II. El Sermón de los Hebreos

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

ANÁLISIS DEL TEXTO: Heb 8-9

El Sermón de Hebreos presenta una estructura vertical en forma de uve, en cuyo vértice se encuentra la sección central de la tercera parte que el mismo autor la califica como «el punto capital» (8, 1): CRISTO LLEGADO A LA PERFECCIÓN POR SU SACRIFICIO, CONVERTIDO EN SUMO SACERDOTE DE LOS BIENES VENIDEROS.

De la tres secciones de la tercera parte, esta, la segunda (8,1 a 9,28), comienza con otra exposición solemne y es que tenemos esa clase de sumo sacerdote, consumado para siempre, uno que en el cielo se sentó a la derecha del trono de su Majestad, como celebrante-liturgo del santuario y del tabernáculo verdadero, erigido por el Señor, no por los hombres» (8, 1-2). Se trata aquí de comprender por qué medio obtuvo Cristo la consumación-perfección sacerdotal. La explicación se hace comparando las dos liturgias o cultos, el del AT y el de la existencia de Cristo, poniendo de relieve las diferencias y la superioridad del culto de Cristo quien «por su propia sangre» entró en el santuario (9, 11-14), que se ofreció a sí mismo (7, 27; 9.14) como sacrificio sin defecto (9, 14), y queda encuadrada por el término de inclusión «ofrecer» (8, 1: ofrecer dones y sacrificios; 9, 28: «se ofreció a sí mismo»).

En ella se distinguen, mediante inclusiones, dos grandes párrafos. El primero (8, 3 a 9, l0), encuadrado por la expresión «ofrecer dones y sacrificios» trata del culto antiguo y de la alianza defectuosa y caduca expresada en él. El segundo 19, 11‑28) queda delimitado por el nombre CRISTO (Mesías) colocado enfáticamente al comienzo (9, 11 ) y repetido al final (9, 28) y trata del sacrificio de Cristo, eficaz y definitivo y de la alianza nueva establecida en El. .

En el centro de cada uno de estos dos párrafos se trata el tema de la alianza (8, 7‑13 y 9, 15‑23). Con esto, en el conjunto de la sección, encontramos 6 subdivisiones dispuestas entre sí de una manera concéntrica la primera (8,1‑6) trata del culto antiguo (términos fundamentales: ministro‑liturgo ‑celebrante); liturgia, vv. 2 y 6 y de su carácter terrestre y se contrapone a la sexta (9, 24‑28) que trata del culto celeste y definitivo alcanzado por Cristo. la segunda (8, 7‑13) se contrapone a la quinta (9, 15‑23): la alianza vieja, defectuosa y caduca, queda sustituida por la nueva, perfecta y definitiva alianza en Cristo. Las subdivisiones tercera (9, 1‑lo) y cuarta (9, 11‑14) ocupan el centro de esta sección central y contraponen el rito fundamental de la expiación, ineficaz, y el sacrificio personal de Cristo, plenamente eficaz. El vocabulario de toda esta sección tercera es el de la actividad sacerdotal: ofrecer (8 veces), sangre (11 veces), santuario (8 veces), tienda (8 veces), alianza (12 veces).

Al final de la Sección Segunda, en 9, 28, se recuerda el segundo punto del anuncio de 5, 9‑10: «causa de salvación eterna». Y ya, en 10,1 comienza la exposición de la salvación perfecta obtenida por Cristo.

La religiosidad judía fue concentrando y reduciendo la religiosidad al aspecto del culto y de los ritos. Así el sacerdocio, como ya vimos, se fue reduciendo a la ofrenda de sacrificios. De esta manera fue cayendo cada vez más en el pecado de toda religiosidad: reducir la religión a unos determinados ritos, a la multiplicación de los mismos. La vida concreta no queda afectada. Se establece la dicotomía entre rito-práctica religiosa y vida.

