I. La "Carta" a los Hebreos, un sermón

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado

a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos

ha hablado por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo, ...


Si observamos el texto, vemos que no es UNA «CARTA» SINO UN «SERMÓN ».

Un comienzo poco común. Lo primero que llama la atención es la ausencia de todo título, de toda referencia personal de autor, de destinatarios. Es un comienzo brusco, con dos adverbios solemnes (en griego: polymeros-polytropos).

Si lo comparamos con los demás escritos del NT vemos inmediatamente la profunda diferencia. En muchos de ellos encontramos el título del libro, los nombres propios, los destinatarios, referencias a las relaciones y noticias personales y, en fin los saludos. Nada de esto ocurre en esta obra. Comienza bruscamente. Una frase larga, una única proposición, comprende los cuatro versículos. Con un estilo cuidado en el que se busca el paralelismo literario y a la vez la contraposición. Se usa un lenguaje solemne, casi rebuscado, que produce sensación de misterio. Con toda seguridad podemos afirmar que no es el comienzo de una carta. 

Un final desconcertante. La obra tiene dos terminaciones o despedidas. La última tiene todo el talante del final de una carta y no se parece en nada al comienzo solemne. El otro final se encuentra inmediatamente delante de éste. Es, como en el comienzo, una frase única, larga, solemne y con tono grandioso. No es el final de una carta.

Un conjunto armónico. El resto de la obra está en armonía con el comienzo y el final solemne, manteniendo todo él un estilo oratorio. La obra no ha sido elaborada para ser enviada por escrito, como lo dice Lucas de su evangelio y de los Hechos o Juan en su evangelio y en la primera carta que también comienzan de una manera brusca, en tono solemne, con un prólogo. Nunca dice el autor que «escribe». Nunca emplea términos que impliquen escritura. Mantiene siempre un lenguaje oral. Abunda la exhortación directa a un auditorio que se supone presente. En ningún momento de su obra el autor transmite noticias personales suyas o de otros. Se mantiene siempre en el tono solemne utilizando el recurso oratorio de la primera persona del plural. Las numerosas referencias escrituríticas que el autor aduce nunca las introduce con la fórmula «está escrito», ordinaria en el resto del NT, especialmente en las canas de S. Pablo sino con la fórmula oral: la Escritura dice, proclama, atestigua.

Un sermón enviado y recomendado por escrito. Este discurso en su totalidad es calificado como «logos paradéseos»: Síntesis de la historia de Israel para anunciar el cumplimiento de las esperanzas judías en Cristo. Una exposición-fundamentación del misterio de Cristo como estímulo para la fe en Él.

Esto es también nuestra obra. Es un «discurso», un «logos», como el mismo autor la designa (cf. 5, 11 ; 8,1), una pieza oratoria en la que se expone el misterio de Cristo a la luz de la historia de la salvación y desde la Escritura para afianzar la fe de los cristianos y estimularlos a vivir una vida en coherencia con esa fe. Podemos decir, con las últimas traducciones castellanas, que se trata de un «sermón». El sermón está elaborado y redactado para ser pronunciado oralmente ante un auditorio presente. Pero este sermón ha sido enviado por alguien a otros destinatarios. Este envío se hace añadiéndole unas frases en las que el que lo envía pide oraciones por él mismo.

Con esta breve misiva -una tarjeta postal podíamos decir nosotros-, el que lo envía recomienda este sermón, aprueba el texto, aunque su contenido doctrinal sea tan original y único, el más original, hermoso y único, sin duda, de todo el NT.



1. Diferencias significativas entre el lenguaje y las ideas de Pablo y las del sermón a los Hebreos.



«Quien sepa apreciar las diferencias de expresión podrá reconocer que el estilo de la carta titulada «a los Hebreos» no tiene el tono sencillo del lenguaje del apóstol... Pero quién es el que escribió la carta? Sólo Dios lo sabe» (Pg 20, 584).



