La familia, valores perennes

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Esta es la única manera de dilatar nuestra vida mortal, o mejor, de traducirla en inmortalidad. Honores, monumentos y laboriosa diligencia pronto se arruinan; pero ningún daño puede causar a aquello que consagró la sabiduría”.
“De brevitate vitae” Lucio A. SÉNECA.


El hombre vive hoy atrapado y aturdido por un ambiente laicista, materialista y hedonista que lo anonada y aplasta cada vez con más fuerza hacia abajo, hacia la ruindad e insolvencia. Se acortan sus miras, se constriñe su horizonte y se inclina más apesadumbrado. Impelido por la vertiginosa prisa y por los ídolos; en un mundo en que las distancias y los espacios se acortan, la serena planificación no cabe, y el ayer se desvanece tan rápidamente que una década parece situarse en la larga lejanía del medio siglo; el individuo se refugia en la dejadez y en la pasividad envilecido por el consumismo y los incentivos de la llamada sociedad del bienestar.
Y es que le falta el asidero firme y consistente al que acogerse. Cuando la familia y la escuela, los dos pilares de sostén y fundamento, se quiebran y se tambalean, el hombre se encuentra desasido y desviado. Presenciamos con demasiada frecuencia matrimonios formados a la ligera, enquistados, deshechos; hogares rotos en que los niños desvalidos son revancha egoísta y juguete de los caprichos de uno y de otro; padres dedicados a mil y una cosa que olvidan la primera de sus obligaciones que es velar, enseñar y “estar” con sus hijos. El niño es y será para el resto de sus días lo que vea, viva y respire en la casa, las primeras papillas lo informan y lo conforman para una madurez fecunda en la plena formación de hábitos saludables y correctos. Muchas conductas que luego sorprenden en los mayores tienen su origen en el seno familiar; son respuesta a la desatención y a la incuria paterna; se han gestado en situaciones de descuido, de abandono y de preterición. Las palabras vuelan pero los ejemplos arrastran. El niño es una esponja que absorbe vivamente lo que ve y oye. La escuela, por su parte, viene luego a completar y ensanchar la educación que sobrepasa la acción familiar. Pero, nadie puede dar aquello de que carece. Hoy, la escuela ha perdido su consistencia; con sus innovaciones y reformas difusas e inconsistentes ha venido a resultar vacía de contenido formativo, de respeto y disciplina y de instrucción en el orden y normas perennes de conducta. Lo cual es una consecuencia lógica de lo anterior: Si en la casa no se vive esta exigencia mal la van a demandar los padres en los centros de enseñanza ni de los poderes públicos.
Se han desechado, como antiguallas, los valores tradicionales. Se busca el loco placer y la vana felicidad; se le rinde mísero culto al dinero; cree el hombre que, en la riqueza y en la satisfacción placentera, va a encontrar el bien que necesita. Se casan y se divorcian sin reflexión y conocimiento y se destruye insistentemente la institución familiar. El noviazgo es esencial; hay que concederse un periodo de observación concienzuda para detectar virtudes y defectos que, a la larga, van a aflorar y dar ocasión a violencias, desesperos y malos tratos. Cuando San José pensó repudiar a su desposada, meditó serenamente, y, sabiéndola virtuosa, decidió olvidar y continuar soportando lo que viniera (Mt 1,18-21). Formó una familia humilde y sencilla, pero feliz y ejemplar en Nazaret (Lc 2,51-52). Y no hizo nunca dejación de sus funciones. María, al encontrar al niño perdido en Jerusalén, no dudó en reprenderlo con cierta dureza: "Hijo, ¿por qué has hecho esto? (Lc 2.48). Los padres han de guiar y castigar los errores de los hijos; la educación no está en conceder todos los gustos que les piden, con ello, no educan, malcrían al hijo, están haciendo un monstruo tirano. El niño requiere cariño y reprensión, amor y disciplina, en una atención y reconducción diarias. 
El padre y la madre, en conjunción acorde, ha de sembrar en el hijo los valores esenciales y los principios éticos y humanos, regarlos, loborearlos y cuidarlos con amor y firmeza constantes.