Esta situación ya fue criticada por los profetas (Am 5, 21-25; Os 6, 6; Jer 7, 1-15; Salmos 50, 9-13; 51, 18; 40, 7-9) (Heb 10,5ss.). Y fue criticada también por Jesús (Mt 9, 13; 12, 7; 15, 1-20).

En esta misma línea de denuncia se sitúa nuestro predicador y en su sermón va a demostrar la inutilidad del culto antiguo y la naturaleza y valor supremo, definitivo, del culto inaugurado por la muerte de Cristo.

a) En primer lugar el culto-liturgia del AT se mantiene en un nivel terreno (8, 3-5) mientras que el de Cristo es culto celestial (9, 24-28). Los sacerdotes realizan un culto aquí en la tierra y en ella permanecen después de celebrarlo. Los sacrificios que ofrecen son terrenos, de realidades terrenas. En cambio, Cristo (9, 24) oficia, el sacrificio uno y único, de una vez por todas (9, 25-26), lo hace pasar verdaderamente de la condición terrena a una existencia celeste, divina, el encuentro verdadero con el Dios vivo. No realiza un rito, una ceremonia, sino un acto real de su existencia, la ofrenda de su propia existencia y vida.

b) Con este sacrificio existencial Cristo se ha hecho mediador de una alianza mejor, nueva, estipulada sobre mejores promesas (8, 7). Es el segundo aspecto que analiza en las dos subdivisiones paralelas y contrapuestas (8, 7-13; 9, 15-23). El culto funda una alianza, y es expresión de la misma. La alianza fundada en el culto existencial de Cristo es firme, nueva, definitiva, perfecta.

La alianza se funda sobre un sacrificio sangriento (Ex 24, 3-8). Y esto es lo que ha ocurrido en Cristo, en su muerte. Ha habido efusión de sangre en esa sangre se ha fundado la alianza nueva (Mt 26,28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Cor 11, 25; y Heb 10, 29; 13, 20). La purificación supone una transformación real. Y aquí se realiza en la muerte real de Cristo. Por ella su existencia terrena queda transformada en realidad celestial. Y por ella queda transformado también todo el «instrumental» del culto cristiano: el evangelio y su predicación, la iglesia-pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo (la tienda verdadera) y los sacramentos (los utensilios del culto) (9, 19-20).

c) El tercer aspecto, el fundamental, es el del lugar sagrado y los ritos sacrificiales (subdivisiones 3 y 4; 9,1-l0; 9,11-14).

El antiguo ritual, aún el más solemne y al que se atribuía el máximo valor y eficacia, el del Yom Kippur, o día de la expiación (Lev 16; Sir 50, 5-21) era ineficaz. No conseguía su objetivo de establecer una relaciones auténticas con Dios, una purificación efectiva, verdadera, del pecado. El mismo AT, pues, en cuanto es palabra de revelación, ya proclamaba y reconocía la precariedad de este sacerdocio, su inutilidad. El Santo, o la Tienda, que era también material, no podía ser el paso o camino auténtico (9, 8). Estos sacrificios no podían realizar una mediación auténtica. La separación continuaba a todos los niveles.

Sólo un sacrificio de otro tipo podía dar acceso auténtico a Dios, podía abrir de hecho la entrada al santuario verdadero. Y éste y así es el sacrificio de Cristo. Esta es la «tienda verdadera» construida por Dios y no por hombres. Con esto se designa su propia humanidad resucitada, una nueva creación. Este es el nuevo templo, no material, sino en el Espíritu. Es esa humanidad transformada en la pasión y la muerte la que ha obtenido el acceso hasta Dios. Con ella y por ella la humanidad ha penetrado en el Santuario celeste.

Así queda abolida la separación entre sacerdote y víctima. El mismo se ofrece a sí mismo. Lo que parecía ser pura «pasión» se convierte, en acción, al asumir Él personalmente su existencia y ofrecerla voluntariamente al Padre.



