El Profeta Isaías

III. El Tercer Isaías "El Reino Mesiánico": (Is 56-66)

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

I. Introducción.


1. El autor



La mayor parte de los exégetas considera que el libro se debe a un grupo de discípulos de los días postexílicos. Se percibe en los poemas la impronta que refleja la fidelidad y lealtad al estilo y a la doctrina del Deutero-Isaías, trasvasada y aplicada al contexto histórico de desesperanza que vive el pueblo judío tras el destierro

El Tercer Isaías o Trito-Isaías (56-66) se debe considerar, como una unidad redaccional, independiente, en su origen, de Is II (40-55) y también de Is I (1-39), aunque las líneas literarias y teológicas de coincidencia con uno y otro hacen pensar que, al menos algunos textos del Tercer Isaías, pudieron ser redactados bajo el prisma de los contenidos de las dos primeras partes del libro de Isaías.

De cualquier modo, se puede concluir que, para comprender el texto, tiene mayor importancia la descripción de la comunidad en la que se origina y de los conflictos que la determinación del autor



2. El tiempo y la situación histórica:



Estamos en el s. V, en época persa, la de los repatriados, en el momento de reconstruir su vida en Palestina, entre los pueblos vecinos hostiles, aunque son pocas las alusiones precisas a este periodo. Parece que hay un altar pero aún no está reedificado el Templo, ni los muros de la ciudad. En el texto, se dirigen las amonestaciones y consuelos a los que trabajan y lloran en Sión. Muchos exégetas admiten que Is III (56-66) pertenece exclusivamente al período del 539 al 460 a. C. Babilonia ha desaparecido, el imperio persa es aún potente y los pueblos deportados por los babilonios pueden tornar a sus lugares de origen. Pero, en este marco de acontecimientos internacionales, se ha dado una situación diferente en la historia doméstica de Jerusalén.

El texto va a reflejar el conflicto que surgió a la vuelta del exilio entre el partido hierocrático monárquico (sadoquita) y el partido levítico, teocrático profético, por el control del poder en Jerusalén. Cuando David traslada el arca desde Siló a Jerusalén e inaugura así el culto del Señor en la ciudad santa, establece el culto bajo la dirección de los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Este último, de origen levita, era miembro de una familia sacerdotal que había protegido a David cuando era perseguido por Saúl (1Sm 22,22-23). Después, Sadoc, que ya había ungido rey a Salomón, es confirmado como sacerdote del templo que a partir de ese momento queda bajo el control del grupo sadoquita. También la constitución civil y eclesiástica propiciada por Ez 40-48, vinculada al ambiente sacerdotal, declara que solamente sacerdotes sadoquitas pueden acercarse al altar (Ez 40,46), mientras los levitas quedan excluidos por haber adorado a los ídolos (Ez 44, l0-14). El predominio de los sadoquitas se consolida definitivamente con la consagración del templo en el año 515 a. C. y la instalación de Zorobabel como gobernador y de Josué como sumo sacerdote. Hacia él año 400 a.C., Crónicas (l Cr 24), testimonia aún el malestar de los levitas ante esta situación. Detrás del conflicto político y eclesiástico, hay un conflicto humano y religioso que es confrontación de dos mentalidades: una ideológica-conservadora y otra utópica-apocalíptica.

La mentalidad ideológica es la de los grupos que están en el poder, que defienden el mantenimiento de la situación y evitan cualquier reforma. La mentalidad utópica rechaza radicalmente el orden establecido. No queda satisfecha con una reforma, ni siquiera profunda, sino que busca la destrucción del orden existente para reiniciar un orden nuevo. Is III refleja este conflicto entre la mentalidad ideológica conservadora del grupo vinculado al partido sacerdotal sadoquita y la idea del grupo visionario, vinculado tal vez a la comunidad del Segundo Isaías y al grupo sacerdotal levítico.

El primer grupo regresa del exilio con la fuerza política que le concede la autoridad persa, tal vez, también con bienes obtenidos durante los años del destierro y con el sentimiento de haberse purificado a través de esa experiencia y de ser, por tanto, la auténtica comunidad del Señor. Desprecian a los residentes porque se han contaminado con los extranjeros ocupantes de Jerusalén y por el enriquecimiento ilegítimo con los bienes de los deportados. Por su parte, el grupo residente considera al primero contaminado en el destierro por el contacto con una cultura y religión extranjera. Además, los que regresan del destierro están únicamente preocupados por restablecer el templo como su lugar de culto y fuente de su poder, en lugar de atender a las exigencias éticas de la ley y de las antiguas tradiciones.

