Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, Ciclo B

San Marcos 14,1-15,47: Realmente este hombre era Hijo de Dios

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 50,4-7; Sal 21,8-9.17-24; Flp 2,6-11; Mc 14,1-15,47.

Faltaban dos días para la Pascua y los Acimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían: No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.

Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados: ¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres…                           

Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían

LA SEMANA SANTA

La Semana Santa, que se inicia con el Domingo de Ramos, celebra dos aspectos fundamentales del misterio pascual: La vida o el triunfo, con la procesión de las palmas y ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos -la de Juan se lee el viernes-. Cristianamente, es santa, sagrada por su objeto y su sujeto; denominada antiguamente «semana mayor» es la semana que conmemora la Pasión de Cristo; es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año y por eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.

Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén, con una procesión, la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Por ello, se denomina «Domingo de Ramos», aspecto victorioso o «Domingo de Pasión», aspecto doloroso. Lo que importa no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de Jesús. El rito comienza con la bendición de los ramos, después, se proclama el evangelio. Por ser creyentes iniciados en la vida cristiana, pertenecemos al Señor y nos asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada triunfal de los redimidos en la Jerusalén Celestial, recinto iluminado por la antorcha del Cordero. El domingo de Ramos es inauguración de la Pascua o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

La Pasión de Cristo comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén. Jesús no rehuye la muerte, pero tampoco la busca directamente. La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la exigencia. Jesús viene a proclamar la inminencia del Reino y la buena noticia del Evangelio. El advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de Jesús

Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano, ejecución y sepultura. Su estilo difiere del de cualquier otra obra literaria que narre el final y muerte de un héroe. Son, además final y comienzo de la vida y destino de Jesús, al que los discípulos llaman «Cristo» y «Señor» después de la resurrección. Según como se interprete y se viva la muerte y resurrección de Jesús, así se configurará el modo de ser cristiano. Jesús fue condenado a muerte y crucificado por blasfemo religioso y alterador del orden público. La muerte de Jesús se descubre fundamentalmente por la lógica de su vida; la interpretación esencial de la muerte de Jesús es teológica; la resurrección debe entenderse como toma de posición de Dios en favor de Jesús y, por tanto, como iluminación de la cruz.

El pueblo se ha identificado y se identifica a su modo con el Crucificado, más que con el Resucitado, quizá, porque su historia es una senda de sufrimientos. La teología pascual de la resurrección no le hace tanta mella; intuye en lo profundo una teología de la cruz. Pacientemente ha aceptado la interpretación teológica de la resignación o de la oblación de Cristo como víctima inocente que paga el rescate por todos los pecados. El pueblo venera a Cristo como «varón de dolores» sufriente y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos y desheredados, por esto, es el Viernes Santo y no la Pascua, la fiesta cristiana popular sobresaliente. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento; muy en segundo plano queda la cruz como imagen del «Rey de la gloria» o del Cristo Resucitado. En ese Dios desamparado y cercano, no en el Todopoderoso Distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la cura de sus sufrimientos mediante un sufrimiento divino. Naturalmente una cosa es el uso y abuso de la cruz como apaciguamiento de esclavos, y otra la aceptación popular del dolor y la muerte de Cristo, expoliado y crucificado por hacerse hermano y amigo de publicanos deshonestos, mujeres de mala vida, leprosos y extranjeros que no respetaban las leyes judías.

En la Semana Santa se descubren varios estratos; entre ellos, el estrato psicológico y el funcional constituyen las representaciones de los hechos históricos, la bendición y «procesión de los ramos», el lavatorio de pies, la consagración de los óleos y el monumento del Jueves y la adoración de la cruz del Viernes Santo, que son quizá las únicas dramatizaciones litúrgicas oficiales con sello popular. Por último, es muy visible el estrato de la religiosidad popular, constituido por la superposición de actos piadosos populares, como visitas a los «monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, procesiones, representaciones teatrales y actos de hermandades. Cuando la liturgia se clericalizó y pasó a celebrarse en latín, lengua muerta, el pueblo abandonó el culto oficial y construyó su propia liturgia. De este modo, la celebración pascual popular salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.

El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.

