cristo, y lo servía, con una intención concreta; es agradecimiento y este, apologético, porque Mateo siempre destaca a Cristo del grupo y, a la vez, hace evidente el milagro; una fiebre, sobre todo de días, deja tal debilidad que no permite la actividad inmediata. Y, como en aquel contexto, la enfermedad se creía producto del mal del demonio, también tiene un sentido escatológico: Cristo vence las fuerzas satánicas y llega el reino; dota al acto de “servir” de un sentido nuevo; el servicio, la diakonía, como desarrollo de la persona, que, en la enseñanza evangélica, se centra en la idea del amor al prójimo que, vinculado al precepto del amor a Dios, es para Jesús el punto nuclear de la exigencia moral al hombre. El “levantarla” puede significar la gloria pascual de Jesús, que venciendo la muerte, el dolor y la desgracia, resucita de entre los muertos y levanta al caído, al enfermo y al pecador.

 

2. LA HIJA DE JAIRO (Mc 5,21-43; Mt 9,18-26; Lc 8,40-56).

 

            Aunque los dos hechos (la hija de Jairo y la hemorroísa) los cuentan los tres evangelistas, el dinamismo narrativo, la precisión y la descripción de los personajes hacen del texto de Marcos un relato de fino estilo. Expone con exactitud todas las actitudes y contiene la tradición más antigua, más rigurosa y más ágil. Los dos milagros, magníficamente enlazados y con gran analogía entre ellos, tienen la finalidad de hacer patente el poder divino del Maestro y el valor poderoso de la fe.

            Jairo, nombre bastante usual, parece que era uno de los miembros principales de la sinagoga de Cafarnaúm. Acercándose a Jesucristo, le ruega insistente que vaya a casa porque su hija única, de doce años se estaba muriendo. Mateo, en su estilo de abreviación, pone que había muerto. Pidiendo que vaya a imponerle las manos, muestra un conocimiento superficial de Cristo, no tiene la fe consistente del Centurión (Mt 8,5ss). En cambio, imponer las manos era un rito tradicional de curaciones milagrosas (2Re 5,11) y una fórmula de petición de la curación (Mc 7,32; 10,13;Lc 18,15).

             Mientras le rogaba, llegaron con el aviso de que ya no molestara más, que la niña había muerto. Es la fe débil que cree necesaria la presencia física. Tal vez piensa que es un mago. No conoce al Maestro. Marta también le dice lo mismo: Si hubieras estado aquí… (Jn 11,21). Al oír la noticia, Jairo que queda abatido, contrasta tremendamente con la fe robusta de la hemorroísa; pero, Cristo sólo le dice que tenga fe, porque sólo basta con creer.

Y Jesús fue a su casa. No quiso que la turba lo siguiera. Entró con Pedro, Santiago y Juan, los tres apóstoles que distingue en la Transfiguración y en Getsemaní. Al llegar, ya estaban las plañideras a sueldo y los flautistas de notas estridentes y lúgubres. El Talmud obliga, aun al más pobre, a alquilar al menos dos tañedores y una plañidera. Por eso, les dice que cese ese alboroto, pues la niña duerme. Es habitual, entre los judíos, el eufemismo del sueño por la muerte. Lo mismo dice al referirse a Lázaro (Jn 11,11.14). Pero los que estuvieron en la casa y presenciaron su muerte se mofaban de Él. Los echó a todos fuera y entró en la habitación con los padres y los tres discípulos; tomándola de la mano, dijo: “Talitha kumi”: Niña, yo te digo, ¡levántate!. Marcos añade en la fórmula el “a tí te digo”, para resaltar la “autoridad” de Cristo, cuestión central en los evangelios.

Al instante, se puso a andar y manda que le den de comer. Esto tiene una finalidad apologética, la de señalar la verdad de la resurrección (Lc 24,41-43) y mostrar que estaba curada y sana.

Prohibe que lo divulguen. Marcos indica con ello el secreto mesiánico, apoyado con la expulsión de todos, tiene como fin el no excitar los ánimos antes de tiempo. En la expectación del Mesías de la época, una nota característica de su venida era la resurrección de los muertos y una resurrección podía suscitar sobremanera la eclosión mesiánica.

Aunque guardar silencio sobre aquel asunto era difícil. Al menos, se vería que Él no buscaba publicidad.

Jesucristo realiza el milagro con toda sencillez y autoridad. Muestra su poder divino, simplemente le manda resucitar. Es la resurrección y la vida. El poder sobre la vida es exclusivo de Dios. Cristo, por tanto, se revela como Dios. Este poder operante en Jesús se manifiesta en el encuentro de la niña con Cristo, en la fe. La Vida se comunica, y transmitida pasa a la niña muerta.