Estos dos grupos caracterizan la situación de Jerusalén en el tiempo del Tercer Isaías. Hay que observar que, a pesar del clima más bien integrista y cerrado que muy pronto se establecerá en Jerusalén, el profeta se manifiesta particularmente abierto y animoso. Efectivamente, en 56,1-8, se da acceso al templo incluso a categorías que estaban excluidas, el extranjero y el eunuco, con tal que amen a Yahvé y se mantengan en su alianza (v. 6). En el reino mesiánico, entrarán todos; es el universalismo, frente al particularismo del viejo Israel. Entonces "las naciones caminarán a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora" (60,3).



3. Estructura literaria.



Probablemente, no se puede decir que el libro del Tercer Isaías tenga una estructura definida o un mensaje completamente peculiar, ni un orden lógico ni cronológico en la colocación de las distintas profecías. Se nota una cierta organización de los textos en cuatro grandes grupos: 



1) Oráculos sobre la vida social y religiosa (56-59); 

2) Gloria y felicidad de la nueva Sión (60-62); 

3) El juicio divino y confesión del pecado (63-64); 

4) Promesas y amenazas (65-66). 



El primer grupo y el tercero se corresponden en general. En ambos, se integran las denuncias de los aspectos negativos de la vida del pueblo o de grupos particulares, con la expresión de esperanzas para el futuro.

Se produce la adaptación del mensaje del Deutero-Isaías en la que su doctrina es reconsiderada. Los capítulos 60-62 son los más semejantes al Segundo Isaías y participan de su ambiente de optimismo entre esperanzas y promesas. 



II. TEOLOGÍA 



La panorámica ha cambiado, se respiran otros aires. Ha desaparecido el peso de la opresión babilónica. El profeta se dirige a su pueblo ya instalado en suelo de Israel, cuya teocracia emergente siente que debe purificar la infidelidad a Yahvé y los desajustes sociales. Se hizo muy difícil el conservar la pureza de costumbres entre los repatriados, por las condiciones precarias del retorno. Alza su voz, con un dejo de amargura, en tono casi prosaico, contra la sombría incredulidad que cree extenderse. Afloraron los antiguos extravíos y el oprobio de los débiles por los dirigentes. A la vez, renacieron las prácticas paganas con toda su vileza; siguen sometidos a una cierta opresión de poderes extranjeros; y Jerusalén es una ciudad de abandono y ruina, vive bajo las incursiones enemigas y el despojo de cosechas y del trabajo.

La expresión: “Sión será redimida por la rectitud” (59,20), puede sintetizar todo el libro. Sólo una conversión sincera a Dios hará resolver el panorama de castigo que planea sobre Israel.



1. Oráculos sobre la vida social y religiosa: c. 56-59.



Comienza el capítulo con unos versículos de exhortación a practicar el bien y observar el derecho, las directrices jurídicas dictadas por la ley mosaica que deben marcar la conducta cuyo fin es la justicia, esto es, la salvación emanada de las promesas hechas por Yahvé: Bienaventurado el varón que así lo hace (56,2). La justicia exige acoger a los excluidos. A los eunucos y a los extranjeros prosélitos, que, guardando el sábado y eligiendo lo que agrada a Yahvé, lo sirven y aman su nombre, les dará un nombre eterno mejor que a muchos hijos e hijas; sus actos de culto con espíritu de fe y oración en el templo serán gratos: mi casa será llamada casa de oración (56,7). Jesucristo aplicó este texto al Templo de Jerusalén, el día que expulsó a los cambistas y a los profanadores (Mt 21,13). Casa de oración, expresa la reconciliación del templo que ha de ser casa de oración y ara de sacrificios. Adhiriéndose al pacto de Yahvé mediante la oración y la piedad, se les redimirá de su condición social: a los que se mantienen en mi alianza entre de mis muros (56,4-5), por la fuerza de la fe y por la renuncia a hacer el mal, tendrán la salvación. El culto es universal para todos los pueblos. Así mismo, la redención es universal, a todos: los llevaré a mi monte santo y les daré alegría en mi casa de oración (56,7).