En la actual sociedad secular, crítica con las tradiciones religiosas mágicas o demasiado identificadas con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido ese aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad. En cambio, crece en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del Evangelio de Jesús, revelador de la justicia del Reino y del perdón de Dios. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión en relación a las celebraciones en las que se proclaman nos revela que la vida es camino de cruz -vía crucis-, a partir de una entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios. Al menos esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de Cristo en la Semana Santa. 

Lectura del Profeta Isaías:  

El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal y sé que no quedaré avergonzado. 

Se inicia la Semana Santa con este texto del tercer canto del Siervo. En todo el Antiguo Testamento, no hay páginas más sugestivas, para meditar la Pasión de Jesús que los poemas del Siervo de Yahvé. El Siervo es realmente un bellísimo trasunto de la figura del Mesías Paciente.

Aquí se presenta más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Cada  mañana le abre el oído y, al tener el oído abierto a la Palabra, no se rebela ni se echa atrás; más bien afronta todos los sinsabores decidido, sabiendo que el Señor le ayuda y no quedará avergonzado. Es la sabiduría, escondida a inteligentes y poderosos, que se manifiesta a gente humilde.

Se anonadó, afrontó el fracaso y la angustia y sufrió el dolor y la muerte. "Vosotros, los que pasáis por el camino de la vida: mirad y ver si hay un dolor parecido a mi dolor" (Lm 1,12). Y, justamente, porque se sometió, lo exaltó Dios de tal modo, que todos pueden  clamar ante el Crucificado: "¡Jesús es el Señor!".

El siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación, sufrimientos que soporta y su total confianza en Dios. Escucha y predica el mensaje divino, porque el Señor le da "lengua de iniciado", le abre el oído para entender la misión. Proclama de parte del Señor un mensaje de esperanza; y es que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente (40,27). Al abatido, es necesario animarlo, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor.

El Siervo responde a su vocación con disposición en el dolor. Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa, como Jeremías en sus confesiones. Trata de suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Abre su boca igual que Ezequiel (2,8), para tragar el mensaje divino, pero no es dulce, sino que le acarrea un gran sufrimiento: lo apalean, le mesan la barba, en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio (II Sam 10,4ss). Acepta y afronta los ultrajes con decisión, sin intentar vengarse; no responde al insulto, resiste con calma, sabe que este es su camino; cree con total firmeza en la ayuda del Señor y espera, que, al final, le dé el triunfo. El Siervo experimenta el dolor, comparte el sufrimiento de los hombres, carga sobre sí el fracaso del mundo. Varón de dolores. En sus espaldas lleva todo el peso, toda clase de golpes y en su rostro las vejaciones.

Este siervo podrá ser el consuelo del mundo, el que pueda alentar a los desvalidos y confortar a los que sufren, el que pueda extender la mano al abandonado, y decir a todos los marginados una palabra adecuada. El siervo saca toda su fuerza del Señor, vive de «mi Señor» y para «mi Señor», en una gozosa relación de dependencia filial. Y "el Señor le ayudaba" en todo.

Esta es la misión que cumplió el siervo y la que realizará Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre (Jn 8,28.40), de consuelo y esperanza a los angustiados y oprimidos (Mt 11,28) y lo apresaron, ultrajaron, flagelaron y crucificaron. Y el Padre lo glorificó en justicia (Jn 8,29.50).

Así, muchas veces nuestra palabra no es de consuelo; sólo viene a abatir y herir, y, a la primera dificultad e incomprensión, saltamos como víboras. La ruta está marcada, hay que meditar y aprender del Siervo; leer el Evangelio, reflexionar y seguir los pasos de Jesús.

 Los poemas del Siervo de Yahvé iluminan el misterio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y explican, por qué el Mesías tenía que sufrir. 

Salmo Responsorial:


"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere". Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía ven corriendo a ayudarme
 

Lectura de la carta del San Pablo a los Filipenses: 

            Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre. 

Este texto puede que no sea un fragmento de San Pablo; parece ser un himno litúrgico, que introdujera en esta carta, para sustentar su exhortación moral a la humildad, sencillez y a la renuncia del orgullo e interés y una motivación cristológica a los Filipenses, para que eviten las disensiones, se amen y conserven la unidad. Destaca la preocupación del Apóstol por la conducta y formas de vivir de los destinatarios; les inculca que han de llevar unas relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, que miren "a Cristo arrostrando la muerte y muerte de cruz" y les presenta a Jesús como modelo en rechazar la gloria.

