Las mujeres del Evangelio

II. Mujeres Veterotestamentarias

Editado por Escuela Bíblica de la Axarquía (Con Licencia Eclesiástica)

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

La Biblia inserta muchas genealogías; su conservación y empleo es muy corriente en el mundo semita. Las genealogías de Jesucristo son históricas, pero artificiosas desde el punto de vista interno. La de San Mateo (1,1-17), en orden descendente, va de Abraham a Jesús; y la de San Lucas (3, 23-38), en orden ascendente, va de Jesús a Adán, a Dios. Los dos se cuidan de citar a David, de cuya estirpe procedería el Mesías, Cristo Jesús. Se cumple así la promesa mesiánica.

Lo sorprendente es que, en la de Mateo -la de Lucas es sólo de línea masculina-, figuren en la ascendencia de Jesucristo cuatro mujeres y además, extranjeras, extrañas al ambiente hebreo y de conducta irregular. Ello sugiere que en la obra mesiánica no caben exclusiones, ni jerarquías sociales de clase por rango, sexo o raza; y que, en la línea de ascendencia mesiánica, haya presencia extranjera femenina indica la valoración de la mujer y la universalidad salvadora del Mesías. Existen tradiciones rabínicas que introducen a Tamar entre los ascendientes del Mesías.                            

 

Tamar (Palmera) (Gn 38).

 

Es la primera mujer que cita San Mateo. Esta mujer se casó con Er, que muy pronto murió sin haber tenido descendencia. Obedeciendo la ley del levirato, su suegro, Judá, hace que la tome por mujer su segundo hijo, Onán, quien actuaba maliciosamente (onanismo) para impedir la concepción, pues sabía que los hijos no serían considerados suyos sino de su hermano difunto. Desagradó a Yahvé lo que hacía y le hizo morir (Gn 38,10). Tamar, víctima de la maldad de sus dos maridos, se quedó viuda y desamparada. Judá, entonces, le prometió por esposo a su tercer hijo, Selá, cuando se hiciera mayor. Selá creció y se hizo hombre y Judá, temiendo también su muerte, no cumplió la promesa. De nuevo, Tamar es ultrajada, en este caso, por la crueldad de su suegro.

            He aquí que la mujer de Judá murió. Entonces Tamar, habiendo recibido aviso de que Judá subía al esquileo, se envolvió velos de prostituta y se sentó a la entrada de Enaim; al pasar, Judá cayó en sus brazos sin reconocerla y ella quedó encinta (Gén 38).

            En el relato bíblico, se reprueba la conducta inmoral de Judá: injusto, mentiroso y ruin; es deshonesto por incumplir la palabra dada y la justicia de la ley del levirato. Por su parte, a Tamar no se le reprocha nada, es más, se la presenta implícitamente como una buena mujer, caritativa y fiel al amor de su primer marido, al que desea e intenta perpetuar en un hijo, lo que, en realidad, es encomiable, ya que, para el hombre morir sin descendencia que prolongase su nombre y su persona, era, en Israel, la mayor desgracia. Ella no se dedica a la prostitución, no trafica ni comercia en este oficio. Su actuación con Judá es, sin duda, una reparación, un acto de justicia, más que un acto de venganza. Tamar, síntesis del oprobio, es aquí el prototipo del atropello de derechos, la conciencia crítica de la injusticia cometida por los dos hijos y el padre. El texto bíblico inclina la mano de Dios en favor de la indefensa y despreciada mujer. Luego, descubierta la cobardía de Judá, su falta de fe y de ética por los objetos de identificación que ella, muy prudente, le exigió y guardó, la tiene que acoger y, reconociendo su proceder, la alaba: "Ella es más justa que yo, porque yo no le he dado por esposo a mi hijo Selá" (Gn 38,26). Pensando que no estaba bien casarse con una nuera, reconoció los gemelos que tuvo y convivieron como hermanos.

            Tamar fue una mujer indefensa, agraviada por los hombres y acogida y justificada por Dios. Por ella, la línea de descendencia mesiánica no se interrumpe y llegará a David.

Rajab (Jos 2,1-21; 6,17-25).