2. Sentido de los términos fundamentales



El texto contiene varios términos fundamentales: Culto, Liturgia, Ritual, Religiosidad, Santuario, Tabernáculo Purificación, pecado. Sacerdocio: Sumo sacerdote. Sacrificio, Ofrenda, víctima, sangre.. Mediador. Alianza, Promesa..



2.1. Sumo Sacerdote. El sacerdocio.



Los textos bíblicos (paralelos) a que alude el autor son:

1) Sacerdotes y Santuario Ex 25, 1-31, 18:

2) Consagración, derechos y deberes de los sacerdotes. Lev 8-10

3) Sal 110, 4; Is 53, 12; Lc 24,50;1 Jn 2, 1; Gal 4, 4; 1 Pe 2 24



El término fundamental, vértice y núcleo del Sermón se encuentra en el punto capital de la exposición. Y es que tenemos el sumo sacerdote, consumado para siempre, uno que en el cielo se sentó a la derecha del trono de su Majestad, como celebrante-liturgo del santuario y del tabernáculo verdadero, erigido por el Señor, no por los hombres» (8,1-2).

La aportación teológica y cristológica fundamental del sermón es la afirmación de la condición sacerdotal de Cristo. Este Cristo, del que la fe confesaba ya la filiación divina, la resurrección y sesión a la derecha del Padre después de haber asumido la condición humana hasta el extremo de la pasión y la muerte, ha sido constituido, por Dios, sumo sacerdote. En Él se cumple también la esperanza que el Antiguo Testamento había colocado en la institución sacerdotal, que tanta importancia había adquirido en la última etapa de la historia judía, a partir del destierro.

La sorprendente e interesante originalidad del autor de Hebreos consiste en ser el único de todo el Nuevo Testamento que afirma explícitamente el sacerdocio de Cristo, no vacila en designar al propio Jesús como "sacerdote" y "sumo sacerdote". _Cómo es posible que una doctrina ignorada por san Pablo y por los evangelistas se presente como un "punto capital" en otro escrito inspirado? Decir que Jesús es sacerdote es una afirmación audaz.

Y esto es lo que hizo nuestro predicador. Con una gran fuerza de penetración intelectual, profundizó en la Escritura y vio en ella descubierto y afirmado el proyecto de Dios sobre el sacerdocio. Analizó en profundidad la vida y la muerte de Jesús y descubrió en ella no sólo la culminación de las esperanzas mesiánicas, sino también la de ese proyecto de Dios figurado en el sacerdocio del AT.

Descubre las semejanzas profundas, las diferencias fundamentales, y la superioridad entre el sacerdocio de Cristo y el del Antiguo Testamento. De esta manera transformó la comprensión del sacerdocio y amplió y profundizó la fe cristiana. Realizado todo este trabajo, seguramente en su propio círculo de discípulos de los apóstoles, de Pablo sin duda, afirmó con toda claridad esa dimensión sacerdotal del misterio de Cristo. Tal afirmación se resume, con palabras de su sermón, en estas proposiciones: Tenemos un sumo sacerdote proc1amado por Dios (5, 4-6; 8, 1-4,14-15), santo (7.26), misericordioso y fidedigno (2, 17; 3, 2; 4, 15-16), Jesús, el Hijo de Dios (1. 2.5; 3, 1.6), consumado por el sufrimiento en la obediencia (5. 8-9; 7, 11-28). El cual después de purificar nuestras conciencias de los pecados (1, 2; 9, 14; l0.2), ha penetrado en los cielos (9, 24-25) por la ofrenda de sí mismo (10, 5-10). Así es mediador de una alianza nueva (8, 7-13; 9, 15; l0, 16). Por él tenemos acceso y comunión reales y definitivas con Dios (7, 25; 12, 18-22; 4, 16). El se ha convertido en causa de salvación eterna (2, l0; 5,9; 9, 28) para todos los hombres, sus hermanos (2, 11-13).