El hondo motivo que el Apóstol da a los filipenses, para que se dejen las discrepancias, que amenazan la vida de toda la comunidad, es "que Dios nos ha amado". Cristo, siendo de condición divina, descendió a la nuestra y se hizo hombre, se humilló, entró por el camino del amor humilde y fue obediente hasta la muerte. Obediente al Padre y a la humanidad. San Pablo les recomienda: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Imita a Jesús, ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

Es este, el himno de la liberación, el canto del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo. Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos, porque el Hijo se ha puesto de su lado.

San Pablo pide muchas veces que nuestra caridad esté también impregnada de renuncia a uno mismo, de la que Cristo nos ha dado un ejemplo vivo (2 Cor 8-9; Gál 4,1-5; Heb 11,24-26). 

El Evangelio según San Marcos (14,1-15,47), hoy, relata la Pasión del Señor. En una redacción, claramente más breve que los escritos paralelos, el Evangelio de la Pasión en San Marcos, reflejando el aislamiento de Cristo, se limita a la estructura esencial de los acontecimientos.

El evangelio de Marcos es el más cercano a los hechos, descritos con el más detallado y objetivo realismo; es la pieza literaria más antigua de la tradición evangélica, «acta del martirio» de Jesús; fue contado primero y escrito después, desde la fe de los testigos, con la intención de expresar la interpretación de aquellos hechos a la luz de la experiencia pascual y del anuncio de los profetas del AT. Los evangelistas redactaron la historia de la pasión con las tres solemnes predicciones, para indicar que Jesús la aceptó consciente y libremente; obediente al Padre, en actitud de servicio por la liberación de los hombres. Su interés, eminentemente teológico, se centra en el significado de la pasión de Jesús como acto supremo de la historia de salvación. Si la cruz es un escándalo para los "judíos", para los creyentes, es la revelación de la misma sabiduría y de la fuerza de Dios.

La pasión según Marcos es el acto más intenso del abandono y el desgarro de Jesús. La cruz termina en «un fuerte grito». Todos lo abandonan: la gente alegre del día de ramos, los discípulos, Pedro... ¡y hasta el Padre! Nunca se sintió Jesús tan incomprendido y tan solo, entregado a la soldadesca: ¡El Hijo de Dios cubierto de infamia! Subraya más la angustia de Jesús, su soledad, el miedo y el abandono de sus discípulos, la burla de los testigos. Se nota más el fracaso de la cruz, que no se ve iluminada ni por la gloria de Juan ni la misericordia de Lucas o las Escrituras de Mateo. Hay incluso más desconcierto e incredulidad ante las primeras noticias de la Resurrección; pero Marcos también ve en la muerte de Cristo la confirmación de toda su vida y es el centurión quien repite el gran mensaje de todo el evangelio: «Realmente este hombre era el Hijo de Dios».

Desciende hasta lo más profundo de la soledad humana. El, que hablaba, que había venido para hablarnos, se calla. Son impresionantes dos observaciones de Marcos: "¿No contestas nada?", dice el sumo sacerdote; "¿No respondes?", le dice Pilato; silencio de Jesús; hay momentos en los que Jesús no tiene nada que decir, nada que indicar, pues, ya señaló el camino por donde se le puede seguir; si no lo seguimos, ¿qué puede decirnos ya? El que no lo sigue, no lo quiere, está demasiado lejos; sólo está cerca de Jesucristo quien se entrega por completo haciendo de su vida un constante acto de misericordia y de amor.

El sanedrín, tribunal supremo de los judíos, podía sentenciar a muerte, pero no podía ejecutarla sin la confirmación del procurador romano, por esto, acude a él; y, además, si conseguía implicar a los romanos en el proceso, podría contar también con su guarnición militar, para hacer frente a la eventual oposición del pueblo; y por último, si Jesús moría ajusticiado por los romanos, sería clavado en una cruz, lo cual contribuía en gran manera a desfigurar la imagen del Nazareno; el crucificado sería un hombre previamente expulsado de la comunidad de Israel, que ahora padecía, bajo el poder de los romanos, la muerte que Roma daba a los esclavos. De ahí, que, en cuanto despuntó el día, momento en que comenzaba, según el derecho romano, el tiempo hábil para administrar justicia, el sanedrín llevó a Jesús ante Pilatos.

