XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-52:
El que coma de este pan, vivirá para siempre

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

1 R 19,4-8; Sal 33,2-9; Ef 4,30-5,2; Jn 6,41-52 

En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho «yo soy el pan bajado del cielo», y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquéis: Nadie puede venir a mí, sino lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios»

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. Nadie ha visto al Padre, sino el que viene de Dios; ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. 

La primera lectura del libro de los Reyes trata de la marcha de Elías al desierto, que, iniciándose como una huida y pasando a un caminar sin rumbo, llega a convertirse, con la aparición del ángel y la presencia de la comida y la bebida ofrecidas por Dios, en una auténtica peregrinación hacia los lugares santos del yahvismo. Al principio, el miedo, y luego, toda la fuerza de la montaña santa incumbe en el alma del profeta. Este viaje de Elías es un símbolo de la existencia humana, que sufre las actitudes y sentimientos de Elías a lo largo del camino: miedo, tedio, hastío, hambre, desesperación, conciencia de culpabilidad y, al final, fortalecido con el alimento y la bebida, llega decidido al monte, donde, en una gran teofanía Dios se le presenta y termina su marcha de cuarenta días.

En la vida de Elías, el defensor del yahvismo, el viaje al Monte Horeb es todo un símbolo de la vuelta a las fuentes de la fe pura; en el Horeb, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob inicia su revelación con el nombre de Yahveh (Ex 3; 6); es el monte de las confidencias entre Moisés y Yahveh (Ex 33, 18-34,9), y el monte de la alianza, base de la religión yahvista (Ex 19-24). Por esta relación, Moisés y Elías estarán también en el monte de la transfiguración (Mc 9,2-8).

Es representativo de la distancia que ha de salvar el hombre, para llegar hasta Dios el hecho del desaliento, tentación clásica en la vida del hombre, que le hace ver que ya no le queda más que una cosa: ponerse en manos de Dios. Cuando todo se derrumba de repente y todo lo de su vida válida se le quiebra, cuando las virtudes que creía tener se convierten de pronto en pecados y debilidades, cuando las verdades tranquilizadoras comprueba de golpe que no tienen consistencia, es al fin la hora en que puede actuar Dios. La acción de Dios adopta sistemas precisos; en primer lugar, interiorizar su vida, lanzarlo con sinceridad a las profundidades de sí mismo, lo suficientemente hondo y paciente como para dejar y despojarse de todo lo que creía necesario; después, un poco de pan y de agua: el memorial de una intervención fundamental de Dios, y comer ese pan y beber esa agua, no es ya sustentar la vida física, sino estructurar toda su vida en torno a un polo muy firme: la apertura a la iniciativa de Dios siempre presente, incluso en una vida en quiebra. Elías, en este momento de desaliento, experimenta la salvación que viene de Dios. Se le ofrece bajo el signo de un pan que le da fuerza, para llegar al monte de la revelación y del encuentro con Dios.

La misión de Elías era defender la pureza de la fe en una época de sincretismo. Israel ha de vivir en medio de los pueblos. La motivación de su fe ha sido la experiencia histórica de su Dios. Hay muchos hombres que luchan, con ahínco, por la causa del Evangelio y que también se sienten desfallecidos, casi frustrados, porque sus hermanos los cristianos, en vez de ofrecer el mensaje límpido de amor y de justicia evangélico, se dedican más al culto de los dioses baales del dinero, la envidia, ambición y el placer.

Elías encuentra a Dios en la suave brisa, en el dulce susurro; Dios no es un ser espectacular y milagrero; se le encuentra en el curso ordinario de la historia y de la vida humana. Y el profeta ha aprendido que aunque lo persiga la muerte, Dios está con él. Por eso ha de continuar luchando, creyendo y esforzándose, pues la vida ordinaria tiene su pleno sentido, en el amor a Dios y a los hermanos a nuestro alrededor.

 

 

La segunda lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (4,30-5,2) se refiere a los deberes de cuantos han sido llamados para formar en Cristo un solo cuerpo, que es la iglesia y hace unas exhortaciones al cristiano a afianzarse en la fuerza del Espíritu, que es el lazo de unión en el amor de Cristo, para no perder el dominio de sí mismo.

El pecado, como la mentira, la ira y el robo, destruye la unidad de ese cuerpo y, por lo tanto, entristece al Espíritu Santo; pues la unidad del cuerpo de Cristo, que es la iglesia, es obra del Espíritu Santo (4,4; 1 Cor 12,13) y nada le contraría tanto como la desunión de los creyentes; el Espíritu con su la energía es la marca que señala a los miembros de Cristo como propiedad de Dios. Los efectos que el plan de salvación realizado por Cristo causan en la comunidad, no se limitan a enmendar algunos comportamientos, sino que comportan un nuevo estilo de vida. El principio dinámico fundamental del cristiano es el bautismo y el sello del bautismo permanece activo hasta la redención total. La vida del cristiano es la respuesta a la acción y al don del Espíritu en el sacramento. La vida moral del cristiano es un camino que va hasta la plenitud, así la conducta de los hijos de la luz se realiza en la plenitud del Espíritu.

          La apelación de "hijos queridos" se aplica a los que creen; en el bautismo, los creyentes han sido tomados por Dios como hijos y creados de nuevo a su imagen; ahora ellos deben probar esta igualdad de imagen divina en el ejercicio moral de las virtudes para responder plenamente al don (cf. Gn 8,21; Ex 29,18; etc.). Se ha de luchar contra todo mal y pecado, y, al mismo tiempo, ser comprensivo y estar dispuesto al perdón. Si Dios ha perdonado al hombre en Jesucristo, también el hombre debe perdonar a los hermanos y amar a los que tiene entorno, como hijos de Dios. Nuestro único camino es el del amor, de un amor que sabe perdonar sin hacerse cómplice del pecado, de un amor redentor que libera al opresor y al oprimido, para ser imitadores del amor de Cristo, que se entrega al Padre haciéndose sacerdote y víctima al mismo tiempo por la humanidad entera. El amor es el único medio que nos ayuda a vencer el mal que se ha insinuado en nosotros.

