Divorcio I

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

PRIMERA PARTE

 

          El divorcio es un hecho de los más controvertidos, en estos momentos de finales de milenio. Concepciones deformadas y hedonistas, en la Era Moderna, han venido a destruir la institución matrimonial. Se presentan diferentes posturas y tendencias muy variadas que afectan a la íntima y crucial naturaleza del matrimonio.

El término, procedente del verbo latino “divertere”, separarse, dividirse, en relación al matrimonio quiere decir “separación” de los cónyuges.

Tradicionalmente, se habla de dos clases de divorcio: el imperfecto -quoad cohabitationem-, es el que interrumpe la convivencia, separación de la vida en común; y el vincular o pleno tiende a romper jurídicamente el vínculo y produce la libertad para contraer nuevo casamiento con otra persona. Normalmente, en términos del Derecho Civil, se distingue entre divorcio para señalar la ruptura vincular y separación conyugal para indicar la separación de cuerpos con reconocimiento de la indisolubilidad. Según el contenido doctrinal, hay gran diferencia entre las dos distinciones legislativas: el primero no reconoce la índole indisoluble del matrimonio, con lo que destruye por completo la esencia de esta institución primordial; por su parte, la separación, admitiendo la indisolubilidad, pretende solventar las desgraciadas situaciones que de hecho imposibilitan la convivencia, previendo siempre un posible acuerdo y solución del problema.

          En este siglo que termina, la legislación civil de casi todo el mundo tiene previsto el divorcio.

 

Doctrina de Jesucristo

 

Desde luego no detuvo Jesús su mensaje de salvación e igualdad entre hombres y mujeres por ninguna presión social o prejuicio establecido. Con decisión, actuó apoyando a la mujer, protegiéndola ante el capricho de los maridos, que se amparaban en la Ley para repudiarla con ofensiva e injusta facilidad (Mc 10,2-12); habló claramente de que el divorcio, tal como algunos varones lo entendían, no era sino adulterio: “El que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una mujer divorciada comete adulterio” (Lc 16,18). Para Jesús únicamente podía justificarse el divorcio en caso de concubinato (Mt 5,31-32), o dicho de otro modo, si la esposa cometía infidelidad conyugal. Y es que la bondad y la misericordia de Dios, generosamente manifestada en Cristo, para con los pecadores, los enfermos y los afligidos, igualmente se despliega favoreciendo de modo especial a las mujeres, consideradas entonces como personas de segunda categoría que dependían en todo y para todo de sus esposos. Jesús quiere traer para ellas una justicia y equidad que, sin duda, deslumbraría a las mujeres, y en muchos casos, crisparía a los hombres. Pero el rechazo masculino, el condicionamiento social y los convencionalismos de la época, nunca fueron freno para quien, como sabemos y nos cuentan los tres evangelios sinópticos, se hizo acompañar de mujeres en su predicación: y al hacerlo las elevaba a la categoría social que éstas merecían; dejaban de ser gente y ciudadanía de segunda clase.

          Por supuesto, y como gusta demostrar el relato evangélico, la mujer merecía ser súbdito de primera en igualdad con el hombre; no en balde, ellas entendieron mejor y más rápido el mensaje de Jesús; lo entendieron mejor y más rápido que los varones, porque antes que éstos intuyeron la esencia de su enseñanza, naturaleza y destino (Mt 26,6-13; 27,19; Mc 14,3-9). Jesús era consciente de ello, y por lo mismo, convirtió a su propia madre en el dechado, en el ideal perfecto de creyente. La verdadera familia del Señor serán aquellos que, como María, acaten la voluntad de Dios, los que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Mc 3,31; Mt 12,46-50; Lc 8,19-21); así, los que quieran conseguirlo, tendrán en ella el gran ejemplo a imitar. Ella obedeció la voz del ángel de Dios, el anuncio recibido. Se prestó solícita y albergó el Espíritu Santo en su seno sin la menor rebeldía u oposición (Lc 1,1-80). Ella creyó y fue dignificada como nunca antes lo fue una mujer, tal como tenía que suceder según lo profetizado (Is 7,14). Ella acatará la voluntad del Altísimo y pondrá su vida al servicio de sus designios (Lc 1,38). De este modo, la que se hizo esclava de Dios, recibió la honra de ser madre del Hijo del Hombre; la que se humilló, fue ensalzada; la que se negó a sí misma, sería llamada dichosa por todas las generaciones (Lc 1,48). La humildad de María y su disposición a colaborar con Dios, es signo inequívoco de que el ser humano tiene que responder a la llamada celestial, que de él se exige una respuesta, un actuar en clave de obediencia y confianza. En este sentido, los evangelios sinópticos, muestran una significativa prontitud y diligencia por parte de las mujeres, en asistir y servir a Jesús.

          Jesucristo expresa su doctrina sobre el matrimonio, en el primer evangelio. En su viaje a Jerusalén, los fariseos, "para ponerlo a prueba”, le preguntan si está permitido al hombre repudiar a su mujer “por cualquier motivo" (Mt 19,3). La pregunta insidiosa intentaba llevar a Jesús a caer en un litigio doctrinal: Dos escuelas se enfrentaban sobre la ley del divorcio (Dt 24,1); la de Hillel, más rigurosa, y la de Sammai, más abierta, casi admitía el divorcio “por cualquier motivo