Los mismos jueces que lo habían condenado por blasfemo, de acuerdo con la Ley de Moisés, lo denuncian ahora ante Pilatos por hacerse llamar "Rey de los judíos". La pregunta de Pilatos supone tal acusación; conociendo la proverbial liberalidad de los romanos en cuestión religiosa y el desprecio que Pilatos sentía por las convicciones judías, era de esperar la maniobra del sanedrín para que Pilatos lo condenara por ir contra el César. Y aunque Jesús no era ni blasfemo ni agitador político, realmente, murió por ambas causas; por esa la razón y porque era inocente, la muerte de Jesús en la cruz es la denuncia y la repulsa tanto de la institución religiosa como del poder político.

Jesús no se defiende; calla porque sabe que ha llegado su "hora" y que tiene que morir, para que se cumpla la voluntad del Padre; guarda silencio, para que suceda todo lo que habían anunciado los profetas del Siervo de Yahvé (Is 53,7). Pero Pilatos, que desconoce eso, se extraña; quiere acabar con todo ese asunto, pero equivoca la fórmula; no ejerce la estricta justicia y entra en el error de las negociaciones con la gente soliviantada y manipulada por la mala voluntad de los sumos sacerdotes. Marcos supone que un grupo de zelotes, aprovechando el indulto que solía concederse con ocasión de la pascua, había acudido al pretorio, para pedir la libertad de Barrabás; que no era un vulgar ladrón, sino un preso político, un zelote o nacionalista exaltado que había matado a un hombre en una revuelta contra los romanos. Los otros dos "ladrones" que serían crucificados con Jesús eran también probablemente zelotes, pues sabemos que el historiador judío Flavio Josefo llama así a todos los zelotes. "Barrabás" quiere decir "hijo del padre", y su nombre completo era Jesús Barrabás. Pilatos propone a Jesús de Nazaret como candidato para el indulto pascual, pero el pueblo elige al otro Jesús. Jesús, el hijo amado del Padre, muere en lugar de Barrabás; pero es que Jesús, que era inocente, no hubiera aceptado un indulto; y, precisamente, convenía que el Inocente muriera por todos los culpables y en solidaridad con todos aquellos que padecen persecución por su amor a la justicia. Así pues, el proceso de Jesús, quizás indebida, pero inevitablemente, se politiza, hasta el punto que la causa de su condena será: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos".

            Después de azotarlo, la soldadesca se divierte con él haciendo gala de su corto ingenio y de su gran brutalidad. El único que ayudó a Jesús a llevar la cruz fue un hombre que venía del campo, un campesino que se llamaba Simón; este encuentro con Jesús, fue para él y toda su familia su hora de gracia.

La mezcla de vino con mirra se daba a los ajusticiados y era una especie de analgésico, Jesús, por beber hasta la última gota del cáliz que el Padre le había preparado, no quiere disminuir en nada su conciencia y lo rechaza.

Ante la cruz, empezaron a desfilar sus enemigos en son de triunfo, acusándolo y denunciándolo de falso Mesías. En el oscurecimiento del sol, los profetas ven una señal que acompaña siempre al juicio de Dios; se trata de la manifestación de la ira de Dios contra la ciudad y el pueblo que asesina al Mesías Enviado.

Dando un grito, exhaló su alma: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46; cfr. Sal 31,6). El sentido salvador de la muerte de Jesús se muestra inmediatamente y el que parecía vencido comienza a dar señales de victoria: el velo del templo se rasga, se acabó el viejo culto y los privilegios de los sacerdotes; ahora todos tienen acceso a la presencia de Dios en Jesucristo (cfr. Jn 4,21-24; Heb 5,19s; 9,8; 10,19s). El capitán del piquete de soldados que ha visto el comportamiento de Jesús durante su agonía y lo sucedido en el momento de su muerte, confiesa: "Realmente este hombre era Hijo de Dios".

El grano de trigo ha caído en tierra, ha muerto y ahora comienza a brotar la espiga. La muerte no acaba con Jesús ni con la causa de Jesús. Todos estos hechos son transparencia de doctrina; la pasión es una cristología, revelación del Hijo de Dios.