La expresión «tenemos un sumo sacerdote» resuena varias veces y en los momentos fundamentales del sermón (4, 15; 8, 1. l0,21). Afirmar que Jesús ha sido proclamado sumo sacerdote, el que cumple-realiza-sintetiza en su máxima expresión el sacerdocio, el mayor, el mejor y único sacerdote, significa confesar que él es el que asegura las relaciones óptimas con Dios. Lo que quiere decir, en primer lugar, que él mismo se halla en una relación buena-óptima con El. Y, en segundo lugar, que se halla en buena-óptima relación con los hombres.

Y tercero, y fundamental, es el del lugar sagrado y los ritos sacrificiales, la Tienda, el tabernáculo o Santo de los Santos. Y así es el sacrificio de Cristo. Jesús entra en el Santuario, llega hasta el mismo Dios a través no de carne o sangre ajena, sino de su misma carne. Esta es la «tienda verdadera» construida por Dios y no por hombres, no de esta creación. Con esto se designa su propia humanidad resucitada, una nueva creación. Este es el nuevo templo, no material, sino en el Espíritu, que se constituye en el camino hacia Dios, que lleva hasta El y permite el acceso de los hombres hasta Dios mismo (Mt 26, 61; Mc 14, 58; In 2, 13-22). Es esa humanidad transformada en la pasión y la muerte la que ha obtenido el acceso hasta Dios. Con ella y por ella la humanidad ha penetrado en el Santuario celeste. 

Con su sacrificio, único, de una vez por todas, llega el final de los tiempos, la abolición absoluta del pecado. Cuando aparezca de nuevo no será para reiterar su ofrenda, ni será para condenación, sino para la salvación de los que asiduamente lo esperan.



2.2. Culto-liturgia, Ritual, Religiosidad.



Los textos a los que alude o tiene presentes el autor son:

1) Legislación relativa al Culto: Ex 25-40.

2) Santuario y Sacerdotes: Ex 25, 1-31, 18; 

3) Ritual de los sacrificios: Lev 1-7

4) Mt 22, 44; Heb 9, 11.23-24.



El punto más importante se refiere al culto. Toda la sección recoge un vocabulario específicamente cultual, y así lo sugiere el autor introduciendo el tema con expresiones características del culto: ministro (liturgo), ministerio, santuario y tienda de la presencia, ofrecer oblaciones y sacrificio

En esta primera subdivisión, compara la pasión y glorificación de Cristo con el culto antiguo, expone que el carácter del culto antiguo es un nivel terrestre, no llega al cielo, no procura el acceso verdadero a Dios. La perfección que lo recapitula todo (Heb 8,1) o consumación el autor la ve en Cristo. La demostración la hace de una manera gradual, progresiva. Describe primero los elementos fundamentales del culto o liturgia antigua (Heb 8,1-9,10) y después expone la realización y superación de ese culto en Cristo (Heb 9, 11-28) por el culto celestial en el santuario verdadero. El culto imperfecto e ineficaz ha pasado, el centro del acto de culto es el sacrificio perfecto de Cristo que da acceso al santuario y purifica las conciencias de los pecados.

La religiosidad judía fue concentrando y reduciendo la religiosidad al aspecto del culto y de los ritos. El sacerdocio, se fue reduciendo a la ofrenda de sacrificios. La religión se reduce a unos determinados ritos, al cumplimiento de determinadas prácticas externas. Con ello se tiene la sensación de estar a bien con Dios, y se obtiene seguridad. La vida concreta no queda afectada. Se establece la dicotomía entre rito-práctica religiosa y vida. Esta situación ya fue criticada por los profetas (Am 5, 21-25; Os 6, 6; Jer 7, 1-15; Salmos 50, 9-13; 51, 18; 40, 7-9) (Heb 10,5ss.). Y fue criticada también por Jesús (Mt 9, 13; 12, 7; 15, 1-20). En esta misma línea de denuncia se sitúa nuestro predicador y demuestra la inutilidad del culto antiguo y la naturaleza y valor supremo, definitivo, del culto inaugurado por la muerte de Cristo.