Con estas palabras del famoso escritor y exégeta Orígenes, s. III, queda perfectamente formulado el problema del autor. Los primeros escritores antiguos y muchas iglesias orientales tienen a Pablo por autor. Muchos manuscritos antiguos colocan Hebreos entre las cartas de Pablo. Pero el tono, el estilo, es muy distinto del que conocemos como propio de Pablo por los otros escritos del Nuevo Testamento.

Considerando de cerca el sermón, vemos un estilo cuidado y solemne, minucioso, reposado y tranquilo, mientras que el de S. Pablo resulta arrebatado, brusco, irregular, en ocasiones tierno, a veces impetuoso.

San Pablo puede decir que no anuncia el misterio de Dios «con ostentación de elocuencia o de saber», que sus discursos y mensaje «no usaban argumentos hábiles y persuasivos» (1 Cor 2, 1-5), mientras que el autor del sermón busca la elocuencia, con argumentos sutiles, refinados. Si Pablo habla siempre en primera persona, si muestra con energía su carácter de apóstol (cf. Gal 1, 1.12; 2 Cor 11) nuestro predicador se coloca en segundo término. Si nuestro autor centra su exposición del misterio de Cristo en el sacerdocio, S. Pablo nunca habla de Cristo sacerdote.

Las diferencias, pues, de tono, de vocabulario, de contenido son toles que no resulta comprensible hablar de una misma persona como autor. Sin embargo, existen también semejanzas notables que fundamentan la opinión del «origen» paulino, de alguien estrechamente relacionado con Pablo, conocedor de su pensamiento en los aspectos esenciales. Todo indica que el autor del sermón formaría parte del grupo de oyentes de Pablo. 

Quién sea este autor nos resulta a nosotros hoy tan imposible de determinar como al mismo Orígenes. Todas las propuestas que se han hecho ya desde la antigüedad no pasan de ser meras conjeturas. Sin embargo, casi con toda seguridad, la tarjeta es paulina. Con dicho billete él envía y, por lo mismo, recomienda, el sermón para alguna de las comunidades en que él se movía. Por esto se habla y se admite su origen paulino.



2. Estructura del sermón.



Hebreos es el sermón bien estructurado de un predicador. Conocer la estructura literaria de una pieza oratoria como es esta obra, ayuda a leerla adecuadamente, a entenderla e interpretarla mejor. La estructura revela la lógica interna del pensamiento del que habla, necesaria para situar cada frase y para comprenderla.

Los criterios para descubrir la estructura literaria tienen que ser de orden estrictamente literario. No pueden ser de orden ideológico o conceptual, pretendiendo buscar o descubrir la idea principal o directriz. Así se ha hecho hasta tiempos bien recientes y se han encontrado multitud de ideas directrices dando lugar a estructuras bien distintas. La misma variedad de propuestas, y mucho más si se tienen en cuenta las múltiples y contrarias subdivisiones internas, indica ya que este criterio no es objetivo, no está en el sermón, sino en la mente del que lo lee hoy. Por eso hoy se tiende cada vez más a buscar criterios literarios, objetivamente presentes en el texto, criterios de lenguaje, de vocabulario, de estilo y tono. Sobre todo para descubrir la complementariedad y convergencia de los mismos. Sólo así es posible obtener seguridad y certeza.

La estructura que aquí presento es la ofrecida por Albea Vanhoye en su tesis doctoral sobre la Estructura de la Cana a los Hebreos. En general es admitida ya por todos. En España la sigue la Nueva Biblia Española (NBE).

Los procedimientos o criterios literarios fundamentales utilizados son los siguientes:



1ª. PARTE: 1,3 a 2,18: 



Exordio (1, 1-4), se anuncia el primer tema que se va a desarrollar.



- Primer procedimiento, el fundamental, el anuncio: «convenido en tanto más poderoso valedor que los ángeles cuanto más distinto que el de ellos es el nombre que ha heredado (v. 4).

- Segundo procedimiento: «Ángeles» es el término o palabra característica de toda esta parte.

- Tercer criterio: La palabra «ángeles» sirve de enganche (palabra-enlace) entre los vv. 4 y 5. 