Invectiva contra la idolatría



Israel, rebaño repatriado del exilio, anda en situación caótica por la insolencia y el abandono de sus pastores, los dirigentes son perros mudos indolentes, ambiciosos e interesados en su voracidad insaciable. El justo perece tragado por el mal. Es más, la idolatría no ha desaparecido. La invectiva es implacable contra el sector que practica las licencias paganas de tiempos del preexilio. Siguen los cultos supersticiosos, hijos de la bruja, y los actos idolátricos, generación de la adúltera y de la prostituta (57,3), que el A.T. denomina “adulterio”, por ser obra de malvados que desprecian al justo, y producto de conductas pecaminosas de farsantes e infieles a Yahvé, esposo de Israel, entre las que se incluye la prostitución sagrada y hasta sacrificios humanos. Se trata de niños sacrificados al dios amonita, Moloc; era una divinidad subterránea cuyas víctimas debían entrar en el interior de la tierra.

Grita, dice con ironía, que los salven los ídolos; pero la ira divina se los llevará como el viento. La avaricia desmesurada y generalizada hacía que Yahvé ocultara su rostro a su pueblo. En su bondad, Yahvé quiere pensar que más que malicia, es enfermedad y malos hábitos. Y como a un enfermo lo sanará: Pero yo voy a curarlo, a darle alivio (57,17-18). La restauración es el efecto de la fidelidad del Señor, ha tenido que aplicar el castigo a su pueblo en su cólera, pero ahora se apiada de él (véase Is 54, 7-8).

Dios llama a Israel a juicio para obtener su vuelta al único refugio seguro, le pide su conversión: a los ídolos se los llevará el viento, mas quien confía en Mí heredará la tierra y poseerá mi santo monte (57,13). Dios, ante el caído, se mueve a la misericordia, quiere perdonar al contrito y humillado, yo no quiero estar siempre enojado (57,16), pero el perdón está condicionado al arrepentimiento. Dios salva al pobre, al necesitado, al humilde y al obediente, fiel y sincero; a la sazón, el pueblo judío era pobre e insignificante. El que se convierte por la gracia busca la paz que viene únicamente de Dios. El malvado no halla nunca la paz, porque la busca en sí mismo, en el poder y en el bienestar. El poema suscita la paz para quienes ponen su esperanza en el Señor.



Ritualismo



El profeta denuncia las iniquidades y los pecados de la casa de Jacob; un pueblo que, instalado en el formalismo externo, se cree justo y religioso por cumplir los ritos, como si con actos humanos pudiera comprar los dones divinos. El Señor indica las disposiciones éticas internas del auténtico ayuno, la justicia y el amor al desvalido y al oprimido:



Es otro el ayuno que yo quiero. Desatar las cadenas de iniquidad, deshacer las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, albergar al pobre sin techo, vestir al que veas desnudo y no volver tu rostro ante tu hermano (Is 58,6-7. 9-l0). 



Las prácticas piadosas del ayuno, la observancia del sábado y las ofrendas cultuales, impulsadas por los defensores del culto, están impregnadas de injusticia y opresión, por disputas y crímenes y hasta por el incumplimiento de las leyes rituales. Estoy harto de holocaustos de carneros…la sangre de novillos y corderos me repugna (Is 1,11).

La justicia del pueblo en sus relaciones mutuas con humildad y amor al prójimo es imprescindible para alcanzar la esperanza y la salvación: entonces surgirá tu luz como la aurora y tu justicia marchará ante ti (58,8); la nación de este modo, brillará en las tinieblas tu luz, y tus sombras se harán un mediodía (58,10). La benignidad de Yahvé la pastoreará, la levantará y la engrandecerá. En el día mesiánico, el Señor transformará el mundo con su santa presencia. 