El culto-liturgia del AT se mantiene en un nivel terreno (8, 3-5) mientras que el de Cristo es culto celestial (9, 24-28). Los sacerdotes realizan un culto aquí en la tierra y en ella permanecen después de celebrarlo. Los sacrificios que ofrecen son terrenos, de realidades terrenas; el santuario en el que lo ofrecen es también terreno, una simple figura del celeste (8, 5). En cambio, Cristo (9, 24) entra en un santuario del mismo cielo; el sacrificio que Él ofrece, no es múltiple, sino uno y único, de una vez por todas (9, 25-26), lo hace pasar verdaderamente a una existencia celeste, divina, al encuentro verdadero con el Dios vivo.

Con su sacrificio existencial, Cristo se ha hecho mediador de una alianza mejor, nueva, estipulada sobre mejores promesas (8, 7). El culto funda una alianza, y es expresión de la misma. La alianza fundada en el culto existencial de Cristo es firme, nueva, definitiva, perfecta.

El aspecto fundamental, es el del lugar sagrado y los ritos sacrificiales: la Tienda o el Santo, el tabernáculo o Santo de los Santos. Y éste y así es el sacrificio de Cristo. Jesús entra en el Santuario, llega hasta el mismo Dios a través no de carne o sangre ajena, sino de su misma carne. Esta es la «tienda

verdadera» construida por Dios y no por hombres, no de esta creación. Con esto se designa su propia humanidad resucitada, una nueva creación. Este es el nuevo templo, no material, sino en el Espíritu, que se constituye en el camino hacia Dios, que lleva hasta Él y permite el acceso de los hombres hasta Dios mismo (Mt 26, 61; Mc 14, 58; In 2, 13-22). Es esa humanidad transformada en la pasión y la muerte la que ha obtenido el acceso hasta Dios. Con ella y por ella la humanidad ha penetrado en el Santuario celeste.



2.3. La Nueva Alianza.



Los textos del A.T. a que alude son:

1) Ex 19-24: La Alianza del Sinaí;

2) Ex 25,10-40; 26,31-34; Nm 17,16-26; Lv 16,2-9,14s: Jr 31,31-34;

3) Heb 10, 16-18; 1Cor 10, 6.11; Col 16-17.



Existe una alianza superior fundada en promesas mejores. Y es que la alianza antigua (Heb 8, 7-13) ha sido sustituida por la alianza nueva en la sangre de Cristo La demostración se hace desde la Escritura. En ella se encuentra el reproche que el mismo Dios ha dirigido a aquella alianza antigua por el hecho de prometer él mismo una alianza nueva. El texto está tomado literalmente de Jeremías (Jr 31 31‑34), donde se promete una alianza que no se fundamenta en prescripciones o instrucciones externas al hombre, sino que le afecta interiormente, que le transforma, que le hace fiel desde el corazón, que elimina la raíz de su inconsistencia e infidelidad que es su corazón débil, el pecado que en él domina.

El único comentario del predicador al terminar la cita es una especie de proclamación o comprobación de la sentencia de muerte de la alianza antigua: al decir nueva, que significa no sólo posterior, sino «de otra calidad»; Dios mismo declara vieja, anticuada, caduca, la anterior, y por tanto, llamada a desaparecer.

Lo que da sentido, eficacia y valor a una alianza es el culto, porque el culto es el momento y lugar del encuentro con Dios. Si el culto no proporciona ese encuentro, la alianza no se realiza. Por eso, afirmada la vejez de la primera, pasa el autor a mostrar la razón de su supresión, que es la ineficacia de sus instituciones cultuales, los ritos y el santuario, calificados también como terrestres.