- Cuarto procedimiento o criterio: Una división interna dentro de esta parte se advierte por el cambio de estilo o tono.

* 1, 5-14: Hijo de Dios superior a los ángeles. Exposición

* 2, 1-4: tomar en serio el mensaje. Exhortación

* 2, 5-18: Hermano de los hombres. Exposición

- Un nuevo procedimiento: Inclusiones de cada exposición. Consiste este criterio literario en la repetición de unas palabras o de una fórmula al comienzo y al final de una composición.

La primera parte, comprende pues, 1, 5 a 2, 16. Su tema es el NOMBRE, la posición o situación obtenida por Cristo ante Dios y en relación con los hombres. El tema se trata en tres párrafos: a) 1, 5-14; exposición: la posición ante Dios; b) 2, 1-4: exhortación: prestar atención a la palabra oída que procede de Cristo; c) 2, 5-16: exposición: Cristo mucho mejor valedor para los hombres.

Los vv, 17-18 constituyen la transición hacia la segunda parte: tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fidedigno.



2ª. PARTE: 3,1 a 5,l0. 



Termina la parte primera (2, 16) con dos versículos en los que aparecen varios términos nuevos, solemnes y un tanto misteriosos:



Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fidedigno en lo que toca a Dios y expiar las pecados del pueblo. Pues, por haber pasado él la prueba del dolor puede auxiliar a los que ahora la están pasando (2, 17-18).



Aquí se anuncia un tema nuevo: Jesús sumo sacerdote compasivo, misericordioso y fidedigno. A este indicio se añade el cambio de tono que se advierte en 3, 1 que comienza con una

incisiva interpelación a los oyentes: «por tanto, hermanos consagrados (santos), que compartís... Este versículo enlaza con el anuncio mediante las palabras de enganche: sumo sacerdote y fidedigno. El tema anunciado va a ser tratado en dos secciones:



A) Exhortación: 

- 3, 1 a 4, 14: digno de fe-confianza. La palabra fe se repite como término fundamental. 

- 3, 1-6: Una exposición, comparando la confianza de que fue digno Moisés con la de Jesús. - 3, 7 a 4, 14): prestarle nuestra fe. Exhortación.



B) Exposición:

- 4, 15 a 5, 10: compasivo-misericordioso.

-4, 15-16: vayamos a obtener misericordia. Exhortación.

-5, 1-10. compartió nuestra miseria. Exposición.



Describe al sumo sacerdote (5, 1-4) y aplica esa descripción a Cristo (5, 5-8). Se trata de Jesús, Sumo Sacerdote compasivo-misericordioso. 



TERCERA PARTE: 5, 11 a 10, 39.



Nuevo tema. Los vv. 9-10, del cap. 5 afirman que el Sumo sacerdote compasivo y fidedigno ha sido, «consumado», y se ha convertido «en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» y Dios lo ha «proclamado sumo sacerdote en la línea (según el orden) de Melquisedec. Ninguna de estas expresiones ha sido utilizada antes ni explicada, por lo que el oyente entiende inmediatamente que aquí se comienza una parte distinta.



5,11 a 6, 20: Una larga interpelación-exhortación a los oyentes.



A) Exposición: 7, 1-28: sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, superior al levítico.

B) Exposición 8, 1 a 9, 28: Llegado a la perfección por su sacrificio. Es la más amplia y la central. El autor la califica como «el punto capital» (8, 1), y queda encuadrada por el término de inclusión «ofrecer» (8, 1: ofrecer dones y sacrificios; 9, 28: «se ofreció a sí mismo»).

- 8, 3 y 9, 10: trata del culto antiguo, de la alianza vieja, defectuosa y caduca, queda sustituida por la nueva, perfecta y definitiva alianza en Cristo, y del rito fundamental de expiación, ineficaz.

- 9, 11-28: CRISTO, Mesías, trata del sacrificio de Cristo, eficaz y definitivo y de la

alianza nueva establecida en Él.