En Marcos, hay una clave numérica que ayuda a una mejor comprensión del relato: la hemorroísa sufría su enfermedad desde hacía doce años, la niña que ha fallecido tiene doce años. El doce es un número sagrado (12 tribus de Israel, 12 apóstoles, 144.000 marcados = 12 x 12.000; relacionado con el zodiaco -12 constelaciones- y los meses del año), indicador de que el autor quiere hacer comprender y expresar con el símbolo de la numerología, que la realidad celestial, el don y el amor del cielo, mediante Jesucristo, actúa en la tierra y entre los hombres; lo inefable, lo sagrado ha visitado al ser humano, a la mujer: la hemorroisa sana gracias a su fe admirable y ejemplar y la hija de Jairo, regresa a la vida para que la fe se afirme.

            La preocupación de Jesús por la mujer de toda edad y condición es evidente; no se muestra indiferente ante la muerte de esta niña, hace el camino para alzarla de la postración y hace que se ponga de pie.

Tiene un gran significado la palabra “¡Levántate”! que pone en movimiento la vida en aquel ser adolescente. Indica la posición y la vitalidad que la mujer puede y debe adoptar en el ámbito social. Expresa la llamada a la vida, saltar a la actividad, aferrarse al vivir y seguir el camino en plenitud.

 

3. LA HEMORROÍSA (Mt 9,20-22; Mc 5,25-34; Lc 8, 43-48)

 

 Entre el desarrollo del hecho anterior, los tres evangelistas intercalan la curación de la hemorroísa.

Esta mujer sufría durante doce años la enfermedad de flujo de sangre. Había visitado todos los médicos y gastado su fortuna sin mejorar; Marcos, con más riqueza de detalles, agrega que había sufrido grandemente con esas consultas y no llegaba a curarse, antes bien, iba de mal en peor, por la ineficacia de los remedios y más aún por el daño que le habían causado. Las prescripciones médicas iban cargadas de superstición. El Talmud refiere muchas de estas prácticas inútiles indicadas a los enfermos, mezcla de curandería y superchería que causaban enormes sufrimientos.

Cansada ya y desesperada pensó en tocar la orla del vestido de Jesús entre la multitud, por detrás. Se acercó de tapadillo, pues su enfermedad era tenida por impureza legal (Lev 15,25). Las reglas rabínicas sobre este asunto, con la finalidad de mantener aislada a la mujer, para evitar que contagie su impureza legal, rozan la conducta psicópata. El Talmud dedica todo un tratado: el Nidda, a la impureza “reglar” de la mujer. La hemorroísa sufre herida en la vergüenza de su intimidad, soporta un tormento vital dentro de su ser: La sangre es la vida (Dt 12,23), de ahí que su curación es como resucitar.

Jesús iba hacia la casa de la niña muerta, apretujado por la multitud que lo seguía por las callejas estrechas de Oriente, empujándose por llegar; en ese barullo, la mujer logró tocar el vestido, significa entrar en contacto con Jesús. Ella se decía: si tocare siquiera su vestido, seré sana. Tocó la orla del vestido y al punto se sintió curada. Cristo pregunta quién le ha tocado, no por ignorancia, sino para resaltar le fe firme de aquella mujer. San Agustín dice que “los otros lo oprimen, esta lo toca”. Jesucristo sintió con plenitud de conocimiento la firmeza de la fe con que había sido tocado y, por ello, dejó salir de sí la virtud curativa, no de modo mágico, sino en acto consciente y voluntario. Es el único “especialista” con capacidad de proporcionar al hombre la auténtica curación, la vida y la paz.

 

4. LA CANANEA (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30).

 

            Este pasaje lo traen Mateo y Marcos; con él, quieren resaltar la fe de una mujer gentil frente al fariseísmo de los judíos, la fe más fuerte y vigorosa: ¡Oh mujer!, ¡qué grande es tu fe! El texto de Mateo, más amplio, es de mayor calidad dramática.

            La narración coloca la escena en las cercanías de la región siro-fenicia. Tiro limitaba al Norte con Galilea. Jesucristo se retiró allí para descansar y dedicar unos días de instrucción doctrinal a sus discípulos. Aquellos gentiles habían oído hablar del Maestro; dice Mateo que “se extendía su fama por toda Siria” (4,24).

            De aquellos contornos, salió una mujer, cananea para Mateo, y griega de origen siro-fenicio, para Marcos; puede que Mateo quiera indicar que no era judía, sino gentil, llamándola con la toponimia de los primeros pobladores de Fenicia, los cananeos. Sin embargo, la denominación de Marcos es más precisa. Pompeyo (64 a. C.) incorporó Fenicia a la provincia romana de Siria.