El culto funda una alianza, y es expresión de la misma. La alianza fundada en el culto existencial de Cristo es firme, nueva, definitiva, perfecta. La primera alianza no era perfecta, definitiva, puesto que el mismo Dios promete y anuncia una alianza distinta, nueva, de otro orden, para los días finales, escatológicos (8, 7-13; Jer 31, 31-34). Con este anuncio de una alianza «nueva» declara «anticuada» la primera, y como tal, vieja y cercana a la desaparición (8, 13). Cristo es mediador de esta alianza nueva (9, 15-23). Lo es porque la ha instaurado con su muerte (vv, 15-17), con su sangre (vv, 18-22). Su sacrificio es un sacrificio de expiación, quita él obstáculo para la alianza, purifica el pecado del pueblo; pero es a la vez un sacrificio de alianza, introduce en la intimidad de Dios. La alianza se funda sobre un sacrificio sangriento (Ex 24, 3-8). Y esto es lo que ha ocurrido en Cristo, en su muerte. Ha habido efusión de sangre en esa sangre se ha fundado la alianza nueva (Mt 26,28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Cor 11, 25; y Heb 10, 29; 13, 20).

Por ser una muerte violenta el autor habla del sacrificio de Cristo como derramamiento de sangre, y puede fundamentar en ella más claramente la nueva alianza. Se apoya sin duda en las palabras de Jesús en la institución de la Eucaristía que utilizaba la expresión sangre de la alianza (Mt 28, 28) Y arguye que la aspersión con sangre en la instauración de la alianza antigua, todo el ritual de expiación (Ex 24, 3-8; Lv 5, 11‑13) era un anticipo de este derramamiento existencial de la sangre de Jesús en su pasión, con la que se inaugura la alianza nueva. Ese derramamiento de sangre que, de hecho, fue un crimen y un crimen legal y religioso (Jn 19, 7), es transformado por la actitud amorosa de Cristo en ofrenda sacrificial que elimina todas las transgresiones de la ley, los pecados, y funda una alianza perfecta del hombre con Dios, una alianza que conlleva la concesión de dones, la herencia de la promesa, el mismo Dios como herencia.



2.4. El sacrificio perfecto 



Los textos a que alude el autor son: Ex 24, 3-8; Lv 5, 11‑13; 16, 14‑16; 17, 11; Nm 19, 9.17; 1 Pe 18‑19; 1 Jn 1,7; Heb 8, 8-12; 9,15-22; Mt 26, 28.

Cristo ha llegado a ser sumo sacerdote de los bienes definitivos porque su cuerpo resucitado, su sangre derramada, la ofrenda de su vida que permanece, son el camino para el acceso a Dios, al que Él llegó verdaderamente, en el ofrecimiento libre a Dios de su propia vida sin pecado.

El Espíritu de Dios transforma a Cristo y lo hace capaz de ofrecerse al Padre en el amor y de adherirse a Él aceptando la muerte, el derramamiento de su sangre, la destrucción de su vida y su condición terrena por solidaridad con la suerte de los hombres. Por este medio, ha conseguido la purificación interna del hombre, ha liberado su interior del pecado que impedía el acceso a Dios. Por este camino, ha cambiado la condición pecadora del hombre. De esta manera, en Él también nosotros podemos ofrecer al Dios vivo un culto auténtico, interior, verdadero, el de la propia existencia.

El sacrificio es el fundamento de cualquier alianza. Cristo ha realizado un sacrificio nuevo para instaurar una nueva alianza. Por eso es el mediador. Su sacrificio es nuevo, de otro género, de otra calidad. Es su muerte. Esa muerte, que de suyo no fue un sacrificio ritual según la ley, sino un hecho existencial, violento, una pasión, ha sido convertido por Cristo mismo en acción, en ofrenda, y de esa manera se ha convertido en sacrificio de un género nuevo. Esa muerte borra las transgresiones, el pecado, que afecta a la entraña del hombre, que contamina íntimamente toda su existencia. Porque esa muerte asumida, aceptada por amor y solidaridad, manifiesta la adhesión plena del hombre a Dios, aun en la situación de desamparo, de separación, que es la muerte. Esa muerte, por otra parte, hace definitivamente firme y válida la alianza, como ocurre con las disposiciones testamentarias. El término griego diatheke tiene el doble sentido de alianza y testamento, por lo que el autor puede incluir los dos sentidos en su exposición. Con el sentido de testamento subraya más el aspecto de gratuidad.