En el conjunto de la sección, encontramos seis subdivisiones dispuestas entre sí de una manera concéntrica. El vocabulario de toda esta sección tercera es el de la actividad sacerdotal: ofrecer (8 veces), sangre, sangre, alianza.



C) Exposición: Causa de salvación eterna.

-10,1-18: la salvación perfecta obtenida por Cristo, el perdón es un hecho, Cristo, con su sola ofrenda, ha logrado el objetivo y aguarda sereno el éxito de su obra.

-10, 10-39: Exhortación. Sobre la plena confianza de los cristianos. Necesitáis paciencia-constancia (v. 36) y la fe que hace vivir al justo (vv. 38-39).

El vocabulario en toda la sección es el de la eficacia del sacerdocio: poder, santificar, cumplir, ofrenda.



CUARTA PARTE: 11, 1 a 12, 13. Fe y paciencia.



La parte comienza con el segundo tema anunciado, el de la fe. Fe es el término que enlaza (11,1) con el anuncio (10, 38-39), y que encuadra todo el desarrollo (vv 1 y 40), centrado en la fe que dio aliento a los justos a lo largo de la historia del Antiguo Testamento y por la que recibieron testimonio favorable -aprobación- de parte de Dios.



A) 11, 1-40: Exposición. Fe de los personajes del AT.

B) 12, 1-13: Exhortación. Se centra en la constancia-paciencia a ejemplo de Jesús que soportó con paciencia la cruz (12, 2).

Paciencia-constancia y corrección-educación son las palabras fundamentales hasta el v, 11. Los vv, 12-13 cierran la exposición mediante el procedimiento de la inclusión construid caminos rectos, vv, 1 y 13.



QUINTA PARTE: 12, 14 a 13, 18.



La expresión de 12, 13 «enderezad los caninos para vuestros pies plantad los pies en sendas llanas» es una cita de Prov. 4, 26. Introducen un tema nuevo, que no es el de padecer, sino el de actuar. Un actuar que consiste en la caridad, en su doble dirección, hacia Dios y hacia los hombres.



- 12, 14-29: se centra en la santidad, en la relación con Dios.

- 13, 1-6: insiste en la caridad con los hermanos.

- 13, 7-18: el proceder y se centra en la cohesión de la comunidad.

En toda esta parte se define la vida cristiana.



CONCLUSIÓN:



- 13, 20-21: Resume el contenido doctrinal del sermón y las consecuencias para la vida



3. Dificultades de los primeros cristianos para dar a Jesús el título de sacerdote-sumo sacerdote.



La aportación teológica y cristológica fundamental del sermón es la afirmación de la condición sacerdotal de Cristo. Este Cristo, del que la fe confesaba ya la filiación divina, la resurrección y sesión a la derecha del Padre después de haber asumido la condición humana hasta el extremo de la pasión y la muerte, ha sido constituido por Dios Sumo Sacerdote.

Pero el sacerdocio de Cristo representaba para los primeros cristianos un problema que había que resolver:

1) Era difícil atribuir a Jesús los textos de la Escritura que atestiguan su sacerdocio, porque su vida parecía oponerse a concederle la condición sacerdotal. 

Los términos "sacerdote", "sumo sacerdote" designaban una categoría y casta social y política dedicada a los servicios cultuales-rituales del templo, que aparecen como los opositores fundamentales de Jesús, sus perseguidores, responsables de su condena y muerte. Y Jesús era un laico, no pertenecía a la tribu de Leví, la que, por generación, ostentaba el oficio sacerdotal. Su muerte nada sugería de tipo ritual, no parecía indicar que se tratar de un acto sacerdotal o de un sacrificio según lo instituido en la Ley.

2) Si en Cristo se habían cumplido las Escrituras, ¿que sucede con la institución sacerdotal atestiguada en esos textos sagrados?

Los profetas anuncian la estabilidad eterna del sacerdocio, la ofrenda perfecta. Se esperaba la venida de un Mesías sacerdotal, pero de otro tipo.