Los pecados de Israel



Pero los pecados de Israel impiden la salvación, se ha abierto un abismo casi insalvable entre Dios y su pueblo, vuestras manos están manchadas de sangre (59,1-21). La reiteración del vocabulario: pecados, sangre, crímenes, mentira, perfidia, falsedad, perversidad, maldad, insiste en la culpabilidad. El alma de Israel está cubierta de crímenes:



Ninguno acusa con justicia, nadie litiga con honradez; se confía en la nada, se habla falsedad, maldad se concibe y se engendra desgracia (59, 4).



Los males sociales corrompen la sociedad: No conocen la senda de la paz, no hay justicia en su camino (59,8). El profeta, con el pueblo, confiesa los pecados contra Dios: revelarnos y ser infieles a Yahvé… hablar perfidia y rebelión (59,13) y contra el prójimo: se ha quebrantado el derecho y la justicia sigue al margen (59,14). Pero la mano del Señor está tendida para la salvación y su oído atento para escuchar las súplicas. La intervención divina es doble: liberación y salvación para quienes se convierten de su rebeldía. En la expresión, los convertidos de su pecado en Jacob (59,20) late el símbolo del resto fiel de Israel que será el germen sano que reiniciará el Nuevo Israel, así como las frases: Mi espíritu que reposa en ti y mis palabras que he puesto en tu boca (59,21) llevan la mente al tema de los cuatro cánticos de Isaías en que la revelación profética asciende a una de las cumbres más extraordinarias e inquietantes; y evocan, por similitud, las conocidas del “Siervo de Yahvé”, el elegido de Dios, con la infusión del Espíritu, consagrado para una misión pacífica.



2. Gloria y felicidad de la nueva Sión: c. 60-62.



La luz nueva. Estos capítulos presentan un himno de gloria en honor de la nueva Jerusalén centro de todas las gentes. Sobre la Ciudad Santa profanada, como noble mujer sentada en tierra en medio de tinieblas va a caer una luz nueva, las naciones caminarán a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora (60,3); es la iluminación religiosa moral que será aureola de gloria de Yahvé y admiración de los pueblos; entre ellos retornarán los hijos dispersos para engrandecerla y reedificar su muros. Israel reconocerá a Yahvé su Salvador y Redentor. Las resonancias mesiánicas son claras: Yo soy la luz del mundo (Jn 8,12); mientras tenéis luz, creed en la luz, para ser hijos de la luz (Jn 12, 35-36); yo he venido a salvar al mundo (Jn 12,47).



Prosperidad mesiánica.



La idealización de la ciudad transformada es de felicidad total. Desaparece la violencia, el saqueo y la ruina; se impone la soberanía de la paz y la justicia. La gloria de Dios será el resplandor de luz eterna sin días de luto; la era mesiánica trae la bondad y la satisfacción por medio de la salvación, sin lugar al llanto: 



Tu pueblo será un pueblo de justos, para siempre poseerás la tierra, renuevo de la plantación de Yahvé, obra de mis manos, hecha para resplandecer (60, 21). 



Esta profecía anuncia la universalidad de la Iglesia extendida por toda la tierra. La promesa mesiánica está avalada por Dios: Yo, Yahvé, he hablado, a su tiempo lo cumpliré de prisa (60, 22). 



La buena nueva de salvación.



El profeta vislumbra la luz mesiánica (61,1-11). Siente el fin del pecado, la enfermedad y la muerte. El Heraldo de Dios implantará su justicia. Dirige su mensaje a los pobres, condición que implica la pobreza física, opresión, humildad y dulzura. Llega la liberación de la injusticia, por las tensiones entre los retornados y los residentes en Jerusalén. La consolación de los afligidos cumple la misión aludida en Is 40,1. La felicidad viene al hombre. El amor infinito va a habitar entre nosotros en su santidad inaccesible y estará junto al pobre. Nacerá el reino eterno de paz. El amor instala la justicia en cumplimiento de la promesa divina.

Este texto apunta abundantes analogías con los cánticos del Siervo de Yahvé, aunque, al contraponer el año de gracia con el día de la venganza divina (61,2), queda desprovisto del carácter sumiso y humilde del Siervo que se sacrifica, redime y trae la salvación. 