El fundamento de la acción del cristiano es la persona misma de Cristo. Por ello, el apóstol propone el ideal de la imitación de Cristo, en tanto que es revelación humana del obrar de Dios. "Dios os perdonó en Cristo... vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros".

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan (6,41-52), que narra hoy el debate con los judíos, género muy corriente en la literatura judía postbíblica, que en el cuarto Evangelio adquiere además la configuración de crítica radical o de principios. El núcleo temático de la perícopa está en la contraposición que se establece entre dos fundamentos de justificación: La Ley y la fe; los rabinos ponían la supremacía en la Ley; el Maestro Jesús la pone en la fe.

Este texto forma parte del amplio discurso sobre el pan de la vida. Siguiendo el estilo típico del evangelio de San Juan, la imagen del pan de la vida está vinculada con la fórmula "Yo soy"; el rasgo característico de Juan, al usar esta fórmula, es señalar que sólo Jesús realiza plenamente lo que ella significa.

Los judíos creen en los profetas del pasado, celebrados después de su muerte, pero les cuesta mucho creer y reconocer a los enviados de Dios, mientras viven y son discutidos, especialmente, si el enviado de Dios es un simple carpintero, el hijo de José y María y ese es Jesús que les habla de comer su carne y beber su sangre; y, precisamente, esa exigencia a sus discípulos es algo que está prohibido por la ley. Este evangelista suele llamar "judíos" a los que rechazan la predicación de Jesús; y estos "judíos" que conocen bien la familia de Jesús son galileos; y ahí, en ese conocimiento del origen humano de Cristo está el obstáculo  que no les deja creer que Jesús sea "el pan bajado del cielo". Jesús pide fe en su persona, pero los "judíos" responden con la crítica y la murmuración; es lo mismo que en los tiempos del Éxodo, cuando los israelitas proferían sus críticas y su murmuración contra Moisés y las promesas de Dios (Ex 15,24; 16,2-12; 17,3-7).

Jesús no se extiende dando más explicaciones sobre su origen divino; pero advierte que la fe es la aceptación de su persona como enviado del Padre y que esto no es posible, si el mismo Padre, que lo envía, no conduce los hombres hacia su enviado. No se puede creer en Jesús, sin la gracia de Dios, pero esta gracia no quita el riesgo y la libertad de la fe. Citando a los profetas, concretamente a Is 54,13, Jesús declara que todos los hombres son discípulos de Dios; es decir, que el Padre habla al corazón de todos los hombres y quienes lo escuchan también escucharán al que ha enviado al mundo. Hay una correspondencia entre la palabra interior que Dios pronuncia en el corazón y esa otra palabra explícita que proclama Jesús predicando el evangelio.

El conjunto del cuarto evangelio, y este mismo pasaje, afirman claramente la responsabilidad de los que, libremente, no han creído en Jesús, "no lo han recibido", porque han preferido las tinieblas a la luz, según una opción voluntaria. Por medio de Jesús, se cumple la profecía de que "serán todos discípulos de Dios" (v. 45; cf Is 54,13) y el propio Padre, que los instruye por el Hijo, los atrae por el Espíritu, pero es necesario que ellos "aprendan" esto es, acepten la enseñanza de Jesús: "todo el que escucha lo que dice mi Padre y aprende, viene a mí" (v. 45). Vuelve a decir que él es el pan bajado del cielo, que da la vida; "comer este pan" es lo mismo que "ir a Jesús" o "creer en él".

En sus palabras y sus obras, Jesús se da y se comunica a los que creen en Él y lo reciben. El "pan de vida", que "ha bajado del cielo", es la misma realidad de Jesús, su propia carne y una carne que se entrega por la vida del mundo; con ello, puede que Jesús haya hecho referencia al don eucarístico. Jesucristo se proclama "Pan de vida bajado del cielo", expresión que designa su relación con el Padre y su misión de traer la vida divina a los hombres; pero el sermón pasa, sin transición, del Pan-Palabra al Pan eucarístico; así las relaciones entre discípulo y Maestro se instauran por la Eucaristía, que es la mejor muestra del lazo que une a Jesús y su Padre. El misterio eucarístico aparece desde entonces con justo título como el "misterio de la fe".

Hoy también hemos de superar las dudas y escuchar a los enviados de Dios que nos marcan el camino concreto en el mundo de hoy; muchos creen en Cristo, en la palabra de Dios, pero no quieren escuchar a sus profetas o ministros. Jesús nos pide creer en Él; creer que es el pan de vida y que hay que comerlo; para lo cual basta la fe por la caridad, porque Jesús no explicará cómo se comerá su carne, cómo será ese alimento divino que se nos dará. Jesús únicamente quiere una respuesta de fe. La fe llega a su perfección cuando es fe en Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que cree alcanza vida; pues, aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha visto aquel que viene de Dios, y ese es Jesús, el testigo y la misma Palabra de Dios hecha carne: la plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud de la fe. Los que creen así alcanzan la vida eterna. Basta con fiarse de Jesús. Jesús que conoce al Padre, porque procede del Padre, es el único que puede manifestar su designio sobre el hombre y establecer las condiciones para realizarlo: "ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día (Jn 6,40).