En la vida de Jesús no se puede negar totalmente un cierta referencia o relación positiva con el culto, y, por tanto, con el sacerdocio: la escena de la expulsión del templo era legible en términos de purificación y de destrucción y reconstrucción de un nuevo santuario. En las palabras de la última cena sobre el cáliz se habla de la sangre de la alianza, del sacrificio de la nueva alianza. En la catequesis anterior o contemporánea a nuestro predicador se había hecho ya alguna conexión entre la muerte de Cristo y el sacrificio. Así S. Pablo en 1 Cor 5, 7 asimila a Cristo con el Cordero Pascual: «Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado». En la misma carta Pablo hace un paralelismo entre la participación en la eucaristía y en los sacrificios paganos (1Cor l0, 14-22). En Rom 3. 25 se califica a Cristo como «propiciación... en su sangre». En Ef 5,2 se afirma que Cristo nos amó y se entregó por nosotros «como ofrenda y sacrificio a Dios en olor de suavidad». 

Es de notar también el hecho de que Lc en 24, 50-51 presenta a Jesús despidiéndose de sus discípulos con un gesto de bendición; este gesto, tal como lo describe Lucas, «levantando las manos», es característico de la bendición de los sacerdotes (Lv 9, 22; Sir 50, 20).

3) Afirmar que Jesús es sacerdote es una afirmación audaz. Eran muchas las resistencias que había que vencer. Eran muchos y muy distintos los aspectos que había que armonizar. Había que transformar muchos conceptos. Había que profundizar mucho en las cosas, en las realidades, en el sentido del sacerdocio, en la intencionalidad da mismo y en la vida y en la muerte de Jesús.

Y esto es lo que hizo nuestro predicador. Profundizó en la Escritura y vio en ella descubierto y afirmado el proyecto de Dios sobre el sacerdocio. Analizó en profundidad la vida y la muerte de Jesús y descubrió en ella no sólo la culminación de las esperanzas mesiánicas, sino

también la de ese proyecto de Dios figurado en el sacerdocio del AT. A su entender Cristo asumió, realizó y perfeccionó aquello que d sacerdocio, en el fondo, y según el proyecto de Dios, queda y estaba llamado a realizar. Así en Jesús también se cumple esta Escritura, la del sacerdocio. Descubre las semejanzas profundas, las diferencias fundamentales, y la superioridad entre el sacerdocio de Cristo y el del Antiguo Testamento. De esta manera transformó la comprensión del sacerdocio y amplió y profundizó la fe cristiana.



"Cristo sumo sacerdote misericordioso".



Afirmar que Jesús ha sido proclamado sumo sacerdote, el mayor, el mejor y único sacerdote, significa confesar que él es el que asegura las relaciones óptimas con Dios y que se halla en buena-óptima relación con los hombres. Sólo con esta doble adecuada-perfecta relación, con Dios y con los hombres, podrá asegurar unas adecuadas relaciones de los hombres con Dios. Se necesita estar ligado íntimamente por una condición existencial a los hombres y a la vez estar plena e íntimamente unido a Dios para poder llegar a ser «mediador perfecto» entre ellos, acercándolos, ayudándolos a entrar en comunión.

Este sacerdote está capacitado y mantiene la capacidad de compadecerse de nuestra debilidad pues la conoce por experiencia personal, por haber vivido y sufrido nuestra frágil condición de tentación, de prueba (4,15-16). Podemos acudir a Él con confianza, porque está allí para prestarnos la ayuda necesaria en el momento oportuno (v.16).

Ha sido llamado y llevado al sacerdocio por Dios como un don en favor de los hombres (5.1-6). Esta proclamación supuso para Él todo un proceso existencial en el que se manifiesta su solidaridad plena con los hombres. Pasó por la experiencia de la prueba y de la tentación (2,17-18; 4,15). Todo sufrimiento es para el hombre una prueba. Por eso comprende y mantiene una actitud de afecto y compasión, de misericordia para con las debilidades humanas.