3. Pensamiento y afirmaciones fundamentales.



Esta homilía a los hebreos constituye una cuidada y profunda predicación sobre el sacerdocio de Cristo para estimular a la comunidad cristiana en la vivencia de su fe. El sermón contiene una hondura doctrinal y espiritual permanente revestido de una primorosa perfección en su forma literaria. El oyente es llevado por el predicador a una viva incidencia en la fe y en la existencia cristiana. En el encaje constante de exposición y exhortación va abriendo nuevas vías y perspectivas para le fe y para la vida del cristiano. El misterio de Dios, su manifestación en la historia, en Cristo, su misterio y el de la comunidad-iglesia, se reafirman y enraízan en la palabra. Y la exigencias del vivir y del actuar cristiano vienen a fundamentarse y afirmarse.

En este texto que nos ocupa, Heb 8-9, el pensamiento del autor se sintetiza en el v. 1: “Tenemos un SUMO SACERDOTE de los bienes venideros”. 

Cristo auténtico sacerdote, llevado a la perfección: La afirmación del sacerdocio de Cristo es el punto capital, el más importante y el que lo recapitula todo.



- Por dos razones. Porque:

/. Es sacerdote perfecto por su sacrificio

/ Su sacrificio es perfecto.



La argumentación la hace de una manera gradual y progresiva. En el c. 3 anuncia que Jesús es sumo sacerdote, en el c. 5 que su sacerdocio es auténtico, a semejanza de Melquisedec, eterno, perpetuo, definitivo, “sacerdote para siempre”; en el c. 7 su sacerdocio es superior al levítico (Sal 110). Hasta llegar aquí, tenemos un sumo sacerdote, verdadero por su sacrificio y por la perfección de su sacrificio. 

Cristo es sacerdote perfecto porque ofrece un sacrifico que da acceso auténtico a Dios, que abre la entrada al santuario verdadero. Un sacrificio que transforma al oferente, cambia su posición ante Dios y ante los hombres y perfecciona la conciencia. Cristo es sacerdote de los bienes definitivos (futuros), mediante el tabernáculo mayor y más perfecto, no hecho por hombres, es decir, no de este mundo creado, y mediante sangre, no de machos cabríos y de becerros, sino suya propia, entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una liberación irrevocable, la redención eterna (9, 11-12).

Jesús entra en el Santuario, llega hasta el mismo Dios a través no de carne o sangre ajena, sino de su misma carne. Esta es la «tienda verdadera» construida por Dios y no por hombres, no de esta creación. Con esto se designa su propia humanidad resucitada, una nueva creación. Este es el nuevo templo, no material, sino en el Espíritu, que se constituye en el camino hacia Dios, que lleva hasta Él y permite el acceso de los hombres hasta Dios mismo (Mt 26, 61; Mc 14, 58; In 2, 13-22). Es esa humanidad transformada en la pasión y la muerte la que ha obtenido el acceso hasta Dios. Con ella y por ella, la humanidad ha penetrado en el Santuario celeste.

Este sacerdocio de Cristo, como proclama el Salmo 110, es nuevo, de otro orden, en otra línea obtenida por una consagración-transformación de ese orden existencial que lleva a la consumación, a la perfección (7,16). Es un sacerdocio imperecedero, de una esperanza mayor y mejor porque da acceso inmediato a Dios. 