 

Segunda mujer de la genealogía, es una  prostituta conocida, cuya historia se encuentra en Josué, el cual envió dos espías con la misión de "explorar la tierra de Jericó" (Jos 2,1); salieron y entraron en casa de una meretriz llamada Rajab; quizás hicieron uso de sus servicios, como parece indicar la orden que el rey le envía (Jos 2,3) y la respuesta que da Rajab (Jos 2,4). Pero el asunto se difumina lacónicamente con la frase: "Se alojaron allí". Y esto es cierto, tal vez fuesen buscando hospedaje, ya que, en ese tiempo, la posada era también casa de citas. Ella los encubrió, les dio protección y, ocultándolos, los libró de la muerte; se expuso en gran manera; de ser descubierta, se le hubiera imputado el delito de lesa majestad por alta traición al reino de Jericó.

            Rajab ofrece a los dos hebreos su piedad y su misericordia. A cambio, les ruega que tengan con ella el mismo trato caritativo que de su parte han recibido: "Os pido que me juréis por el Señor que, de la misma manera que yo os he tratado, así también vosotros tratéis con bondad mi casa y mi familia" (Jos 2,12). Los hombres le aseguraron que obrarían con ella "con benevolencia y con lealtad" (hesed y emet). Y en efecto, cumplieron su promesa y la ampararon con su hesed y su emet (Jos 6,17-25). Le devolvieron la bondad y la lealtad recibida.

            La razón fundamental del texto bíblico se halla en la fe. Rajab, modelo de fe perfecta, se salva por su fe (Heb 11,31); fue justificada por su conducta (Sant 2,25); una mujer cananea cree ciegamente en Yavé, el Dios de los hebreos: "Yo sé que el Señor os ha dado esta tierra" (Jos 2,9). Es significativo este taxativo aserto "yo sé", en relación con las intencionadas dudas y vacilaciones del encubrimiento: yo "no sabía" de dónde eran (2,4) y "no sé" dónde fueron los espías (2,5). Su fe y su caridad traen su salvación y la de su familia. La fe de Rajab es firme y rotunda: "El Señor, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos 2,11). El mismo Israel no ha mostrado, con sus infidelidades, una fe tan completa y arraigada.

            Esta historia de los exploradores bien podría ser un relato etiológico, con el fin de justificar la existencia de la meretriz de Jericó. Dios determinó valerse del concurso de Rajab para facilitar la entrada de los israelitas en Canaán y, a la vez, convertida y arrepentida, acogerla, con su familia, entre el pueblo elegido. Sus favores y servicios a Israel fueron mucho tiempo celebrados por la tradición judía. Rajab, símbolo de los pueblos paganos convertidos a la fe, figura con honor en la genealogía de Cristo. La Iglesia Primitiva la considera entre las almas buenas de los pecadores arrepentidos. En ella, los Santos Padres vieron la imagen de los gentiles que se integran, por la fe, en Israel.

 

Rut (Rut 1-4)

 

Es la nuera de Noemí. Habiendo emigrado de Belén, con su marido y sus dos hijos, a causa de una gran carestía, al país de Moab, Noemí, tras morir sucesivamente los tres hombres, decidió regresar a su pueblo en compañía de Rut. Llegaron ambas viudas a Belén en el tiempo de la siega. Booz, hombre muy rico, era pariente de Noemí de la familia de su marido.

Rut, la Moabita, un día, ante la escasez en que vivían, pidió a su suegra, que le permitiese salir a espigar; entró en una propiedad tras los segadores y quiso la Providencia que fuese a dar a una parcela de Booz (Rut 2,3), el cual, al saber quien era aquella extranjera, la trató bien por el piadoso comportamiento que había mostrado con Noemí, la hizo partícipe de su comida y le facilitó la labor, incluso ordenando: Dejad caer espigas de vuestros manojos para que los recoja sin inquietarla (2, 16). Cuando volvió al atardecer, le contó a su suegra todo lo sucedido y le entregó el saco de cebada y la comida sobrante que le habían dado. Noemí bendijo a Yahvé por sus bondades y aconsejó a Rut que siguiera espigando tras los segadores de Booz, en prevención de que fuese molestada en otro campo.

A la terminación de la siega, Noemí que deseaba colocarla para que fuese feliz, le dijo a Rut que, como aquel hombre, por ser pariente suyo, tenía derecho de levirato sobre ellas, fuese a la era y que donde estuviese acostado Booz, se introdujera con sigilo a sus pies. Cuando de madrugada, se despertó él y la descubrió, le preguntó qué hacía allí y ella le dijo que la podía tomar por el derecho del levirato. Él alabó su piedad y virtud y, sin tocarla, le explicó la cuestión, la colmó de atenciones y le dijo que esperara en casa de su suegra las gestiones pertinentes que iba a realizar.