Cristo pasó también por la experiencia de la obediencia. Por solidaridad con nuestra naturaleza débil, flaca, ignorante, errante, indócil, aprendió por medio de lo que padeció lo que significa obedecer (5,8), en los momentos dramáticos de la pasión le hace exclamar: "pase de mí este cáliz", lo que al hombre le cuesta obedecer, ser fiel a Dios y ser fiel al hombre, buscar y aceptar la voluntad de Dios, lo trágico que es empeñarse en amar a los hombres.

Ofreció "en los días de su carne" súplicas y ruegos con poderoso clamor lágrimas (5,7).

La existencia entera de Jesús, su vida dramática, su misma muerte en la cruz es asumida en una súplica intensa, clamorosa y ofrecida a Dios con total reverencia (v.7). En su pasión, llevó más allá de todo límite, su obediencia al Padre y su amor a los hombres. Hizo llegar hasta Dios la condición humana transformada, por el camino de la comprensión de su fragilidad, de la compasión llevada hasta las últimas consecuencias del amor hasta el extremo (Jn 13,1).



"Cristo es un sumo sacerdote perfecto".



«El punto capital de la exposición es que tenemos un sumo sacerdote, consumado para siempre, uno que en el cielo se sentó a la derecha del trono de su Majestad, como celebrante-liturgo del santuario y del tabernáculo verdadero, erigido por el Señor, no por los hombres» (8,1-2). La explicación de esta afirmación capital constituye el objeto de la sección central de la tercera parte.

Se trata aquí de comprender por qué medio obtuvo Cristo la consumación-perfección sacerdotal. La explicación se hace comparando las dos liturgias o cultos, el del AT y el de la existencia de Cristo, poniendo de relieve las diferencias y la superioridad del culto de Cristo quien «por su propia sangre» entró en el santuario (9, 11-14), que se ofreció a sí mismo (7, 27; 9.14) como sacrificio sin defecto (9, 14).

La religiosidad judía fue concentrando y reduciendo la religiosidad al aspecto del culto y de los ritos. El sacerdocio se fue reduciendo a la ofrenda de sacrificios. Esta situación ya fue criticada por los profetas (Am 5, 2]-25; Os 6, 6; Jer 7, 1-]5; Salmos 50, 9-13; 51, 18; 40, 7-9) (Heb ]0,5ss.). Y fue criticada también por Jesús (Mt 9, ]3; ]2, 7; 15, ]-20).

En esta misma línea de denuncia se sitúa nuestro predicador y en su sermón va a demostrar la inutilidad del culto antiguo y la naturaleza y valor supremo, definitivo, del culto inaugurado por la muerte de Cristo.

a) En primer lugar el culto-liturgia del AT se mantiene en un nivel terreno (8, 3-5) mientras que el de Cristo es culto celestial (9, 24-28).

Los sacerdotes realizan un culto aquí en la tierra y en ella permanecen después de celebrarlo. Los sacrificios que ofrecen son terrenos, de realidades terrenas; el santuario en el que lo ofrecen es también terreno, una simple figura del celeste (8, 5). Ellos mismos, en cuanto que no han superado la condición humana, son terrenos y terrenos permanecen. En cambio, Cristo (9, 24) no entra a oficiar en un santuario terreno sino en el mismo cielo; el sacrificio que él ofrece, que no es múltiple, variado, sino uno y único, de una vez por todas (9, 25-26), lo hace pasar verdaderamente de la condición terrena a una existencia celeste, divina, el encuentro verdadero con el Dios vivo. El inicia su ofrenda en la tierra pero al terminar el sacrificio ha pasado al cielo

porque ese sacrificio realiza en Él mismo una transformación efectiva que lo coloca en un nivel divino-celeste de existencia. No realiza un rito, una ceremonia, sino un acto real de su existencia, la ofrenda de su propia existencia y vida.

b) Con este sacrificio existencial Cristo se ha hecho mediador de una alianza mejor, nueva, estipulada sobre mejores promesas (8, 7). Es el segundo aspecto que analiza en las dos subdivisiones paralelas y contrapuestas (8, 7-13; 9, 15-23). El culto funda una alianza, y es expresión de la misma. La alianza fundada en el culto existencial de Cristo es firme, nueva, definitiva, perfecta.