El profeta se siente ungido por Dios: El espíritu del Señor Yahvé está en mí, porque me ha ungido (61,1-3), para realizar una misión especial que le encomienda: predicar la buena nueva a los pobres, a curar a los corazones oprimidos, a anunciar la libertad de los cautivos, la liberación a los presos (v. 1), los oprimidos por la injusticia y las desgracias sociales; y a consolar a todos los tristes (v.2). Se acerca una nueva era para los afligidos de Sión (v.3) que recibirán la diadema de la alegría y serán ungidos con el óleo del gozo; tendrán profundas raíces de justicia y rectitud, pues, son la plantación de Yahvé para su gloria (v.3). Esta figura que compara a los justos con árboles tiene larga tradición en la literatura profética y sapiencial. 

Jesucristo, en su primer discurso programático en la sinagoga de Nazaret, hace suyo este texto al que da cumplimiento en su persona: 



El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió. Me envió a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación de la vista, a libertar a los oprimidos, y a promulgar un año de gracia del Señor. Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta Escritura (Lc 4, 18-21).



Jesucristo inaugura un jubileo permanente porque este “año de gracia” es el año cristiano que va desde el nacimiento de Cristo hasta su venida al final de los tiempos, lleno de gracias, de bendiciones, de liberaciones y de perdón.

Junto a la bondad moral, vendrá la restauración por aquellos que la asolaron y Jerusalén resurgirá de sus escombros de generaciones, como compensación, pues yo, Yahvé, soy amante del derecho y odio la iniquidad y la rapiña (61,8). En exaltación lírica, exulta jubilosa ante las halagüeñas esperanzas con mi alma jubila en mi Dios, porque me ha puesto las vestiduras de la salvación (61,10).

Los versículos 61,10-11, son un canto de júbilo por la liberación obtenida a manera de un canto matrimonial en que resuena el Cantar de los Cantares y, especialmente, el cántico de María, el Magnificat.



La nueva era de Jerusalén



En el c. 62, Jerusalén, como esposa amada, verá resplandecer su justicia y su salvación, será una corona de gloria en la mano de Yahvé (v.3). Unos centinelas, sobre sus murallas vigilarán y recordarán su reedificación. Reconstruida y enriquecida, gozará de un futuro espléndido: porque en ti se complace Yahvé (v. 4). 

La salvación de Jerusalén es inminente: Decid a la hija de Sión: Mira, ya viene tu Salvador (v.11). La “Deseada” y la “Desposada” tendrá su recompensa; se les llamará “pueblo santo”, Redimidos de Yahvé”. Y a ti se te llamará “Buscada” (v. 12). Muchos exégetas piensan que esta perícopa es un poema aparte, pero, en la poesía oriental, las recapitulaciones y asociaciones de ideas, a nuestros ojos desconcertantes, son acordes a su psicología. 



3. El juicio divino y confesión del pecado: c. 63-64.



El conjunto integrado por Is 63,7-64,11 tiene el acento de una lamentación. Es un oráculo independiente sobre la victoria sangrienta de Yahvé. Quizás sea la página más propia y teológicamente elaborada del Tercer Isaías. Consta de dos apartados: El primero (63,1-6) habla del Conquistador que triunfa. Los enemigos son aplastados por el héroe, teñido de su sangre; presenta una imagen dramática del furor y la ira divina contra el pecado; y así se produce en el Calvario, Jesús salpicado de su propia sangre entabla el combate por la justicia en que los elegidos son redimidos por el suplicio. 

Dios lucha solo contra el poder de las tinieblas y sólo Él lo doblega, miré en torno y no había ayuda, me asombré de no encontrar apoyo; me salvó mi brazo y mi furor me sostuvo (63,5). En la Pasión y Resurrección, se libró la batalla escatológica entre el bien y el mal, la cual continúa en la vida del cristiano, y pisoteé a los pueblos en mi cólera, los aplasté en mi ira (63, 6). Cristo se hizo nuestro Salvador: En su amor y en su piedad, Él los redimió, los sostuvo y los llevó (63, 9). 

El segundo (63,7-64,11) es un salmo de acción de gracias y súplica vuélvete por amor de tus siervos (v.17), que se mueve en el profundo dolor y la angustia. Dios acoge al pueblo, lo castiga y lo levanta con mano paternal, Tú eres nuestro Padre, “nuestro Redentor” (v.16). El pecado va con el hombre, pero Israel confiesa sus faltas y, con esperanza, se entrega arrepentido a Dios: hemos pecado contra ti, desde antiguo, hemos sido rebeldes (64,4). El poema va pasando de la confesión de los pecados del pueblo, al ruego y la súplica; del reproche al Señor por no intervenir, al recuerdo de sus promesas; y de la afirmación de las tradiciones religiosas, al desconcierto por la ruina presente. 