            Rut se adhiere a Israel por piedad y por su propia voluntad. Las palabras de Noemí (1,20s) suenan como el reverso del cántico de Ana (I Sam 2,1s) y el Magnificat de María (Lc 1,46s).

El librito pone de manifiesto cómo la Divina Providencia vela por sus criaturas. Los caminos de Dios son insondables. Resalta, también, la valía moral de la Moabita, los valores familiares, la misericordia y la fidelidad y confianza en Dios. La salvación es universal y abierta, no sólo para Israel. La extranjera muestra su veneración y amor filial por su suegra, viuda y mayor: no insistas más en que te deje alejándome de ti (Rut 1,16; 2,11), abandona su tierra y familia por ella, espiga para atenderla y la obedece ciegamente. Es piadosa y virtuosa (Rut 3,10-11). Y Booz es un hombre honrado, desprendido y justo; sobresale su rectitud y generosidad que acoge al extranjero y lo refugia bajo las alas del Dios de Israel. Dios recompensa siempre las buenas obras y la virtud (2,12).

El libro de Rut se entronca en la historia de la salvación. No importa la nacionalidad ni la raza, sino la fe. Rut llega a ser la bisabuela de David y predecesora del Mesías.

Betsabé (la Opulenta) (II Sam 11-12).

 

Esposa de Urías el Jeteo, hija de Eliam, comete adulterio con el rey David. Prendado de su belleza, mandó a buscarla, vino a palacio y se entregó a él. Al saber que estaba encinta, para salvar la imagen, quisieron ocultarlo; los adúlteros eran condenados a muerte (Lev 20,10). David hizo venir al esposo Urías desde el campo de batalla y, tras agasajarlo, le concedió permiso con el eufemismo de: Baja a tu casa y lávate los pies (11,8), que es aclarado más abajo: ¿iba yo a dormir con mi mujer? (11,11). Entonces, dándole una nota para el comandante, con la orden de que lo destacara en lugar de peligro, lo envió a campaña y allí murió. Terminado el luto, David la tomó por mujer y dio a luz un niño.

Pero esta conducta de David, desagradó a Yahvé. Habiendo comprendido que había pecado, David hizo penitencia, se arrepintió profundamente y pidió perdón, pero la consecuencia de sus actos no tardó; el niño enfermó y murió.

            La narración bíblica se desarrolla en términos bastante asépticos, recoge las diferentes facetas del hombre al que dirige su mensaje de salvación. Contrasta la infidelidad de David con la lealtad de Urías. El texto presenta la miseria humana de la caída en el pecado; manifiesta la seducción desde el poder, el engaño por la pasión y la maquinación del crimen frente a la fidelidad  y piedad del marido traicionado; la degradación y vileza de David, frente la grandeza moral y rectitud ética de Urías. 

Es una llamada de atención y de esperanza en el arrepentimiento y el perdón para el que deplora su pecado y ruega a Dios la reconciliación y la salvación. La misericordia de Dios es infinita, perdona a David y a todo pecador compungido. Y Betsabé le da otro hijo que se llamará Salomón. Así obra Dios. Los caminos del Señor son inescrutables.

 

Raquel (Oveja) (Gn  28-35; Jr 31,15).

 

Es una de las esposas de Jacob. San Mateo dice que se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere consolarse, porque ya no existen (Mt 2, 18).

Jacob, cumpliendo el mandato de su padre, marchó, hacia el país de los orientales, a tomar mujer entre las hijas de Labán, hermano de su madre; al término de su caminar, divisó un pozo en el campo al que se acercaba con su rebaño de ovejas Raquel, hija de Labán. Jacob se prendó de ella, la solicitó a su tío en matrimonio y sirvió por ella durante catorce años. Raquel, viéndose estéril, se llenó de celos y sufrimiento. Tras su ruegos y oraciones se acordó Dios de Raquel, la oyó y abrió su seno; concibió y dio a luz un hijo (Gn 30, 22), al que llamó José.

Después de servir en casa de Labán durante veinte años, Jacob, había formado su familia y prosperado en ganados; se despidió de su tío y marchó a Canaán, a casa de su padre Isaac. Llegado a su tierra, partiendo de Betel, sucedió que Raquel tuvo un mal parto, entre los dolores nació Benjamín, pero ella murió y fue sepultada en el camino de Efratá, Belén, sobre cuyo sepulcro Jacob levantó una estela: es la estela de Raquel hasta hoy (Gn 35, 20).