La primera alianza no era perfecta, definitiva, puesto que el mismo Dios promete y anuncia una alianza distinta, nueva, de otro orden, para los días finales, escatológicos (8,7-13; Jer 31,31-34 Con este anuncio de una alianza «nueva» declara «anticuada» la primera, y como tal, vieja y cercana a la desaparición (8, 13). Cristo es mediador de esta alianza nueva (9, 15-23). Lo es porque la ha instaurado con su muerte (vv. 15-17), con su sangre (vv. 18-22). Su sacrificio es un sacrificio de expiación, quita él obstáculo para la alianza, purifica el pecado del pueblo; pero es a la vez un sacrificio de alianza, introduce en la intimidad de Dios.

La alianza se funda sobre un sacrificio sangriento (Ex 24, 3-8). Y esto es lo que ha ocurrido en Cristo, en su muerte. Ha habido efusión de sangre. Y, en esa sangre, se ha fundado la alianza nueva (Mt 26,28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Cor 11, 25; y aquí Heb 10, 29; 13, 20).

c) El tercer aspecto, el fundamental, es el del lugar sagrado y los ritos sacrificiales. El antiguo ritual, aún el más solemne y al que se atribuía el máximo valor y eficacia, el del Yom Kippur, o día de la expiación (Lev 16; Sir 50, 5-21) era como un callejón sin salida. No conseguía su objetivo de establecer una relaciones auténticas con Dios, una purificación efectiva.

verdadera, del pecado. La misma prescripción del ritual de que el Sumo Sacerdote entrara año tras año, a través de la Tienda o el Santo, hasta el tabernáculo o Santo de los Santos (Ex 25, 23.30ss.), reconoce implícitamente que no se había conseguido el objetivo, que no se había llegado de hecho hasta el mismo Dios (Heb 9, 8). El mismo AT, en cuanto es palabra de revelación, ya proclamaba y reconocía la precariedad de este sacerdocio, su inutilidad.

Los sacrificios, la sangre, no podían de hecho purificar el pecado (9. 9) porque eran también materiales, externos, carnales, de este mundo (9, l0). Estos sacrificios no podían realizar una mediación auténtica. Sólo un sacrificio de otro tipo podía dar acceso auténtico a Dios. Un sacrificio cuyo efecto sea no agradar a Dios, obtener sus favores, sino transformar al que lo ofrece, cambiar interiormente su posición frente a Dios, su posición-actitud ante y frente a los hombres, un sacrificio que llegara a «perfeccionar-transformar» la conciencia» (9. 9). Y éste y así es el sacrificio de Cristo. «Cristo, en definitiva, se presentó como sumo sacerdote de los bienes definitivos (futuros), mediante el tabernáculo mayor y más perfecto.

Jesús entra en el Santuario, llega hasta el mismo Dios a través no de carne o sangre ajena, sino de su misma carne. Esta es la «tienda verdadera» construida por Dios y no por hombres, no de esta creación. Con esto se designa su propia humanidad resucitada, una nueva creación. Este es el nuevo templo, no material, sino en el Espíritu, que se constituye en el camino hacia Dios, que lleva hasta El y permite el acceso de los hombres hasta Dios mismo (cf. Mt 26, 61; Mc 14, 58; In 2, 13-22). Es esa humanidad transformada en la pasión y la muerte la que ha obtenido el acceso hasta Dios. Con ella y por ella la humanidad ha penetrado en el Santuario celeste.

Así queda abolida la separación entre sacerdote y víctima. El mismo se ofrece a sí mismo. Lo que parecía ser pura «pasión» se convierte, en Cristo, en acción, al asumir él personalmente su existencia y vida y ofrecerla voluntariamente al Padre. El ha podido hacerlo porque es «santo, inocente, inmaculado» (7, 26), sin pecado (4, 15), sin tacha (9, 14).