La mujer venía gritando “Hijo de David” y se postró. Le da este título mesiánico y propiamente judío, porque, tal vez, lo había oído en boca de las gentes galileas entre las que solían encontrarse visitantes de estas comarcas. En su ruego, según la creencia de entonces, relaciona el mal de su hija con el diablo. No se indica si es una verdadera posesión o una sencilla valoración popular de las enfermedades. La mujer, como es normal entre los orientales, gritaba enormemente y Cristo no se daba por enterado, a la espera de suscitar la fe.

            Cuando Jesús le contesta, le dice que ha sido enviado, según el plan de Dios, a salvar a los israelitas pecadores y perdidos. El judío era primero por cercanía geográfica, por su ascendencia étnica y por haber recibido la revelación (Rm 3,1.2; 9,4-6). No se debe desatender a los hijos por los perrillos (gentiles); Marcos, que escribe para un pueblo gentil, suaviza la frase con “los hijos”. Es una expresión metafórica conocida en la literatura judía. Para la mentalidad semita, la palabra carece de la dureza que tiene para los occidentales. Tampoco se ve que Jesús tuviera intención de ofenderla, cuando, precisamente, luego la elogia.

            Ella ruega e insiste con una fe profunda; y, en su lógica, usa la extraordinaria idea de las migajas con humildad; reconociéndose inferior e inmerecedora, no viene a usurpar ni quiere quitarle nada a los hijos, sólo implora los restos que quedan en desperdicio sobre las mesas. La razón es aplastante y su humildad y su fe admirables. Muestra una fe contundente, tan consistente, que deja maravillado al mismo Jesucristo: ¡Oh mujer!, grande es tu fe. Que te suceda como quieres (15,28). Con su insistencia, llamad y se os abrirá, y con la firmeza de su fe inflexiona el plan salvífico de Dios: se le concede su petición. 

            El milagro se produce a distancia, sin posible autosugestión, en una escena dramática, plagada de ternura. Se afirma la universalidad de la salvación por la fe. También los gentiles están llamados a la casa del Padre, a la salvación única en Jesucristo, como vemos en Hechos y en las epístolas de San Pablo.

 

5. LA VIUDA DE NAÍM (Lc 7,11-17).

 

            Este milagro contado únicamente por Lucas, tal vez figure como argumento mesiánico a la repuesta que da a los enviados por el Bautista: id e informad a Juan (7,22).

            Jesucristo con sus discípulos, seguido de mucha gente, iba camino de un villorrio, que llaman Naím (bella, graciosa), a unos diez kilómetros de Nazaret. A las afueras del pueblo, se encontró con el séquito de un entierro; portaban sobre unas parihuelas, cubierto con un sudario, con la cabeza tal vez al descubierto, a un joven, hijo único de una viuda, que traspuesta lloraba con dolor. Los semitas, envolviéndolo en una sábana, entierran al difunto la tarde de su muerte sin ataúd. La legislación rabínica ordenaba que, al encontrarse con un grupo fúnebre, debía uno seguirlo y acompañar el duelo.

            Cristo se acercó y, viéndola, se compadeció de ella. El relato muestra enorme tacto y una gran ternura. Consuela a la madre: No llores. Seguro de quién es, con toda autoridad y sin pararse en los prejuicios de la impureza legal de tocar al muerto (Nm 19,16), puso su mano en el féretro y le ordenó levantarse: ¡Joven, a tí te hablo, levántate! Destaca la actitud imperativa de Jesús. Es Dios y ordena.

La fórmula que usa es muy especial. Jesucristo le manda en primera persona: “Yo a tí”, indica el poder de resucitar en nombre propio, como, en el A.T., el poder de la vida y la muerte, reside en Dios.

El muchacho se levantó y comenzó a hablar, rasgo con el que se resalta que efectivamente ha resucitado; y el detalle en el relato de Lucas, extiende la delicadeza de Cristo, dice que se lo entregó a su madre, porque por ella y para ella lo hizo, al compadecerse de la debilidad y tristeza humanas.

El pueblo se llenó de temor por el prodigio, glorificó a Dios, pero no entendió el acto de Jesús, al decir que era un gran profeta; no valoró las palabras de la fórmula, a no ser que no la oyera bien en medio del tumulto de gente; sólo ve un profeta más, uno de aquellos que actuaban por impetración a Dios, como Elías y Eliseo a los que parece evocar. Los dos resucitaron dos hijos únicos y de viuda; el final (v. 15) casi reproduce las mismas palabras de Elías (1Re 17,23) y también Eliseo hizo su milagro cerca de Naím. Tal vez, Lucas quiere establecer por contraste la divinidad de Cristo, que obra con dominio e imperio de Dios; no es mediador ni hace rituales complejos de súplica, es Dios mismo que actúa por la eficacia de su palabra.