Es una interpelación constante en forma de expresión concéntrica: Invocación al Señor: Míranos. Pregunta retórica: ¿Dónde estás? ¿por qué nos tratas así? Invocación: ¡Vuelve! Las apremiantes interpelaciones al Señor se resuelven en una única súplica: no te acuerdes por siempre de la iniquidad (64,8); no mires quiénes somos nosotros, acuérdate de quién eres tú: Yahvé, tú eres nuestro Padre (64,7). Este "recuerdo" es el núcleo del texto. Dios que recuerda sus promesas y el pueblo que rememora los hechos fundadores de su historia, son los dos fundamentos de la fe de Israel. Jesús también revela su muerte y resurrección, para que cuando suceda recuerden que Él lo había predicho; después, el Espíritu que ha de venir suscitará en la comunidad cristiana el recuerdo de todo lo que Él había dicho (Jn 14,26).



4. Promesa y amenazas: c. 65-66. 



A la ferviente y patética oración anterior, Dios no contesta, parece callado. Dios quiere justificar su conducta, no se había ocultado, estaba a disposición: He tendido sin cesar mis manos hacia un pueblo rebelde (65,2).

En estos dos capítulos, el profeta se halla desconsolado y desatendido. Predice una colosal batalla entre el bien y el mal. Se expresa en tono apocalíptico. El pueblo, en su obstinación, no me preguntaban, no me buscaban (65,1), desdeña los favores de Yahvé, una nación que iba por caminos malos tras sus propios caprichos (65, 2). Es la historia del Israel, siempre infiel, en pos de sus pensamientos, de sus inclinaciones materialistas. Ante la provocación, ha de venir el castigo para los pecadores y los apóstatas. Por las iniquidades actuales y las de las generaciones pasadas, la justicia divina exige la conversión. Dios quiere su sincero arrepentimiento, sin forzarlo, en amor, pero libre para pedir perdón.



Mis siervos



En contraste, los fieles a Yahvé se salvarán: mis siervos comerán, beberán y cantarán (65,13-14). Será un reino de bendición y felicidad divina: pues yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva (65,17). La idea de la transformación cósmica es un tópico en la literatura profética y apocalíptica. Son hipérboles poéticas para inducir una razón moral. San Pablo habla que la creación tiene dolores de parto; como Isaías, ve la redención como una nueva creación. Dios da a luz un nuevo mundo para la alegría del hombre. Estas visiones proféticas del A.T. anuncian y preparan la venida y enseñanza de Jesucristo. Hay una constante en la tradición judía desde los profetas hasta el N.T. y los manuscritos del mar Muerto que compara el amanecer de la era mesiánica con el repentino nacimiento de un niño: antes de sentir los dolores ha dado a luz un varón. Cuando veáis esto, vuestro corazón se alegrará; la mano de Yahvé se dará a conocer a sus siervos (66, 7. 14). En la época mesiánica, la materia y el cosmos se unirán en exultación de los nuevos hijos. San Juan, en el Apocalipsis, lo aplica a la feliz Iglesia triunfante. 

En Jesús de Nazaret, el Reino se hace realidad, se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios es inminente (Mc 1,15). Se identifica el Reino con la palabra del evangelio como realidad presente: caminaba por las ciudades y las aldeas, predicando el reino de Dios (Lc 8,1). Y Jesús indica cómo se entra: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18,3); y por dónde: Yo soy la puerta, el que entra por mí se salvará (Jn 10,9). Es un lugar de felicidad para los pobres: Dichosos los pobres porque vuestro es el Reino de los cielos.(Lc 6,20). Las Bienaventuranzas proclaman la inauguración del reino de Dios: Seréis saciados y reiréis (Mt 5,3-12). Es objeto primero en la Oración: venga tu reino (Mt 6,10). Pero, los injustos no heredarán el reino de Dios (1Cor 6,9s; Gal 5,21). “No hay paz -dice mi Dios- para los malos (Is 57,21).



