Los hijos requieren la unión conyugal

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Asistimos a la maliciosa e intencionada ofensiva contra la familia y contra la concepción; la institución familiar, su naturaleza y misión, soporta una crisis creciente y sistemática en sus fundamentos esenciales. Ello manifiesta la gran debilidad del espíritu que se ha sacudido la verdad y se acoge a la antropología del error; el hombre cae en la tentación de sustraerse a la verdad sobre su propio ser y la esencia del amor. No obstante, es conveniente rehuir el pesimismo inoperante y, a su vez, el optimismo estéril y cándido. La institución creadora de vida, fundada en el matrimonio sufre el cerco de los virulentos arqueros del discipulado laicista generalizado y de la mentalidad secularizante, patentes en determinadas organizaciones políticas nacionales e internacionales y presentes en relevantes medios de comunicación social; son agentes demoledores de los valores tradicionales, buscan arruinar la vida moral y religiosa de mucha gente y, al mismo tiempo, impedir la percepción de la realidad del matrimonio en muchos desprevenidos y, especialmente, en la mente, aún en formación, de los hijos cristianos.
          La sociedad posmoderna, en su inopia, se abraza al relativismo y al escepticismo galopantes que la dañan y degradan. Es la juventud la más amenazada, en su caminar hacia la madurez y el arraigo de sus convicciones que la acoracen en su fortaleza a salvo de estos vendavales denigrantes y nocivos, ha de hallar el apoyo y orientación de sus padres y educadores para, con fortaleza, resistir, luchar y vencer. El cristiano ha de reafirmar su fe y esperanza sin desfallecer, acogiéndose al camino, verdad y vida del Evangelio; inundado de la palabra del Maestro y con una profunda confianza en Dios, y sin desentenderse de la gravedad de los males que amenazan, oponer los resortes necesarios y los muros resistentes para mantener el castillo enhiesto. La verdad de la doctrina emanante del Evangelio incitará la esperanza y tornará la desilusión del hombre actual en sólida firmeza. Así pertrechados podrán los niños de hoy poner los cimientos para construir el mundo del tercer milenio.

          La maternidad y a la paternidad humanas en la comunión conyugal, adquieren su dignidad y misión de la paternidad divina. Tales funciones complementarias e inseparables establecen, con los hijos, unas relaciones interpersonales singulares. El niño requiere pasar del seno materno a la realidad de un matrimonio estable cimentado en la unión del amor conyugal.
         
El niño nace desvalido, necesita el aliento de la madre y el cuidado cálido y propicio del hogar para su supervivencia. Y lo mismo que desde el seno materno recibe la subsistencia para su crecimiento, la atención de los cónyuges, desde el día primero es imprescindible para ir adquiriendo los conocimientos que lo van a conducir a la madurez y el fortalecimiento de la personalidad, de la voluntad y del entendimiento.
          La maternidad está íntimamente vinculada a la estructura personal del ser humano y a la dimensión personal del don (Cf. Mulieris dignitatem, 18). La eficiencia materna es decisiva para construir, con solidez, la naciente personalidad del niño; por la maternidad, la dignidad de la mujer se realza en su ofrenda ferviente hacia el hijo; tarea que se debilita sin la presencia efectiva y consistente del padre, es un elemento imprescindible de la educación, pues "la paternidad y la maternidad suponen la coexistencia y la interacción de sujetos autónomos" (Gratissimam sane, 16. (4). Esta conjunción insustituible se muestra prioritaria e imprescindible en la educación de los hijos.
          Los hijos son un don precioso para la familia y para la humanidad, en todas las dimensiones de su existencia humana y cristiana, y son esperanza del porvenir de la sociedad y de la Iglesia.
Son dádiva maravillosa de Dios. La educación humana y la evangelización de la infancia se han de realizar en el fomento de la cultura de la vida, en la construcción de la civilización del amor.
          Hemos de gritar, con insistencia, en todos los foros, al mundo y a las naciones que no se puede transformar al niño en una "mónada" abstracta, aislada, cuyos derechos no guardan relación con su situación real de dependencia y tutela. El seno familiar es el ámbito natural en que se respetan mejor los derechos de los niños de acuerdo con los principios de solidaridad y subsidiariedad. El espacio eficaz para proteger al niño y sus derechos es el que pertenece a la familia fundada en el matrimonio.