Lucas llama a Cristo (v.13) “Señor”. Es propio del cristianismo primitivo (Rm 10,9; Flp 2,11), para proclamar su divinidad. Es la intención de Lc: indicar que es Dios, Señor de la vida y de la muerte. Proclama a Cristo, Kirios, al resucitar a un muerto. La viuda, símbolo de la mayor debilidad, encuentra a Cristo y Él le devuelve el hijo. Toda la vida de Jesús es el encuentro de Dios con los hombres. Cristo Jesús hace presente la salvación.

Concluye el relato con un himno de gloria y alabanza. Es usual, en Lucas, terminar las narraciones con este tipo de himnos finales.

 

6. LA ENCORVADA (POSESA) (Lc 13,10-17)

 

            Sólo Lucas cuenta este milagro de la mujer encorvada. Es un episodio que arrastra la carga de controversia con los judíos por las curaciones en sábado. De nuevo, Jesús establece que quiere a la mujer en su sitio, la quiere de pie, en acción. Va a reparar el oprobio en su cuerpo afligido; la vuelve a dotar de su verticalidad más acorde y más beneficiosa para todo su ser personal.

            Estaba Jesucristo enseñando un sábado en la sinagoga a la que asistía una mujer poseída por un espíritu inmundo que la tenía encorvada y enferma desde hacía ya dieciocho años. Es normal que se atribuya la enfermedad al Diablo; entra en la idea que el semita se hace sobre las causas que desconoce. 

Al verla Jesús la llamó y le dijo: Mujer, queda libre de tu enfermedad. Le impuso las manos y, al instante, se curó, se enderezó y empezó a dar gloria a Dios (13,13). Este gesto de la mano es corriente en la taumaturgia helenística y en las costumbres religiosas de la antigüedad. En este caso, frente a la mayoría de las curaciones, es el Señor el que toma la iniciativa. Lo cree necesario para liberar a la mujer de su sufrimiento, al  colocarla en posición vertical, expresión propia de la dimensión humana y para dar clara lección contra la inutilidad estéril del formulismo. Jesús indica que el sábado es tiempo de libertad y de amor, no de ataduras, que recuperar la vida y la persona tiene más importancia que observar el frío ordenamiento del sábado.

            El jefe de la sinagoga se indigna por la acción realizada en día prohibido. Es un tipo de ceguera espiritual. Dice Lucas que le respondió el Señor, ¡Hipócritas! ¿No suelta cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en sábado y lo lleva a beber? Y a esta mujer, que es una hija de Abrahán, a la que tenía atada Satanás, ¿no se la puede soltar de su atadura en sábado? (13,15-16), con lo que resalta, como es corriente en su escrito, el sentido trascendente de Cristo; es el Señor, lleno de poder y autoridad, es Dios. El hombre es antes que la ley. Dios es Amor, no puede dejar el dolor de aquella desgraciada por rigorismos religiosos absurdos. El argumento, que le expone es contundente; ellos lo hacen con su vaca o su burro, que además estaba contemplado por los usos rabínicos y por la ley. Cristo enseña que primero es la misericordia y la bondad, que lo primero es la caridad con el hombre (Lc 15,32; Mc 12,31). Este milagro demuestra que el amor de Dios no tiene límites. Jesús da la vuelta a la ley farisea y les presenta la ley del amor y de la justicia contra la casuística judía, como quien tiene toda la autoridad.

            Los adversarios de Jesús quedaron confundidos, y la multitud comprendió el sentido de los actos de Jesús. Los sencillos no vieron ningún problema legal: La mujer glorificaba a Dios y toda la muchedumbre se alegraba de las obras prodigiosas que hacía. La gente, a su manera, entiende que ha hecho bien y lo alaban; ve manifiesta la obra de liberación bondadosa de Dios; en su diario vivir, encuentran un gran alivio en aquellos prodigios; saben que tienen al alcance alguien que los puede sacar de trances difíciles. El reino de la salud ha llegado. Sospechan que están ante el Mesías.

Jesús desata los nudos y libera así a la mujer de todos los pesos y cargas asfixiantes que la afligen, de toda la impedimenta que los prejuicios, las discriminaciones sociales, la asignación de funciones limitadas le han echado encima y obligado a caminar encorvada, aminorada, disminuida; y que son la causa por la que ha debido vivir con un horizonte limitado. La curación física de la encorvada simboliza todas las restituciones sociales, políticas, culturales, que otorgan a la mujer la posibilidad de avanzar de pie, con una posición totalmente vertical, en rectitud. A la vez que Jesús descarga de su traba a la mujer encorvada, está liberando también al género humano del sometimiento ciego a las leyes, que, desprovistas de amor al prójimo, oprimen a la persona.