El resto



Por amor de mis siervos, no lo destruiré todo. Haré salir una raza de Jacob, y de Judá un heredero de mis montes. Sí, mis elegidos lo heredarán, mis siervos morarán allí… Y habrá alegría y algazara eterna (Is 65, 8-9 .18).



La teología del resto reaparece; tras el castigo unos cuantos perdurarán: No he de callar hasta haber traído a cuentas sus iniquidades y las de sus padres (65,6-7). La idea profética resulta fructífera. Tras el castigo y destrucción de un pueblo corrompido por la iniquidad y el pecado, queda un resto, vástago de salud, que se mantiene fiel y firme en la fe y da origen a un niño, Redentor y Salvador que inaugura e implanta el Reino de los cielos. 

El sufrimiento, que salva y purifica, santificará a los escogidos; la salvación que viene por el dolor, será para los justos. Las antiguas promesas de la tierra y los retoños se verán cumplidas. La resignación y el padecimiento del hambriento, del sediento y del oprimido tendrá el premio de la justicia; los pobres y los humildes, pero, a mis siervos se les dará otros nombre (65,15) heredarán el Reino y serán llamados hijos de Dios: A todos los que lo reciben les da el ser hijos de Dios (Jn 1,12); porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Gal 3,26). 



Los transgresores y los fieles



El profeta destaca que Yahvé no quiere ritos cultuales externos y ofrendas materiales en el templo: ¿Qué casa podríais construirme?…Han hecho lo que es malo a mis ojos (66,1.4), sino la religiosidad íntima de la devoción y la humildad, yo fijo mis ojos en el humilde y el contrito de corazón (66,2). Recrimina los falsos caminos y su inclinación a las abominaciones (66,3); fustiga la frivolidad de los que derrochan en lujos, mientras que los pobres y desheredados no tienen lo necesario para la vida. La justicia divina hará caer sobre ellos lo que se temen (66,4). 

Recuerda a los fieles, los que temen su palabra (66,5) que no se dejen llevar por los hermanos descarriados y hacen escarnio de las promesas divinas. Estos insolentes serán confundidos, cuando venga la victoria de los justos y piadosos en la manifestación gloriosa de Yahvé. Tras larga espera, Israel verá cumplidas las promesas; en los días mesiánicos, la nueva Sión de los elegidos verá dar a luz un varón, impulso del nuevo orden, la nueva teocracia que excita las esperanzas mesiánicas. 



Consolación de Jerusalén 



Con metáfora totalmente bíblica, elogia a Jerusalén, capital del reino mesiánico, refugio de los elegidos; en ella, gozan de alegría y paz, prosperidad y amor; es la paz del Edén en el gozo del hombre unido a Dios y a todos los participantes de la salvación. La humanidad, viviendo en paz con Dios, reabrirá el paraíso.

Esto es consecuencia de que la mano de Yahvé se dará a conocer a sus siervos (66,14), es decir, su omnipotencia sobrevendrá en plenitud al iniciarse la nueva época mesiánica y los que se oponen serán castigados, perecerán de golpe con sus obras y sus designios (66,17) Castigo que no tardará, pues llega Yahvé a juzgar con fuego y con espada a toda carne (66,16) para purificar y discriminar. La literatura apocalíptica resalta estos tintes trágicos, el juicio de Dios viene siempre con el fuego.



Reunión de los pueblos



Abre su mente en amplitud universal. Todos los pueblos serán testigos de la gran manifestación de Yahvé que dará una señal para que se reúnan los pueblos de todas las lenguas e islas lejanas (66,19). Este pasaje tiene inflexión escatológica. La profecía es de claro sentido universalista, vendrá a prosternarse toda carne ante mí (66,23), toda la humanidad estará presente.

El oráculo y el libro terminan en tono lúgubre, con la imagen de los cadáveres de los "rebeldes" roídos por gusanos y quemados por un fuego sin fin, en la Gehenna. Los impíos, que se rebelaron contra mí (66,24), son castigados por el pecado siempre horrendo: símil del juicio final.

El Tercer Isaías afianzado en sus grandes predecesores intenta ofrecer a su pueblo su consolación y la vuelta a Dios por la vía de la conversión.