Cristo (9, 24) no entra a oficiar en un santuario terreno sino en el mismo cielo; el sacrificio que Él ofrece, que no es múltiple, variado, sino uno y único, de una vez por todas (9, 25-26), lo hace pasar verdaderamente de la condición terrena a una existencia celeste, divina, el encuentro verdadero con el Dios vivo. Él inicia su ofrenda en la tierra, pero al terminar el sacrificio ha pasado a1 cielo porque ese sacrificio realiza en él mismo una transformación efectiva que lo coloca en un nivel divino-celeste de existencia. No realiza un rito, una ceremonia, sino un acto real de su existencia, la ofrenda de su propia existencia y vida. Con este sacrificio existencial Cristo se ha hecho mediador de una alianza mejor, nueva, estipulada sobre mejores promesas (8, 7).

Y gracias a la acción en Él del Espíritu Eterno (9, 14), el sacrificio de Jesús es un sacrificio «espiritual». Su propio espíritu y el Espíritu de Dios, se hallan íntimamente unidos; los dos le impulsan en perfecta comunión a ofrecerse al Padre. Con esta ofrenda perfecta y única de sí mismo, con su sacrificio personal Cristo queda consagrado para siempre SUMO SACERDOTE y se ha suprimido el obstáculo que impedía entrar en comunión con Dios, la condición pecadora del hombre.

En definitiva, tenemos en Jesús nuestro sacerdote, el mejor valedor, que por su ofrenda personal, única, nos santifica y causa la salvación eterna.



4. Aplicación a la vida cristiana.



El punto capital del Sermón “que tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (8,1) “que es mediador” (8,6), y “es el mediador, a fin de que, interviniendo su muerte para redimir las transgresiones cometidas, los llamados reciban la herencia eterna prometida” (9, 15). 

Expresa nuestro predicador su argumento nuclear del protagonismo de Dios en la historia, por su acción en Cristo que lo constituye sumo sacerdote perfecto, mediador para los hombres que están llamados, esto es, que han recibido la vocación divina de llegar a ser hijos de Dios por el ministerio de Cristo que ofrece su sacrificio único, realizado una sola vez para siempre. Sacrificio en el que ofrenda su propia vida, cumpliendo la voluntad del Padre, hasta la muerte y esta de cruz, para que todos seamos santificados “porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Tes 4,3; Ef 1,4) “y que como elegidos de Dios, santos, se revistan de entrañas de misericordia, de humildad y de paciencia” Col 3,12), y coherederos recibamos la herencia eterna de los bienes venideros. 

La condición-situación “ontológica” del creyente, su ser en el mundo, su condición existencial conlleva unas exigencias aún vigentes en la actualidad. El cristiano que vive hoy en un mundo materialista, hedonista, laicista, amparado en los avances tecnológicos, en el capitalismo y el consumismo y cobijado por falsas filosofías y pseudoreligiones, ha de meditar profundamente en la honda doctrina de este texto. Es preciso afirmar y afianzar cada día nuestra fe, esperanza y caridad porque “envueltos como estamos en una gran nube de maldad, debemos liberarnos de todo aquello que es un peso para nosotros y del pecado que fácilmente seduce y correr con perseverancia en la prueba con la mirada en Jesús autor y consumador de la fe” (Heb 12,1) Y como Cristo vencer la ignominia y la concepción mundana: “en el mundo tendréis tribulaciones; pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn16,33), y así, coger y soportar la cruz pues “si alguno quiere venir en pos de mí, niégese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). 

Y por otra parte, el creyente debe ser fermento e infundir y propagar en todas direcciones su fe con su ejemplo diario “nadie enciende una lámpara y la oculta bajo una vasija” (Lc 8, 16) y su palabra “fueron y recorrieron las aldeas anunciando la buena nueva” (Lc 9,6) La adhesión a Cristo, mediador y consumador de nuestra fe, nos da la posibilidad de unirnos a su sacrificio y transformar por él nuestra existencia y la de nuestros hermanos. Con nuestra fe hemos de ser la luz necesaria para apartarnos y separar a los demás de los valores mundanos y de todo lo profano y emprender el camino de santificación. Camino que comienza por acoger la gracia de Dios y avanzar en la esperanza y en la paciencia con los hermanos para, juntos, responsables unos de otros, implantar la justicia y la caridad en el corazón de los hombres.